Corea del Sur ha sido la más favorecida

El reciente relajamiento de tensiones entre Corea del Norte y Corea
del Sur, dos países que están aún técnicamente en guerra, ha dado
nueva vida al debate sobre la unificación de los dos países, divididos
y enfrentados desde la década de los años 1950.

En mi criterio, la parte más favorecida por el desarrollo de los
acontecimientos que condujeron al encuentro de los líderes de las dos
Coreas ha sido ¡Corea del Sur!

La extensa e intensa presencia militar de Estados Unidos en el Sur de
la península coreana ha sido siempre el principal obstáculo para los
esfuerzos por la reunificación de la patria coreana.

Por eso, el único perdedor neto como colofón de estos eventos ha sido
Washington que ha visto amenazado su imperio absoluto sobre la porción
meridional de la península coreana.

La República Popular Democrática de Corea nunca ha cedido a las
exigencias de Washington, en tanto que el Sur siempre ha carecido de
autonomía suficiente para hacer valer sus intereses y derechos como
nación formalmente independiente, debido al control que, sobre sus
defensas y sus recursos bélicos, ejerce Estados Unidos.

Así lo entienden muchos observadores que valoran que Seúl deriva los
mayores beneficios de los sucesos que están teniendo lugar porque
coadyuvan al desmoronamiento de los pretextos para el mantenimiento
del status semicolonial de Corea del Sur, basados invariablemente en
el supuesto peligro de que Corea del Norte, país socialista, absorba
toda la península y, con su independencia, beneficie de la izquierda
en el balance mundial de fuerzas.

La demostración de absoluta autonomía y dominio total de la soberanía
en su territorio por parte de las autoridades de Corea del Norte,
antes y durante las negociaciones con Seúl y con Estados Unidos,
desmiente las reiteradas y absurdas acusaciones de Estados Unidos
reflejadas en la prensa occidental de que el gobierno de Pyongyang es
una marioneta de Moscú o de Beijing.

En cambio, lo que se preguntaban los observadores más objetivos era
hasta qué punto el gobierno de Seúl podría actuar con el mínimo de
autonomía imprescindible para tomar las decisiones capaces de
viabilizar, o al menos acompañar, los profundos cambios que derivarían
del acercamiento a Pyongyang en sus relaciones externas tan
subordinadas a las de Estados Unidos.

Aunque la esperanza de paz duradera constituye una ganancia para todas
las partes involucradas, el cambio más significativo que hasta ahora
se advierte en el plano de la política regional parece ser el que
afecta las características de la sumisión de Corea del Sur a la
estrategia estadounidense de mantenimiento del status de dos países en
guerra, apostando a una eventual reunificación forzada por las armas
que deje a la Corea unida, pero dentro de la esfera de control de
Washington.

Nadie debe dudar que, cuando el 27 de abril en la Casa de la Paz de
Panmunjom, dentro de la zona desmilitarizada que separa a los dos
países, el líder comunista norcoreano, Kim Jong Un, y el presidente de
Corea del Sur, Moon Jae-in, se comprometieron entre sonrisas y
apretones de manos a trabajar por la desnuclearización completa de la
península coreana, los cerebros del Departamento de Estado y el
Pentágono estadounidense estaban tramando cómo reestructurar la
estrategia imperialista para la región, para hacerla compatible con el
estilo de su impredecible presidente Trump y de su equipo de halcones,
casi todos tan ignorantes como su jefe en materia de política
internacional y diplomacia.

Ambas Coreas anunciaron que trabajarán con Estados Unidos y con China
para lograr en breve plazo un acuerdo para una paz "permanente" y
"sólida" que ponga fin oficialmente a la Guerra de Corea, que se ha
prolongado desde la década de 1950 hasta la actualidad con apenas un
armisticio suscrito en 1953.

Prometieron trabajar por un acuerdo de reducción progresiva del
armamento militar, cesar los actos hostiles, transformar su frontera
fortificada en una zona de paz y buscar conversaciones multilaterales
con otros países, en alusión evidente, aunque omitida, a Estados
Unidos cuyas fuerzas militares permanecen ampliamente desplegadas en
Corea del Sur.

Kim ha sido el primer líder norcoreano desde la Guerra de 1950-1953 en
visitar Corea del Sur. Las escenas de Moon y Kim caminando juntos
sonrientes marcaron un gran contraste con las tensiones generadas el
año anterior por los juegos militares conjuntos de Corea del Sur y
Estados Unidos y, en respuesta, las pruebas de misiles de Corea del
Norte y su mayor ensayo nuclear, que provocaron las consabidas
sanciones estadounidenses y el incremento de temores de un nuevo
conflicto bélico en la Península.

La Humanidad esperaba mucho del estrechón de manos entre los dos
líderes coreanos sobre la franjilla de hormigón que marca la frontera
entre ambos países en la zona desmilitarizada pero la más reciente
visita del vicepresidente Mike Pompeo a Pyongyang indica que
Washington proyecta patear el tablero.



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Manuel Yepe

Abogado, economista y politólogo. Profesor del Instituto Superior de Relaciones Internacionales de La Habana, Cuba.

 manuelyepe@gmail.com

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