España: apología de la revolución

Este trabajo tiene el cometido de ayudarme a poner en orden mis ideas en una época convulsa en la que constantemente a una noticia tremenda la sofoca o atenúa otra más tremenda todavía. Y si alguien desea ayudarme en la tarea, le estaré eternamente agradecido...

Me gustaría escribir cantos de alabanza a este país, a los gobernantes y al sistema todo. Sin embargo, a mi país como territorio bellamente variopinto y a su alegre y hospitalario pueblo se los dedico en privado, pues públicamente me siento incapaz al parecerme a menudo a punto de estallar. Por el contrario, a los gobernantes de toda laya y al sistema como marco de referencia, sólo puedo dedicarles maldiciones. Y la maldición no se presta a la retórica. Pero si no puedo escribir ni cantos ni maldiciones, tampoco me son posibles análisis sosegados, porque España es un hervidero de continuos escándalos ocasionados por el modo infame de ejercer el poder allá donde se aloja; sea político, sea el económico, sea el judicial o sea el mediático. Entre la iglesia católica en su versión hispana, los setenta y ocho políticos y empresarios del Opus Dei que son la parte magra de ese poder, y los gobernantes en general tanto de la derecha ultramontana, de la derecha conservadora o de la izquierda convencional de este momento, el espíritu que sigue presidiendo este país es el de siempre: el espíritu de la regresión. La historia del futuro, si es independiente, ya se encargará de contarlo más o menos así...

Quiero decir con esta introducción, que no me es posible escribir poesía ni componer romanzas ni en un muladar ni en un prostíbulo...

Porque, a mentes juiciosas amantes de la armonía, de la estética intemporal y de la ética elemental ese número incontable de escándalos y su gravedad social nos resulta imposible reflexionar con calma, condición indispensable para la reflexión fina y certera. Reflexionar con buen ánimo y soltura analizando lo ilícito o lo sórdido, si lo ilícito o lo sórdido fueran casos aislados, podría ser un deleite para quienes amamos escribir, como gimnasia mental. Pero como es tanto lo canallesco y tanta la infamia, la simple mención de cada caso y la valoración de todo en conjunto agudiza nuestra consternación y la de todos cuantos nos leen, dando al mismo tiempo innecesaria notoriedad a la felonía. Tenemos no obstante a veces un señuelo, y es que si nos esmeramos en analizar lo que al fin y al cabo ya está sentenciado por la opinión pública en buena medida configurada por los medios de comunicación, nos garantiza siempre "tener razón". Pero inmediatamente el señuelo se convierte en una trampa: nos entristece tenerla. Cuántos prefiriríamos no tener razón y que otros pudieran, con razón, decirnos: ¡desvarías! Sin embargo saben que eso no es así, lo mismo que nosotros, los que analizamos "nuestra" forma de ver la realidad social, la política, la económica, la mediática y la estamental, sabemos que es muy fácil precisamente para una mente juiciosa desmontar, condenar, afear o destruir metafóricamente a personajes indeseables e ideas -más buen ocurrencias- cocinadas después al hilo de los hechos consumados, para justificarlos, sea desde la gobernación sea desde el enjuiciamiento de los tribunales. Y al mismo tiempo sabemos, que ese desgranar miserias -al final miseria- es algo que ha de provocarnos tedio, pues son pocos los hechos sociales en España que no son horribles, pocos los abusos del poder que no tienen efectos devastadores, y pocas las ofensas al sentido común, tan distante de la inteligencia de los dominadores situados en cualquiera de los estamentos de la sociedad, sólo atenta a favorecer al poderoso o a no perjudicarle demasiado... Por eso, en todo caso en estos momentos lo único que debemos hacer los meditabundos es asimilar día a día lo que va sucediendo y vamos conociendo, en espera de que algún día la tempestad se calme y vuelva la serenidad porque hemos tocado fondo... Algo, por cierto, que ahora ni vislumbro.

Porque sabemos que nuestras diatribas caen en saco roto, que no servirán para provocar dimisiones que nunca se dan, ni para lograr medidas favorables al pueblo que tampoco se dan, ni para cambiar el sesgo de la justicia institucional que escarmiente a los bribones de postín. Por eso yo, personalmente, a veces pienso si no será preferible callar y seguir observando en silencio la calle y ese ambiente enrarecido que barrunta noticias siempre indignantes sobre injustas sentencias de jueces y tribunales y decisiones posteriores sobre la suerte de personajes innobles ya juzgados pero sin haber sido absueltos, liberados con argucias de chalán. Por ello, cualquier reflexión constructiva ha de soliviantarme más, pues no va acompañada de esperanza en cambios a corto plazo.

Nos enfrentamos a toda una mentalidad, y la mentalidad de personas y pueblos en su conjunto sólo cambia después de mucho tiempo. No hay noticia grata ni noticia que contribuya a la esperanza y mucho menos a la ilusión. Se entremezclan como muy graves hechos realmente insoportables con hechos irrelevantes convertidos en estandarte de colectivos sospechosos. Así las cosas, nuestras crónicas y nuestros análisis, si somos sinceros, sirven de muy poco excepto para que la sinergia entre todos los que vivimos indignados se transforme en sinergia de sublevación. Ha llegado un momento en que sobra la retórica y falta acción, pues sólo tiene ya sentido la acción.

Acabo de exponer la razón por la que hace ya mucho tiempo yo, y seguramente muchos espíritus áticos, no deseamos contribuir a la ceremonia de la confusión y de la anomia (ausencia de reglas y pautas en el funcionamiento general de la sociedad) con análisis facilones de toda clase, habiendo como hay tanto sociólogo, tanto psicólogo social, tanto politólogo y tanto augur, todos expertísimos en la respectiva disciplina; tantos, que a veces me pregunto si no sobran en la medida que faltan líderes enardecedores y activistas dedicados, no sólo a remover conciencias en cada esquina sino también voluntades en cada despacho.

Que vivimos momentos pre revolucionarios se infiere de referencias históricas. Basta remontarnos a 1680, 1780, 1910 o 1930; las décadas anteriores que gestaron el estallido de la revolución inglesa, de la revolución francesa, de la revolución rusa y de la guerra civil española que culminó en dictadura sangrienta...

Ya sabemos que las épocas y condiciones generales de aquellas sociedades no son ni de lejos las mismas, pero si es verdad que los pueblos que no conocen su historia están condenados a repetirla, hay que echarse a temblar. Porque la opresión, otra vez, que sufren grandes masas de población en España y en otras partes del mundo occidental precisamente desde la realeza, desde las clases sociales dominantes y desde los gobiernos que las representan son lo suficientemente agresivas y funestas como para hacernos temer lo peor. Eso que también teme el presidente del gobierno español cuando dice que "o se aceptan las reglas de juego, o habrá problemas". "Reglas de juego" que están elaboradas por ellos mismos que juegan al juego de los disparates y juegan además después con las cartas marcadas. Y "problemas" que no pueden interpretarse más que como movilizaciones populares cada vez más frecuentes y cada vez más virulentas, hasta convertirse en sublevaciones cada vez en más lugares y cada vez más peligrosas...

Porque si los poderes fácticos y los poderes institucionales no adquieren la suficiente consciencia de la envergadura que puede alcanzar el ánimo levantisco popular (a menos que tengan preparados indecentes instrumentos disuasorios, paralizantes o aniquiladores), el estallido social que planea sobre grandes espacios de este país y del mundo será un hecho; estallido que, dadas las características de las comunicaciones y dada la resolución que aporta todo espíritu rebelde, tiene altas posibilidades de hacer dueños de la situación a los sublevados. Lo que sucedió en Islandia. Y ojalá que sea así. Es preciso doblegar a tantos autócratas parapetados tras leyes confeccionadas por ellos mismos o por sus antecesores a su conveniencia y a la medida de sus intereses, y a tantos abusadores de su misma calaña que actúan con similares tramas.

Podré estar equivocado, y me alegraría de que ses así, pero lo que podrá negarse es que lo mismo que el pródromo es el malestar que anuncia la enfermedad o la barrunta, el malestar social existente en el mundo y en todo caso en España por el nefasto papel de la realeza y por la no menos nefasta intervención de los gobernantes, de pésimos políticos, de la infame manera de impartir los tribunales la justicia y de los poderes financieros y bancarios, no presagia otra cosa que metástasis de un tumor social diagnosticado, a la espera de que alguien le meta el bisturí para extirparlo...

Cómo llevar a cabo una revolución sin derramamiento de sangre, no lo sé. En otros países se ha conseguido. Es cuestión de imaginación y en todo caso de dominio de uno mismo. No en vano alguien dijo que la principal virtud del revolucionario es la paciencia...






 



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Jaime Richart

Antropólogo y jurista.

 richart.jaime@gmail.com      @jjaimerichart

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