Según versión inicial de la Casa Blanca

Obama observó el vil espectáculo

A la Casa Blanca, a uno de sus salones, fueron convocados los más altos funcionarios del gobierno gringo. Todo estaba dispuesto como para presenciar a través de una enorme pantalla allí instalada, un espectáculo. Algo trascendente que levantaría espíritu y dignidad de los allí convocados y ¡quién sabe a cuántos! No se sabe. Pero si, que el presidente quiere ser candidato y aquello serviría para subirle la estima y las encuestas.

Aquellos circos romanos quedaron como para distracción de niños.

Uno a uno, a la hora convenida, fue llegando. El ministro del ataque Robert Gates, acompañado por su séquito, responsable del montaje del espectáculo; Hilary Clinton, toda una dama, delicada, sutil, exquisita, nada necrofílica y otros que debían llenar las sillas allí colocadas aunque también para aplaudir la puesta en escena. Esta sin aplauso, es como capilla sin santo o entierro sin muerto. De último, como se acostumbra, después que alguien avisa, entró él, más que presidente de los Estados Unidos de América, país líder de la defensa de los derechos humanos, justicia social, garantía de la democracia, seguridad mundial, defensor del sistema planetario, y buen gusto, rutilante Premio Nobel de la Paz.

Volviendo atrás para no dejar nada entendiendo, Estados Unidos es el único país del mundo que en verdad, aunque se disimule por discreción y humildad del Estado y gobernantes, no tiene ministro de la defensa, sino del ataque. Toda guerra, las que ellos habitualmente se envuelven, como la de mediados de siglo que llamaron Segunda Mundial, se libra fuera de su territorio. Apenas su población, excluyendo por supuesto con dolor y pena de familiares de quienes mueren en combate allá fuera, lejos, se entera por los medios que hubo muertos, siempre un número pequeño del que en verdad fue. Muy pocos, una pequeña cifra de inquietos, sabe de la mortandad y destrozos que en otras partes, con saña y sin motivo, causan sus fuerzas al atacar. Desconocen verdaderas razones del asunto y de ciudades arrasadas, culturas destruidas, hospitales y escuelas bombardeados, niños asesinados. Pues no sufren ataques de nadie, salvo al Qaeda por orden de Bin Laden, según la policía gringa, osó hacerlo aquel horrendo 11-9.

Harry S. Truman, en su tumba, debe estarse revolcando porque no pudo regocijarse, viendo en tiempo real, el hongo enorme que formó sobre Hiroshima la bomba que allí lanzaron en su nombre. Bomba que mató y destruyó todo lo que su fuerza alcanzó a decenas de kilómetros a la redonda. En aquel tiempo, por supuesto, más racional y con menos alcahuetería, a nadie en Suecia, se le hubiese ocurrido darle un premio Nobel de la Paz al presidente, menos después de aquella doble hecatombe y por ser combatiente de primera en la guerra.

¿Hay algo de sensatez cuándo se otorga premio Nobel de la Paz a un presidente entrante, sin antecedentes que le avalen y más siéndolo de un país que no tiene ministro de la defensa sino del ataque?

“¡Qué bello espectáculo me perdí! ¡Qué grandeza!” Pudiera decir en su tumba Truman.

“Todo por haber nacido antes y no esperar estos tiempos, cuando un comandante se llena de gloria y satisfacción viendo, en vivo, directo, sentado cómodamente, probando un aperitivo, como sus hombres y máquinas, asesinan limpiamente, dignamente.”

Pero Obama, el humilde muchacho de origen nigeriano, sin galones militares, pero lustroso título universitario, parapetado tras el nombre ilustre de Martin Luther King, se ha dado el lujo y la satisfacción de ver, rodeado de su corte, la escenificación de su obra maestra, cual inefable conductor y bondadoso hombre de la paz.

Mientras los miembros del “comando élite”, penetraban en aquella casa grande pero sin lujo alguno, techo de muy baja calidad, hasta descuidada y derruida, con cerca de mala muerte, ubicada no “en una zona residencial”, como se dijo con intención sesgada, sino más bien en un área modesta, que se empeñan en llamar con mala intención, “complejo habitacional lujoso”, las cámaras que aquellos portaban enviaban imágenes y, en el salón de la Casa Blanca, el presidente y sus acompañantes permanecían expectantes.

Osama Bin Laden, desarmado, según los propios voceros de la Casa Blanca, cayó fulminado por la metralla de un valiente. Mientras el presidente, con muestras de gozo, observaba aquella “muerte anunciada.”

¡Cuánta crueldad hubo en Osama cuando el 11 de septiembre enlutó a Nueva York y al mundo! ¡La maldición merece si es culpable! ¡Uno terminó por creer que lo es! Pero debió enjuiciársele, sobre todo porque le tuvieron a mano y desarmado.

¿Cuánto sadismo y crueldad hay en matar a mansalva a un prójimo y en el sentarse fríamente a ver las imágenes en vivo del hecho, pudiendo evitarlo?

Hablar de necrofilia o sadismo en este caso, es pura pendejada.

¿Cómo calificar el hecho?

Pudieron detener a Bin Laden. No lo hicieron. No hubo interés. Por algo oculto. No hubo juicio. Ni derecho a la defensa. Le ajusticiaron. Sí, por supuesto, ajusticiadores por encargo. Hasta quienes por tele vieron todo en vivo y en directo, pero en trasmisión privada, como cuidando que todo se hiciese según lo ordenado. ¿Cómo se llama eso?

Démosle al hombre otro premio por la paz y la justicia. Dicen que, ahora el mundo es más seguro. Pongamos las barbas en remojo.


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Eligio Damas

Militante de la izquierda de toda la vida. Nunca ha sido candidato a nada y menos ser llevado a tribunal alguno. Libre para opinar, sin tapaojos ni ataduras. Maestro de escuela de los de abajo.

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