"Marxistas" que en lugar de multitudes desean soledad

Un viejo amigo, militante revolucionario desde la vieja izquierda, dijo hace poco que aquel sector del cual formó parte “no mascaba para dividirse”.

Si usted revisa las líneas de descendencia del MIR y PCV, en un breve lapso venezolano de diez años, encontrará hijos, nietos, biznietos, hasta tataranietos de esas organizaciones y quizás todavía siga el descenso.

Embriagaba aquello de muchos generales. Resultaba como molestoso ser muchos. Prevalecía la idea que los “revolucionarios” debían ser unos pocos místicos.

No sólo se discutía por todo, lo que es y sigue siendo saludable, sino que a diferencias insignificantes, se les daba el carácter de irresolubles o impostergables. Eso era suficiente para que cada quien cogiese sus “macundales” y se fuese a otro lugar. En esto se actuaba un tanto parecido a ciertos masones. Y lo que es más, en cada uno de ellos, se trastocaba con devoción la “diferencia” en sentimiento visceral.

Curioso es que muchas de esas conductas se justificaban en las percepciones “marxistas” de cada bando. Como si agarrasen a Marx y le diesen un corte longitudinal y cada grupo se llevaba su parte. Sólo que ambos juraban llevárselo completo. Era un pensamiento no dialéctico dividido y disecado.

El presidente Chávez, por lo menos desde 1998, sin muchas precisiones, logró realizar la “mágica” tarea de unir al pueblo y ciertas vanguardias revolucionarias. Lo hizo sin hablar de Marx, sino del “Árbol de las Tres Raíces” (Bolivar, Simón Rodríguez y Zamora), del Oráculo del Guerrero y luego del Socialismo del Siglo XXI. Pero comenzó a ejecutar una acción política liberadora, nacionalista, inclusiva y popular. Ha convencido a quienes le respaldan, en su mayoría desconocedores absolutos de Marx y el marxismo, que sus propuestas son válidas y dignas de entrega. No muchos se marginaron o quedaron a la expectativa por lo que calificaron una “ramplonería”. Son vainas de la dialéctica y de las contradicciones que se dan en la vida y no en la cabeza.

Lo importante es cambiar positiva o revolucionariamente la sociedad. Esta tarea la asumen los pueblos, en determinadas coyunturas, por instinto de clase y supervivencia.

Siempre hemos pensado que lo de las definiciones es asunto delicado. A partir de diferentes premisas, siguiendo la orientación clasista y la interpretación libre y honesta de la historia, se puede luchar por los mismos objetivos y hasta llegar a la misma meta. Uno, modestamente, se atrevería a pensar que eso no contradice al marxismo. Lo trascendente es el hacer y alcanzar las metas de repartimiento justo de la riqueza, justicia y la igualdad social. Lo que no implica admitir la existencia de una manera de alcanzar eso a rajatabla; porque no es asunto de soplar y hacer botellas. La realidad, la historia, son los cauces por los cuales transcurren los acontecimientos; observarlos con detenimiento y pertinencia es clave para orientar la acción. No hay oráculos, signos zodiacales ni pergaminos en sánscrito que Melquíades pueda interpretar.

La dialéctica, la marxista, que incorpora el concepto de lucha de contarios en términos de clase, totaliza todo y eso es lo fundamental. Es la manera de aprehender la realidad, por encima de las definiciones. No es suficiente decir que me gusta la mujer, o amo al prójimo, sino debo demostrarlo.

La frase que Chávez atribuye a Fidel, según la cual, éste es cristiano en lo social, tiene mucho valor para entender el asunto que tratamos.

Estas reflexiones vienen a cuento porque, a raíz que en Copenhague, nuestro presidente se declarase marxista, saltaron del “rincón de los recuerdos” algunos deseosos de soledad. Después de celebrar aquella definición, a la cual tiene el presidente derecho, más o menos se dijo que quienes no les guste fuesen cogiendo pista para marcharse.

Ese añejo discurso no tiene absolutamente nada que ver con el marxismo. Pero si lo tiene, reconocer que no se requiere ser marxista para estar en las filas de los revolucionarios y llegar hasta donde sea necesario. También que la revolución no es asunto sólo para élites intelectuales, mucho menos de quienes piensan de esa manera burda. Lo es pensar que la revolución requiere el concurso de las multitudes que en veces suelen ser en gran medida analfabetas. La soledad y elitismo no se avienen con el marxismo ni la revolución. Se aborda ese tren asumiendo los objetivos de ella y los intereses de las clases explotadas que la impulsan, son mayorías y no son marxistas. También gente honesta, sensible, profesionales medios, pequeños y medianos empresarios, intelectuales, marxistas o no, agnósticos, masones, cristianos, mahometanos, etc., pueden servir a la revolución y en efecto lo han hecho, pese al censurable proceder de quienes se empeñan no en ganar adeptos sino enemigos gratuitos.


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Eligio Damas

Militante de la izquierda de toda la vida. Nunca ha sido candidato a nada y menos ser llevado a tribunal alguno. Libre para opinar, sin tapaojos ni ataduras. Maestro de escuela de los de abajo.

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