La Plusvalía y los Impuestos esquilman al obrero

La plusvalía es una categoría económica de repulsiva lectura para los amantes del capitalismo. La niegan, la silencian y hasta la tergiversan con la más descarada tendenciosidad. Pero por mucho que se la obvie ella no dejará de existir mientras haya patronos capitalistas en cualesquiera dimensiones y giros. Desde el bodeguero pequeñoburgués hasta el mas podrido magnate, todos se la embolsillan durante cada segundo que sus asalariados le venden “a crédito” su trabajo a un precio inferior a su verdadero valor añadido. Unos créditos a 7 días, otros a 15 d. Si se cuantifica y pudiera cobrarse el monto de intereses causados (por cobrar) por estos créditos que da y ha dado gratis el trabajador a sus patronos muy posiblemente buena parte de ellos irían a la ruina. Hasta ahora su mora la ampara la irretroactividad prevista en las mismas leyes burguesas.

Las bolsas de trabajo manejadas por sindicalistas de dudosa probidad y de cuestionada fidelidad clasista (léase intermediarios de asalariados) ofrecen una baja defensa para el obrero. No así las asociaciones de empresarios que no conocen los apuros ni el apremio para la contrata fría, pacienzuda y unitaleralmente favorable que descaracteriza al trabajador sin ahorros.

Pero, como si no bastara, y para reafirmar la negación del plusvalor, los Estados burgueses heredaron y adoptaron el sistema tributario que castiga a los trabajadores asalariados como si estos fueran generadores de ganancias, como si fueran campesinos con conuco, propio o arrendado; como si fueran libres artesanos.

Los textos de Economía proburguesa, esos que pueblan las bibliotecas de institutos públicos y privados, las academias y universidades más “prestigiosas” y connotadas del planeta, consideran rentistas a los asalariados, como si su contrata con sus patronos fuera a la par, o sea como si no existiera el plusvalor.

Digamos que el Estado le asesta un segundo “palo cochinero” al asalariado. En esta materia el más inicuo de todos es el flamante y ya universalizado IVA. Este no es otra cosa que un impuesto directo con el que este Estado avaro e insaciable esquilmador castiga el hambre, la falta de vivienda, de medicinas, calzado, vestido, enseres domésticos; la falta de bebidas varias y hasta de los cajones funerarios de cierta calidad. Mercancías gravables todas esas que debe forzosamente adquirir una muy considerable parte de los trabajadores para 1/2 llenar su cesta de bienes imprescindibles. Bienes de la “cesta básica” que paradójicamente le permitan seguir trabajando a favor del mismo patrono que se apropia de su plusvalor y para el mismo Estado que seguirá esquilmándolo. Algo así como el condenado a muerte que deba pagar el coste de los instrumentos con que el Estado le suprimirá la vida.

osmarcastillo@cantv.net


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Manuel Martínez


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