¿De qué protagonismo estamos hablando?

Hay al menos dos sentidos para la palabra"protagonismo“ que con frecuencia se mezclan y generan no pocas confusiones.

En apariencia, ser protagonista sería en fin de cuentas cumplir con lo pautado en nuestra Constitución. Ella nos exorta a la participación y el protagonismo en todos los ámbitos de la vida pública nacional, nos exige asumir como propias, responsabilidades que por nociones culturalmente inducidas, aprendimos a considerar atribuíbles al Estado, o en última instancia al vecino, pero nunca a nosotros mismos.

La otra noción de protagonismo es peyorativa. Con ella suele calificarse a algunas personas de eso que en el lenguaje criollo llamamos „pantallerismo“. Una especie de exhibicionismo pueril con el que algunos o algunas pretenden obtener reconocimiento público por méritos a veces reales y casi siempre inventados.

Lo curioso es que en ocasioes, ambas nociones de protagonismo se confunden entre sí o al menos, se intenta derivar una de la otra. Esto creo yo que se debe a que en una cierta cultura de la irresponsabilidad y el manguareo, el mero cumplimiento de un deber, la simple realización eficaz de alguna tarea, que deberían constituír la esencia misma de un protagonismo bien entendido, son cosas que se consideran absolutamente insólitas y extraordinarias. Por eso, el sujeto que las cumple reclama para sí una buena dosis del otro protagonismo: El protagonismo perverso o pantallero. Este tipo de protagonismo conduce a que el sujeto exija compulsivamente el reconocimiento público, la exhibición de unas virtudes que el o ella suelen cifrar en cosas simples como ser puntuales a una cita, concluír una tarea en lugar de dejarla abandonada, etc.

Este protagonismo detestable y hasta cursi en ocasiones, no solo se manifiesta en forma individual. También pueden observarse con frecuencia, crisis colectivas de protagonismo sustentadas en la creencia pueril de que „nos las estamos comiendo crudas“, „somos lo máximo“, etc.; aunque muchas veces estemos metiendo la pata. Si esta clase de protagonismo, demasiado común entre nosotros los bolivarianos, no le ha hecho mas daño a la Revolución, se debe solamente a que Dios en su infinita misericordia, ha hecho mas protagónicos a nuestros enemigos y los mantiene razonablemente entretenidos en sus peleas familiares.

Pero finalmente: ¿Qué es el protagonismo bién entendido?, ¿En qué consiste?.

A mi me gusta explorar el orígen de las palabras porque en el suelen encontrarse pistas importantes para la comprensión de sus significados actuales, e incluso con frecuencia los motivos de cierta corrupción semántica que termina invisibilizando aquel o aquellos significados en su orígen.

En griego, la palabra agonía (αγωνία) tenía un doble significado. Era al mismo tiempo el modo de referirse al sufrimiento extremo y el modo de referirse a la lucha, particularmente a la lucha olímpica, que como todos y todas sabemos, se practicaba ya en Grecia hace mas de dosmil años. En aquellas primeras olimpiadas que organizaban los antiguos griegos en la ciudad de Olimpia, entre los años 776 adC y 339 dC, los luchadores eran llamados protagonistas: Literalmente, los que se disponen a luchar.

En su acepción de sufrimiento extremo, la agonía se asocia con los momentos finales de un moribundo, momentos en que el protagonista –nunca tan bién calificado- lucha denodadamente por aferrarse a la vida. Pero mas allá de que todos pasaremos inexorablemente por ese trago amargo, bien valdría recordar aquí que mi humanidad, la tuya la del otro o la otra, es decir, aquella condición que nos diferencia radicalmente de las demas formas de vida sobre la superficie de este maltrecho planeta, se sustenta en una permanente conciencia de la muerte. Sobre ella se sustenta nuestra angustia existencial y sobre ella se sustenta igualmente la intensa conciencia de estar vivos. Solo quenes son capaces de esa conciencia permanente, son capaces de agonizar, de ser protagonistas a lo largo de toda su vida y no solo cuando la muerte ya no tiene remedio.

Solo se es protagonista cuando se entiende que la vida humana, la vida buena, la única que merece la pena vivirse, es lucha permanente contra la muerte. La muerte como caos final, como expresión de la nada eterna. El protagonista trasciende, se empina sobre su propia vida de individuo, comprende que el regalo de la vida es un misterio que nos contiene y nos supera. Que de nada sirve la salvación individual –si es que tal cosa existe- mientras se pierda ese tejido humano que llamamos comunidad. En consecuencia, protagonista es el que lucha desde su ser social para que esta cosa buena que se llama vida, continúe. Nosotros –bolivarianos- no estamos condenando a muerte a nadie cuando reivindicamos Patria y Socialismo, estamos proclamando que sin esa conciencia del ser social desde la que muchos protagonizan anónimamente, la vida en su conjunto tendría sus días contados.

A corto plazo, si en definitiva se llegara a imponer el protagonismo malo, el de utilería, el de los artistas de Holliwood, los académicos vanidosos y arrogantes o los payasos uniformados de rojo, solo quedarían como vestigios de nuestro paso por el mundo las cosas materiales, los objetos por los que los humanos fuimos capaces de matarnos entre hermanos durante mas de seismil años: Su majestad La Mercancía.

Quedarían las „hummer“ oxidadas, las casullas y las mitras del papa, las togas, los birretes y millones de otros chimostretos con los que creímos estar comprando el disfraz de protagonistas. Estos testigos mudos tendrían un significado tan misterioso o tan simple como las pirámides de Ejipto. En otras palabras, no tendrían significado alguno porque ya no habría nadie para inventar los signos.

Un tal Salomón, demasiado hastiado del triste espectáculo humano, hace ya mas de cuatromil años que les gritó a los protagonistas pantalleros del mundo “Vanidad de vanidades, todo es vanidad“

cajp391130@yahoo.es


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Pedro Calzada


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