Dialéctica y Comercio de la Solidaridad

La solidaridad es una de las potenciales necesidades más insatisfechas del ser humano, nuestra naturaleza social así nos lo impone, por lo que resulta incompartible o muy ilusoria la vida robinsoniana. El personaje novelesco de Daniel Defoe, un romántico dieciochesco, jamás estuvo sólo, siempre llegó a su isla cargado con todo el archivo memorístico de sus recuerdos o previas e inevitables convivencias.

Pero ocurre que la sociedad actual, caracterizada por el exacerbamiento del individuo, por esa invitación permanente a atropellar a los demás y desentendernos de los problemas ajenos, representa el principal freno para el normal despliegue de la solidaridad que llevamos por dentro. Sólo algunas personas, y en desventajosa minoría, logran evadir el individualismo, ven siempre un amigo potencial en cada otra persona, un necesitado de nosotros y un potencial ayudante de nosotros mismos.

Es por eso que esta categoría sociológica, una de las más útiles para todos los hombres y paradójicamente menos explotadas, deberíamos analizarla respetando su principal contradicción. Podríamos intentar reconocer que cuando ofrecemos una ayuda a terceras personas, extrafamiliares, extraamistosas o interesadamente extraconvencionales, no lo hacemos acicateados para recibir inmediatamente nada en cambio, ni en determinada relación numérica.

Pero nuestra sociedad mercantil nos acondiciona para que nos guiemos por estereotipos conductuales como: *tanto doy, tanto espero*, *ese trabajo no lo realizo porque no es rentable*, *primero mi <<familia>> y luego los demás*, cosas así.

La relación mercantil es precisamente la gran barrera que se atraviesa entre cada hombre y el resto de sus semejantes. Es como una torta partida en mil sectores y estos en otros tantos. Ya dijeron por allí que el ejercicio de todo tipo de comercio es una de las formas sociales más divisionistas que practican los humanos, unos como vendedores y otros como compradores, con la curiosa particularidad que ni los unos, ni los otros pueden actuar in sólidum. Sólo en momentos de crisis aflora esta cualidad aunque de manera fugaz, porque hasta en caso de guerra la insolidaridad sigue privando para todo el conjunto que se halle en plena contienda.

Nos es difícil entender que cuando aplicamos la solidaridad es para que a contraprestación la reciba el grupo social al que pertenecemos, en alguno de nuestros consolidarlos de la manera más azarosa y sobre la base de que cuando el grupo se solidariza los favores y contrafavores se entrecruzan entre todos como si barajáramos nuestras acciones.

Y es ese mecanismo de la solidaridad social el que dialéctica y unilateralmente aplican los comerciantes del *envite o azar*: ellos se encargan de agrupar a los apostadores en un sorteo, pero el reparto, los premios, sólo van a los suertudos del día, aunque a la larga todos terminen premiados.



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Manuel C. Martínez M.


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