¡El profundo discernimiento de aquel hombre!

El francés Luis Perú de Lacroix acompaña al Libertador Simón Bolívar, como su ayudante, cuando éste permaneció en la región de Bucaramanga, Colombia, mientras se realizaba la Convención de Ocaña. Lacroix, conocedor del buen conversador que es el Libertador aprovecha la oportunidad de estar cerca de él para preguntarle y animarlo a que hable; de sus conversaciones luego escribía notas que fue transcribiendo y más adelante a esos apuntes se le llamó el Diario de Bucaramanga. Lacroix escribe: El Libertador tiene el talento de hacer el retrato moral de una persona; su criterio es seguro, sus pinceladas rápidas, enérgicas y verdaderas; en pocas palabras hace conocer al individuo de quien se ocupa.

Allí aparece la narración de parte de lo sucedido el día 12 de Mayo de 1.828 y de lo que el Libertador le dice a Lacroix: Día 12.- El correo de Venezuela llegó por la mañana, y S. E. pasó parte de ella en revisar su correspondencia y algunos impresos. Entré a su cuarto y le hallé todavía con papeles en la mano dos horas después de la llegada de dicho correo. Iba a retirarme cuando me dijo que siguiera, que ya había concluido. Las cartas de Caracas me afligen, dijo; todas me hablan de la miseria del país y del estado de muerte en que se encuentran los negocios mercantiles y la agricultura. Solo el general Páez no me dice nada de todo esto, seguramente porque los suyos, sus negocios, están en buen estado, y porque poco le importa la pobreza pública. Lea su carta y verá cuán llena está de grandes sentimientos, de amistosas protestas, de consagración a mi persona y de tantas otras cosas que no están tampoco en su corazón y si solo en la cabeza del que ha escrito su carta, bien que Páez le haya dicho ponga esto y esto otro, y que el redactor la haya compuesto a su gusto. El general Páez, mi amigo, es vano y ambicioso; no quiere obedecer, sino mandar; sufre al verme más arriba que él en la escala política de Colombia, no conoce su nulidad, y el orgullo de la ignorancia le ciega. Siempre será una máquina de sus consejeros, y las voces de mando solo pasarán por su boca, pero vendrán de otra voluntad que la suya; yo lo conceptúo como el hombre más peligroso para Colombia, porque posee medios de ejecución; tiene resolución, prestigio entre los llaneros, que son nuestros cosacos; puede, el día que quiera, apoderarse de Venezuela. Este es mi temor, que ha muy pocos he confesado y que digo a usted muy en reserva. Estaba siguiendo la conversación con Su Excelencia cuando entró el coronel Santana, secretario particular. El Libertador le dio varias cartas, le explicó lo que debía contestar a cada una y le ordenó que se las llevara a su casa.

Narra Lacroix: Día 13.- A las siete de la mañana entré en el aposento del Libertador, que estaba en la cama tomando una taza de té. Me dijo S. E. que tenía el estomago algo cargado y un gran dolor de cabeza. A poco rato entró el médico, doctor Moore, muy apurado y S. E. se rió de su apuro. El doctor Moore recetó un vomitivo con tártaro emético, y el Libertador dijo que no lo tomaría; entonces el médico aconsejó seguir con el té y se retiró. Este doctor, dijo S. E., está siempre con sus remedios y sabe que yo no gusto de drogas de botica; pero los médicos son como los obispos: aquellos siempre dan recetas, y éstos, bendiciones. El doctor Moore está enorgullecido de ser mi médico, y le parece que esta colocación aumenta su ciencia; creo que, efectivamente, necesita de tal apoyo. Es buen hombre, y conmigo tiene una timidez que perjudica sus conocimientos y sus luces, aun cuando tuviese los de Hipócrates. La dignidad doctoral que se le ve algunas veces es un vestido ajeno de que se reviste, y le sienta mal. Está engañado si cree que tengo fe en la ciencia que profesa y en sus recetas; se las pido a veces para salvar su amor propio y no desairarlo; en una palabra, mi médico es para mi un mueble de lujo y aparato, no de necesidad; lo mismo que pasa con mi capellán, a quien he despedido.

Y sigue Lacroix: ¡Qué exactitud y qué fuerza de colorido en los retratos!...No tolera nada difuso…Las preguntas de S. E. son cortas y concisas, y le gustan respuestas semejantes…Gusta mucho S. E. de hablar de sus primeras campañas, de sus antiguos amigos y de sus parientes.


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José M. Ameliach N.


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