La Navidad Capitalista

Siempre me ha sorprendido la forma de edificar una “verdad” partiendo de muchas mentiras. Es el caso de la navidad del mundo cristiano, de la llamada civilización judeo-cristiana. Imposible negar la hermosura de todo lo que rodea la celebración de la navidad: calles iluminadas en  las modernas metrópolis las cuales coadyuvan al calentamiento global; el exhibicionismo de mercancías en los centros comerciales que nada tienen que ver con el mito de la natividad, más bien, contribuyen al consumismo desatinado de mercancías cuyo tiempo de duración es muy corto. Así mismo, el consumo de comistrajos, bebidas dulces y alcohólicas y otras, nocivas para la salud cuya ingestión ayuda al aumento de peso y causante de enfermedades. A esto debo agregar la decepción o el sentimiento de frustración de las personas de bajos recursos y de los niños pobres que nunca podrán adquirir tales mercancías, muchos menos consumir las perniciosas bebidas y comidas de la que hacen alarde las tiendas en las vidrieras. Pensando, los incautos, que las mismas son una necesidad para el organismo y no un daño programado por las grandes industrias del ramo. Son estos faustos los que contribuyen a que las empresas logren inconmensurables ganancias con la navidad, en nombre de una falsa realidad o de una verdad constreñida.

Renuncié a ser creyente cuando comencé a leer La Biblia, tanto el Viejo, como el Nuevo Testamento. Una vez que analicé las lecturas hubiese querido acudir a una plaza pública a quemar mi fe de bautismo, pero pareció que a mi madre nunca le dieron una copia de la misma. Por lo tanto renuncié a tal propósito, lo hubiese hecho en el centro de la plaza San Pedro cuando visité el Vaticano. Sería una manera renunciar a mi condición de feligrés católico, pero nunca conseguí el pliego y temí ser considerado, no un hereje, sino un terrorista.

En verdad, me sentí engañado cuando leí en el Viejo Testamento que el mundo lo hizo Dios en siete días; lo del cuento de Adán y Eva me pareció un relato para tarados, sin dejar de lado lo de la conversación de la serpiente con la mujer para que convenciera a su pareja a cometer pecado, del cual proviene el llamado pecado original. Son tantos los embustes que no imagino la risa de quienes escribieron tantas estupideces al especular que mucha gente las creería, sobre todo los del Arca de Noé y el Diluvio Universal. En dicha nave metieron un poco de animales, por pareja, para navegar sobre el gran lago que permaneció después de llover durante 40 días y 40 noches. Me pregunté en mi época de púber, como harían para meter en el barco los dinosaurios con sus respectivas esposas y también los mamuts. Estoy seguro que en la escritura de estos libros sagrados metieron la mano los judíos, cuando aseguraron que Dios les prometió conducirlos a la llamada Tierra Prometida para regalárselas. Ellos la llamaron Israel y sacaron con violencia a los antiguos moradores de esta tierra, que en realidad se llamaba Canaán. Así se la robaron, según ellos, por orden de Yahvé. En esta primera parte leí todo tipo de violencia, de incesto, segregación, lapidación, esclavitud, machismo, misoginia, destrucción de pueblos completos por culpa de la ira un Dios que sabía cobrar afrentas. Y ya no continúo porque nunca terminaría de relatar tantas mentiras que forman parte del libro sagrado de los judíos.  

La segunda parte de La Biblia, el Nuevo Testamento, lo debieron escribir los pastores bajo el efecto de hachís o de algún otro estupefaciente por haber sido tan creativos. Supongo que habiendo leído la primera parte pudieron reforzar la obra sagrada con nuevas mentiras que igualan o superan el Viejo Testamento. Estas nuevas falacias dieron origen al Nuevo Testamento. La primera gran ficción que leí fue la de una señorita, que siendo casada tuvo un niño sin ningún contacto carnal con un hombre. Y lo peor de todo, la criatura que vio la luz por primera vez, no era del marido de la parturienta, según le informó un ángel. El niño era hijo de Dios que José, el esposo de la recién parida, ni conocía. Pero la mentira no termina allí, la señorita salió preñada sin contacto carnal, porque Dios no tiene semen, así mismo, después de nueve meses apareció, no parió, en un pesebre un niño robusto, rubio, de ojos azules, heredero de una dinastía judía de la zona del desierto. Para el colmo, el 25 de diciembre aparece el neonato al lado de su madre, sin angustias ni dolores de parto. Según el libro sagrado, el alumbramiento no fue atendido por ninguna comadrona y José, el padre, quien era carpintero,  solo estaba al corriente en el manejo de escuadras, cinceles,  cepillos, mazos y no sabía cortar un cordón umbilical. Fueron testigos de este nacimiento una mula y un buey. La Biblia en este aspecto es discriminatoria, la concepción no se produce por la vía normal, o sea, el placer del ayuntamiento, y el nacimiento, tampoco se origina por la forma tradicional, es decir, la expulsión, por la zona de la vergüenza, del neonato. Ambas formas no son dignas de un Dios. Ciertamente la creatividad de este pastor raya en la fantasía cuando afirma que la recién parida, que la llamó María, siguió siendo virgen después del alumbramiento, para ser conocida en el futuro en el ambiente religioso como la virgen María. Y el recién nacido era un ser excepcional. Era hijo de Dios, pero también era su propio padre, porque además de Dios,  de ser padre e hijo, también era Espíritu Santo, es decir, un niño triple cedulado. Ciertamente, una narración extraordinaria.  A partir de este relato todo lo que  leí es parte de un mundo fantástico que nada tiene que ver con la realidad y mucho menos con la verdad. Y lo peor de todo, sobre estos dos libros se edificó un mundo de mentiras para vender una trama que solo existe en la mente de los interesados y en los llamados creyentes. Además, genera muchos réditos.  

Todo lo que leí, en mi época de adolescente en el liceo, en mis clases de ciencias, se contradecían con lo que relata la obra sagrada de los judíos y de los católicos. Un universo tan complicado, el conformado por más de mil millones de galaxias, donde concurren extraños y complicados fenómenos planetarios no pudo ser creado por un Dios en la circunstancia tan simplista como lo narra La Biblia. Sin embargo, posterior a mis lecturas iniciales de los libros religiosos, descubrí que a partir de estas dos obras, es decir, de tales mentiras, se conformaron las más poderosas corporaciones financieras que se han creado en la Tierra, ella son las Iglesias, teorizadas en las llamadas doctrinas o los dogmas de fe.

Sería muy cuesta arriba pensar en dar detalles de cómo la Iglesia Católica, dirigida por el reino del Vaticano logró alcanzar tales patrimonios, a tal grado que es uno de los estados, que sin producir riquezas obtiene grandes beneficios económicos para sus jerarcas. Para ello cuentan con cofradías, congregaciones, misiones y de otras empresas vinculadas al dinero, incluso al lavado de dinero y legalización de capitales. Es bueno recordar que el oro que se les arrebató a los judíos por el gobierno nazi, fue a parar a la banca suiza y otra,  al banco Ambrosiano del Vaticano.

La Iglesia Católica ha recibido dinero por diversas vías, casi ninguna de estas  dignas y honestas. Las historia nos cuenta que el papa Alejandro VI le regaló (por el tratado de Tordesillas) al Reino de Portugal y el de España, todas las tierras descubiertas y por descubrir por sus conquistadores, evidentemente, el Vaticano se reservó su parte del pastel. La Iglesia Católica durante la Inquisición les arrebataba los palacios, las tierras y los bienes  a los nobles acusados de herejes. De igual modo, la Iglesia Católica fue uno de los grandes latifundistas poseedores de los mejores terrenos productivos tanto de América como de Europa (occidental y oriental), por lo tanto era poseedora de siervos y esclavos. De allí el lema de la Iglesia “la propiedad privada es sagrada” mejor dicho, la propiedad robada. En las guerras de conquista de los caballeros medievales, una vez que le arrebataron los terrenos y palacios, era tradición que una parte de esta se "donara" a la Iglesia. La Santa Iglesia Católica se benefició de la venta de indulgencias para asegurarles a los pecadores la salida del purgatorio, pasaje vip, hacia el cielo. La Iglesia Católica financió algunas Guerras durante las cruzadas para obtener su parte una vez que triunfaran. El Vaticano se beneficiaba con el gravamen que cobraba cuando asignaba cargos de obispos y arzobispos. La Santa Iglesia Católica se favoreció del reparto, junto con el rey de Francia (Felipe el Hermoso), de la fortuna que le robaron a los Templarios. La Iglesia Católica recibe grandes fortunas por los liceos y universidades que operan en casi todas las partes del mundo, sobre todo de la congregación de los jesuitas. A esto le agrego la cantidad de casos de corrupción en la que ha estado comprometido el banco del Vaticano, como el lavado de dinero, provecho de bienes provenientes del delito y otros delitos financieros. Así nace la fortuna de la Iglesia Católica, la santa iglesia que propicia la natividad de Jesús, que no se sabe si existió (no hay prueba física de su nacimiento) y si nació no fue el 25 de diciembre. Esta misma fecha era la escogida para el origen de todos los dioses vinculados al Sol (Apolo, Osiris, Horus, Helios, Mitra, Isis…) es decir, al Sol Invictus, un viejo culto religioso antiguo dedicado a la divinidad solar.

Entiéndase estimados lectores, no me estoy burlando de la fiesta a las que el mundo cristiano concurre para dilapidar dinero, para hartarse de comida y bebida, este trabajo es producto de muchos años de estudio e investigación. Me estoy refiriendo a una Iglesia Católica que obtiene ganancias anuales en España por el orden de 32 mil millones de Euros, que es dueña de 35 mil inmuebles, entre edificios y fincas en España, además, es propietaria de 45 mil edificaciones en Italia, entre patrimonios, internados y escuelas. Esta es una Iglesia capitalista, es decir, una empresa cuyo único interés es ganar, acumular y acrecentar dinero y no el “niño dios”. Quizás, por el gran daño que han causado las religiones el filósofo y matemático británico Bertrand Russell sentenció: “La religión sirve para impedir el conocimiento, promover el miedo y la dependencia. Es responsable en gran parte de la guerra, opresión y miseria en el mundo”. Lee que algo queda.   



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Enoc Sánchez


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