¿Existe una estrategia democrática?

Muchas veces el pensamiento estratégico político, ese que se aplica para diseñar tácticas y estrategias frente a una situación concreta, esa parte de la actividad política que se parece peligrosamente a los juegos, tiene que utilizar a fondo la imaginación y la fantasía. Elaborar ficciones como la de la existencia de una "oposición" al gobierno, caracterizada en su único afán común de desplazar al partido gobernante, aunque admita discusiones en su seno y comprenda importantes disensiones ideológicas. Imaginemos, pues, que existe tal saco donde arrojemos en un abigarrado montón a todos los ex (adecos y copeyanos, sobre todo), los nuevos brotes de una derecha anticomunista de reflejos de guerra fría, serios profesores, exaltados odiantes del populacho, "chavistas críticos", trotskistas, marxista-leninistas, hábiles evangélicos, petkoffistas, etc. ¿Cómo debiera plantearse racionalmente esa "oposición" (importantes las comillas, sobre todo porque resalta la ilusión de que eso constituya una sola entidad) la actual situación, especialmente la creada a partir de una serie de circunstancias recientes, la más resaltantes, la designación del nuevo CNE?

Las decisiones últimas del gobierno muestran la eficacia de ciertos "incentivos", presiones o razones que no provienen precisamente de un presunto "ánimo de rectificación". De hecho, la conducción del madurismo se ha caracterizado siempre por no dar puntada sin dedal, por no soltar "ni un tantito así" a sus enemigos. Al contrario; no contentos con derrotar los sucesivos intentos del adversario por desplazarlo del Poder estatal (cada vez más desnudo e impotente), los dirigentes del chavo-madurismo (término que asumo para evitar la discusión de si el madurismo es chavismo o no) emprenden una "persecución en caliente". Por ejemplo, no sólo neutralizan una victoria electoral y la consecuente mayoría en el parlamento, sino que anulan todo el poder legislativo y, encima, inventan un Super Poder, constituyente sólo de nombre, que enterró la organización estatal consagrada en la Constitución.

Ahora nos conseguimos con algunas decisiones y hechos con otra significación. En primer lugar, estas últimas medidas más bien parecen obligadas. Anotemos algunas, las más significativas: aceptación del plan de alimentación de las Naciones Unidas (lo cual implica el reconocimiento de que en este país lo que abunda es el hambre, como uno de los países más pobres del continente y quizás del mundo, cosa que hasta hace poco se negaba, evidenciando que no se hacía por un brote psicótico, sino más bien por un embuste proferido con toda premeditación y alevosía); admisión del asesinato de un conocido dirigente opositor en la cárceles del Estado y acusación express de unos funcionarios por el delito que hasta hacía poco se negaba; elaboración a toda velocidad de unos informes solicitados por la fiscalía de la Corte Penal Internacional. Y, como guinda del pastel, la designación de un nuevo CNE, con una composición llamativa: 3 del gobierno, 2 de la oposición, y no cualquier oposición; sino la que se siente expresada en Capriles y Stalin González, es decir, no de la "mesita", mucho menos de los marxistas leninistas de la APR. Ni hablar, de un "chavismo crítico" que casi no se lee más allá de "Aporrea", o del trotskismo que sabe hacer alguna bulla. El nuevo CNE ostenta el jefe regional de uno de los partidos del G4 y uno de los asesores electorales de la vieja MUD, delegado de FEDECAMARAS, quien hasta exhibe en su curriculum haber sido preso político durante varios meses.

El nombramiento del nuevo CNE, con su composición de tres oficialistas y dos representantes de la oposición (o de una de las oposiciones), despertó una amplia gama de reacciones, sobre todo en ese complejo y enredado mundo de los que rechazan al gobierno. Desde la caracterización como "un paso importante" de parte de quienes, evidentemente, participaron en una negociación a todas luces difícil (Capriles y Stalin González, Fedecámaras, Vicente Díaz), así como los saludos de los representantes de gobiernos europeos, la moderación de los voceros norteamericanos, la presencia de un delegado de Noruega por estos predios, hasta el rechazo más estridente de parte de Almagro, personaje lamentable de la "diplomacia" latinoamericana.

En esos predios opositores se hicieron más de una decena de preguntas, llenas de aprensión, propias de un sector lleno de traumas por recientes y remotas derrota: ¿y si participamos en las próximas elecciones, qué vamos a ganar? ¿Puede alguien creer que esta gente entregará el gobierno si se les gana unas elecciones? ¿Qué tanto podrán los nuevos rectores electorales de la oposición? ¿Esta nueva composición es resultado de la política de presiones internacionales, de modo que efectiva para arrancarle cosas al gobierno? ¿O acaso el gobierno está ganando cierta flexibilidad de la "comunidad internacional" con estas concesiones? ¿Para qué le ha servido la práctica de la abstención a la oposición? ¿Si la participación electoral no es importante, por qué el régimen se empeña en convencer a la comunidad internacional de que está siendo flexible? Todos estos interrogantes son reacciones naturales de aquel que muestra las cicatrices, muy dolorosas aún, de un gran mordisco de culebra. También expresan una desorientación que han comparado con la de Adán el día de las madres.

Efectivamente, las aprensiones hacia la nueva situación (incluso habría que preguntar ¿se trata de una nueva situación?) provienen de una derrota todavía no asimilada en su profundidad. La táctica política de "persecución en caliente" ha incluido, por ejemplo, la designación de autoridades "protectoras", con presupuesto y todo, al lado de los gobernadores y alcaldes que la oposición hubiese ganado en buena lid. Pero además, el partido gobernante no dudó en anular un procedimiento entera y absolutamente constitucional como es el de recoger firmas para impulsar un referendum revocatorio, consigna que vuelve a escucharse como un eco en las redes sociales, nuevo espacio de la opinión pública. De modo que nos encontramos con un Partido que no le importa faltar a las formas y a las normas constitucionales para mantenerse en el Poder.

En un párrafo anterior mencioné que las decisiones últimas del gobierno, parecen efecto, no de un ánimo de rectificación, sino de una presión que ha sido económica-financiera (las sanciones financieras), política (proceso en la CPI, desconocimiento de decenas de gobierno, incluso habría que contar aquí la distancia conveniente que muchos dirigentes populistas latinoamericanos han tomado respecto de Maduro) y hasta militar, si contamos el bochorno de los combates en Apure y (¿por qué no?) la evidencia de la impotencia estatal con la banda del Coqui en Caracas. En esto especulamos un poco, pero se vale: ¿esas derrotas tácticas de la FANB en la frontera, al enfrentar una guerrilla evidentemente instalada, no muestran una preocupante debilidad operativa? ¿Eso no ha mandado mensajes, no sólo al exterior, sino sobre todo al interior de las Fuerzas Armadas, un elemento de desmoralización?

Por supuesto, no creemos que la banda del Coqui sea parte del mismo plan de las sanciones financieras. Pero de que es uno de los vectores de fuerza que lleva hacia el mismo punto, lo es. No olvidemos que Engels una vez, en polémica con los "marxistas" de su época, matizaba la determinación de lo económico en lo político, con la imagen de que la historia es al final la resultante de la acción de vectores de fuerza de diferentes direcciones. Esto de ahora, es resultado de una situación de fuerzas muy difícil, incluido el evidente viraje hacia la derecha del gobierno en lo económico, con sus Zonas Económicas Especiales, tratamiento tributario especial al capital transnacional, Ley Antibloqueo, privatizaciones, aplastamiento de los derechos de los trabajadores, dolarización, etc., muy bien criticada por los camaradas del PCV. Incluido ese proyecto de sustituir la institucionalidad estatal con un aparato burocrático en manos del partido directamente: el mal llamado "Poder Comunal".

De modo que la situación, compleja y todo, exige un pensamiento estratégico que vaya más allá de contestar las angustiosas interrogantes de una oposición que todavía se lame las heridas.

Y ahora, casi en el último párrafo, es que retomo la pregunta del título de este artículo: ¿existe una estrategia democrática? Se me dirá: "claro: el voto". Otra respuesta posible: "se trata de una acumulación de fuerzas". Pero sigo sintiendo en estas respuestas, acertadas claro, la ausencia de algo. De un objetivo. "Pero, Puerta ¿cuál va a ser? Restituir la vigencia de la Constitución". Muy bien. Pero sigo sintiendo que falta algo. Porque todos sabemos que la Constitución (y toda la legislación) es la resultante también de una correlación de fuerzas sociales y políticas. Es la cristalización de una dinámica, valga la contradicción.

Los hechos son los hechos; la historia es la historia. Una compleja interacción entre fuerzas con distintas y antagónicas direcciones. Es posible que lo que ahora se presenta sea efectivamente "un primer paso", del cual todos debemos felicitarnos. Es decir, un paso hacia la reactivación de la una Constitución democrática y participativa. Pero…en todo caso, hay que reorientar la discusión hacia el futuro posible del país, cuando la Constitución vuelva a ser el marco general de la acción política, social y cultural



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Jesús Puerta


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