El policía en la cabeza

—Usted sabe que la manera de ser de las personas va cambiando continuamente a lo largo del tiempo.

—Eso tengo entendido.

—Bueno compita, las personas vamos alterando nuestra forma de ser o porque nos obligan que es en la mayoría de los casos o porque deseamos hacer algunos ajustes.

Fíjese que poco a pocos los ciudadanos van cambiando con respecto a lo que eran en un pasado reciente.

Es imperceptible el cambio pero está ahí.

Ya podemos hablar de un venezolano del siglo XXI, que poco deja de parecerse al del siglo pasado.

—Así es, ha habido cambios.

Aunque muchos lo quieran negar o se aferren a las nostalgias del pasado.

—Quienes nos quieren hacer creer que continuamos siendo iguales e incluso mejores son los chavecos.

Nos están aplicando desde hace rato lo que se llama ingeniería social.

—¿Cómo es eso? Explíquese y expláyese.

Agarre cancha y sin miedo.

—Vivimos en una ficción revolucionaria disfrazados e interpretados por unos individuos que nos quieren hacer cree seguimos siendo iguales, que hay cosas que permanecen inalterables a pesar de los cambios ocurridos.

Estos nastuerzos nos siguen aplicando un discurso siglo XIX y de dominación panfletaria, que de tanto repetirlo se está incrustando en la piel de la gente.

—Interiorizando, diría la gente culta.

Tenga el ejemplo de la bendita caja clap, eso es carbohidrato. Basura alimentaria.

Eso ha generado una serie de relaciones que no se vivían antes.

Las relaciones de los miserables en que nos han convertido y que estamos ansiosos porque nos entreguen la caja, y en torno a ese evento se generan una serie de conversas que refuerzan la misma actitud de miserables sociales.

Esta macabra historia que estamos viviendo desde que llegó el chofer al poder se ha hecho normal, cada espectáculo de miseria es normal.

Y así hemos asumido poco a poco semejante espectáculo.

Si llegamos a tener oportunidad animamos al verdugo para que siga adelante y se ensañase contra la población, contra nosotros.

Lo que ayer nos resultaba intolerable hoy se ha hecho normal.

—Le voy agarrando la vuelta, siga.

—La diferencia entre lo que era normal y anormal ha desaparecido.

El poder ha terminado por establecer cuáles conductas son ahora normales y cuáles no.

Estos que controlan los hilos perversos del gobierno deciden lo qué es delito, enfermedad o pecado.

—Y ¿cómo lo hacen?

—A través de la educación, la cultura y los medios de masas se nos adiestra para que consideremos normales los comportamientos que a ellos les conviene.

Hasta que terminamos aceptando esto sin cuestionarlo, como algo muy natural.

Todas las otras conductas que se escapan a los lineamientos revolucionarios son consideradas conductas desviadas y son castigadas. Tome el ejemplo del carnet de la patria, si no lo tiene no recibe el premio porque es una conducta desviada.

Ese es un ejemplo sencillo.

—Estamos siendo educados y adiestrados para pensar que esto siempre ha sido así.

—Exactamente.

Toda la historia de Venezuela se resume al difunto, ahí comenzó y ahí terminó.

Déjeme decirle algo más.

—Adelante, siga

No le ofrezco café porque no tengo.

—No se preocupe por eso.

Nos estamos comportando como le interesa a los que tienen el poder.

Tienen rato doblegándonos.

Nos quieren aplicar una lobotomía social.

El discurso de esta gente está dirigido a cuestionar a quienes critican este orden establecido.

Por eso no es descabellado decir que vivimos en una sociedad disciplinaria en la que se nos instruye abiertamente.

Porque no lo hacen escondido.

Este sistema disciplinario ha ido construyendo un modelo de conducta que se refuerza con premios, entiéndase bonos y todo lo demás para los normales, y con castigos para los anormales los que tienen conductas desviadas.

Por eso es que se ha generado un control social que ha conseguido que interioricemos esto y que seamos nosotros mismos quienes nos castiguemos.

—Usted quiere decir que tenemos un policía en la cabeza.

Con el que nos vigilamos en todo momento.

Y nos advierte de que si se nos ocurre ponernos popy seremos sancionados.

—Así mismo es.

Por ello nos han ido convirtiendo en parte del sistema.

Y muchos han aprendido que deben castigar al anormal llamándolo vendepatria y traidor y, además, burlarse de él porque es anormal.

—¡Virgen santísima!

Lo tengo que dejar y me disculpa.

Nos vemos luego.

Y le dijo: Por ahora, apriete.



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Obed Delfín


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