Mesianismo: Militantes y simpatizantes

El mesianismo —tanto en su versión socialista y comunista— es una ideología donde prima el culto al partido. El cual conlleva en sí una formación a-interpretativa y manipuladora de un supuesto estado revolucionario; un adiestramiento o adoctrinamiento militante que transforma todo discurso en un dogmatismo de fe. Entonces, el partido debe ser experimentado como el seno donde reposa toda la verdad de esta religión secular.

Tal dogmatismo siempre conlleva una historia tormentosa, patética y de rivalidad entre el mesianismo y los demás, que son vistos como enemigos a liquidar. Por esos los militantes no dudan en ver a sus conciudadanos como enemigos a denunciar; todo otros es traidor, que se pasa al campo del capitalismo el día en que no reconoce ciegamente las bondades la revolución y sus profecías. De allí, los cooperantes.

El mesianismo denuncia de buen grado la crueldad de los otros, pero no ve en sí mismo las crueldades que se hacen en su nombre. Todo lo demás es motivo de escándalo, pero no su falta de democracia y dominio sobre la población. Sin embargo, en este dogmatismo de fe nunca consiguen vencer es especie de mala conciencia. Donde plantean que nunca hay otro camino, por eso son hostiles a toda otra opinión. Cuando someten a sus supuestos enemigos políticos reaccionan con la satisfacción de la misión cumplida, como unos cruzados del siglo XXI.

Ha bastado con que haya muerto el líder supremo, para que los sucesores hayan llevado a cabo algunas modalidades extremas de acción política; acciones producto de la patología dogmatica, con que han tendido la mano llena de migajas. A fin de cuentas, les parece que la técnica del caciquismo ha hecho inevitable los excesos del estado de necesidad, para la edificación socialista de una población inútil por el hambre y la enfermedad.

Las alternativas mesiánicas son de desesperación, pues dependen de la inagotable simplicidad y creencias de los militantes y simpatizantes, predestinados a los campos del hambre y la necesidad. Toda la construcción del mesianismo se basa en el equívoco de esta religión secular, que no es más que el endurecimiento dogmático de opiniones y creencias erradas.

Aquellos que simpatizan con el mesianismo afirman la necesidad de un poder fuerte para establecer una supuesta unidad, superar las querellas partidarias, conducir una política que nos llevará a la felicidad. Es una adhesión y un círculo de vieja tradición de fe, con aliados para el oportunismo y con los demagogos de camisas rojas. Aunque cada vez la usan menos.

La doctrina y el dogma del Partido niegan la libre voluntad de los militantes y simpatizantes, además del resto de la población. Al mismo tiempo exige un auto-sacrificio supuestamente voluntario. Niega el Partido la capacidad para escoger entre dos alternativas, porque siempre solo hay una. Además, le exige al simpatizante que constantemente elija la alternativa legítima, que es por supuesto la que el Partido dicta.

El dogma mesiánico niega la facultad de distinguir entre el bien y el mal, el bien es el Partido, lo demás es el mal. Al mismo tiempo, el discurso mesiánico hablaba patéticamente de crimen y traiciones; que son cometidos contra los postulados de fe revolucionaria.

El militante está colocado bajo el signo de la fatalidad económica, ésta es la cruz que tiene que cargar por siempre. El simpatizante, por ello, solo es una rueda en un engranaje al que se ha dado cuerda para toda la eternidad, que no puede ser detenido ni influido. El Partido pide que la rueda solo gire, que nunca se atreva a ir en contra del mecanismo e intente cambiar de sentido. Si hay algún error y la ecuación no cuadra todo es culpa del perverso capitalismo. Que es lo demoniaco de la partida.

Esta rueda que solo gira en ese engranaje jamás se le ocurrirá proponer algo o incluso a debatir algún dictado realizado por los sumos sacerdotes del glorioso Partido. Los simpatizantes terminan creyendo a pie juntillas que la revolución está regida por leyes celestiales que no pueden soslayarse ni romperse; por lo cual, no tiene ningún sentido interferir en su funcionamiento.

Esta inflexibilidad revolucionaria hace que a muchos militantes y simpatizantes les falte el carácter para los desafíos políticos y morales. La política, entonces, no tiene nada que ver con los derechos, ni siquiera con la justicia. Pues el discurso mesiánico les dice que la política solo tiene que ver con las clases oprimidas a la cual ellos pertenecen, con la explotación que hacen sobre ellos y con las formas perversas de producción. Y el Partido con sus promesas está para salvarlos de eso.

En el mesianismo todo lo que queda es la política del interés, la política de la envidia, la política de la reelección indefinida, signada por la ausencia de ideales. La política ha sido reducida a una forma de contabilidad social y a la administración de personas y cosas. Lo cual trae grandes beneficios para los sacerdotes y gurús del mesianismo, por eso están tan gordos y cachetones.



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Obed Delfín


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