Del pragmatismo doctrinario al fárrago conuquero

«Este temor a encontrarse en mala compañía no es una expresión de pureza política, sino de falta de confianza en uno mismo». Arthur Koestler

Los mesiánicos, en su círculo cerrado, han elogiado su doctrina espiritual y política —aunque muy olvidada en estos días— como un algo de dotes extraordinaria Como un algo que transformó toda teoría revolucionaria y toda forma de entender el mundo, sea ésta presente, pasada o futura. Haciendo que tal amasijo de ideas impregnaran todo y estuvieran por todas partes. Aunque lo que en verdad ha sido es solo un auditorio atestado de aduladores.

La versión revolucionaria que dan todos estos adjuntos solo tiene relación con alguna nada, de la que ya se ha escuchado mucho. Estos mesiánico han troceado cualquier cosa que les pasa por las manos en pequeños fragmentos; selección aquellos textos o partes de textos que se adecuaban mejor a su interpretación, y después proceden a construir la versión más interesada y a-histórica que se uno se puede imaginar.

Ese ejercicio de malabarismo, propio de un blacaman, no guarda ninguna relación discernible con doctrina política o histórica alguna. ¿Por qué se ha producido tal manipulación que tiende a valorar las cosas como buenas o como malas, según la conveniencia de ellos? O, tal vez, debiese uno comprender algo mejor qué es lo que ha estado ocurriendo. Los mesiánicos y sus acompañantes han estado empeñados en hacer una lectura y un discurso revelador de la realidad. De una realidad que les conviene a sus fines.

Con tal lectura y tal discurso, lo que hacen es tomar o seleccionar lo que necesitan e ignoran, según sus intereses, el resto. Donde ellos hayan algo dicho, o que no pueden hallar porque no existe, lo tergiversan y lo interpretan a sus intereses; construyen una forma de entidad que se ajusta a su imaginación. A esto lo llamaban revolución. Una revolución que, según ellos, han inventado; la cual pueden y deben aplicar como un patrón a todas las situaciones.

¿Por qué inventar tal revolución? La respuesta, podría ser, que lo que están tratando de hacer es salvar el sombrío historial de resentimiento; que ha conducido a la manipulación despiadada y al fracaso preanunciado de sus predicciones. Por esta razón, han apartado del ámbito de la historia, de la política y de la experiencia cualquier crítica posible.

En ese lenguaje, la mentada revolución es una práctica perversa que no tiene nada que ver ni con la voluntad ni con las acciones humanas. Por lo tanto, aquella no afecta ni la fragilidad ni las deficiencias humanas. Por ello, en el discurso oficial todo está bien. Lo que importa son sus intereses, su decir, no las personas.

Esta práctica determina la importancia y la relación de su estructura dominante. La práctica económica y la práctica política son una; y tienen ambas la finalidad de exterminar la condición humana. La importancia particular de esta práctica es que sitúa a las personas y su actividad en el plano de la nada. De lo que no existe.

Esta revolución sin sujeto, que solo hace hincapié en la importancia de la revolución misma, desvía la atención de sus defectos. De esta forma, el crimen de estos años de hambre y miseria, la explican como la perversión exterior de quienes son incapaces de comprender «el proceso». La culpa es de los otros, de los pocos de mentes que no comprenden las maravillas que promete la cacareada revolución.

En suma, el mesianismo del siglo XXI no tiene errores, sino solo incomprensiones. El mayor problema consiste en que esos otros no tienen la capacidad de reconocer las virtudes del discurso revolucionario. Tales virtudes son importantes porque no admiten la embarazosa historia de esta desmesura, ni socavan lo que queda de su pretendida omnisciencia revolucionaria.

El mesianismo responde que cualquier fallo solo es un paréntesis desafortunado producido por los demás, en el inmaculado historial revolucionario. Las transgresiones son una mera desviación, que se dan porque los demás hacen zancadillas y traiciones. Con esto realizan, los mesiánicos y sus adjuntos, el doble servicio de mantener a los sujetos políticos fuera del problema y reiterar la importancia central de los conceptos revolucionarios, es decir, la anulación de las personas.

El discurso es un lenguaje ampuloso y vacío. Una interpretación radical y fatua que trata de situar a ellos en un linaje distinto. Un lenguaje doctrinario que se dedica a excomulgar a todos los demás. Un discurso que impone a los otros la condición inmoral y de irresponsabilidades, pues éstos impiden la correcta apreciación de las fuerzas revolucionarias. Un lenguaje que induce a que se tiene que aceptar la autoridad de aquellos que hablan y supuestamente piensan, esto es, de la élite del poder.



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Obed Delfín


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