Marx, 200 años (III de 3)

  1. EL DERRUMBE SOVIÉTICO Y LA CONVERSIÓN CHINA

A mediados de los ochenta, asciende al poder en la URSS una nueva dirigencia, encabezada por Mijail Gorbachov, que emprendió dos políticas de grandes cambios a lo interno y externo de la gran potencia: la Glazshnost (transparencia) y la Perestroika (reestructuración). Vale decir que la dirigencia anterior, liderada por Brezhnev, había dejado al país metido en un gran estancamiento económico y político, con la vuelta a la extrema centralización administrativa y un endurecimiento del ambiente político, adentro y afuera del país. Fueron los tiempos de la intervención en Checoslovaquia y la doctrina de "soberanía limitada" del Pacto de Varsovia. Brezhnev había echado para atrás las reformas supuestamente anti-stalinistas de Kruschev, pero, al parecer, los resultados habían sido más problemas. Ese balance se lo debió haber hecho el PCUS que, luego del intento de Andropov, muerto poco después de su elección a la jefatura del Partido y el Estado, se inclinó hacia este reformista que, enseguida, despertó muchas ilusiones, especialmente en muchos honestos marxistas descontentos con la URSS.

Por ejemplo, el gran filósofo marxista venezolano Ludovico Silva, saludaba la nueva estrategia gorbachoviana como la realización más auténtica del ideario original de Marx: una sociedad socialista que, mediante la democratización radical, con el ejercicio de la libertad (sobre todo la de expresión, que permitiría revelar tantos horribles secretos de las etapas más oscuras del stalinismo y post-estalinismo), pudiera superar la alienación económica, social y, sobre todo, ideológica.

Los cambios de Gorbachov resultaron espectaculares. Efectivamente, la "transparencia" permitió la circulación de libros prohibidos, se revelaron secretos de las atrocidades de las décadas anteriores, se permitió la crítica abierta con el partido gobernante. La agitación política fue tanta, que permitió que, desde las propias entrañas del PCUS, surgieran grupos y líderes que proponían abiertamente el derrocamiento del poder del Partido y el desmontaje de la URSS y todo el bloque soviético. Pero hacia fuera, los cambios lucieron más asombrosos: cae el muro de Berlín, las rebeliones populares acompañan la caída de los despotismos de Rumania, Hungría, Polonia (donde es la clase obrera la que presiona los cambios más radicales), se dan pasos concretos hacia la desintegración, no sólo del Pacto de Varsovia, sino de la propia Unión Soviética. Si "revolución" significa una transformación radical de las estructuras políticas, sociales y económicas, el "derrumbe" de la URSS fue una revolución, aunque, por supuesto, no la que soñó Marx; tampoco la que soñó Reagan y la Thatcher, los jefes del bloque imperialista enemigo; aunque sí, tal vez, la que había soñado Churchil. Quién sabe. El periodismo internacional invirtió las denominaciones, y la "izquierda" pasó a ser representada por los partidarios del mercado libre, la privatización universal, la desintegración de la URSS y el derrocamiento del PC; mientras que la "derecha" ahora eran los que aspiraban a que se resguardara lo esencial del removido poderío comunista. Tan radicales eran los cambios, que un sector del Partido y de las Fuerzas Armadas intentaron detener aquello con un golpe de estado, cuyo fracaso lo que hizo fue acelerar los cambios, remover al propio Gorbachov de la conducción del proceso, y elevar al poder un nuevo liderazgo, el cual no era más que la representación de una nueva clase claramente burguesa.

Si alguna vez se vio claramente la confirmación de los pronósticos de Trotsky y del propio Mao, fue en este proceso: La burocracia usurpadora del PC se había aburguesado y ahora era de ella de donde provenían los magnates, los jefes de maffia, los nuevos potentados y monopolistas, que se aprovecharon de la política de privatización y de los inmensos créditos del FMI para la restauración del capitalismo en Rusia. En la opinión pública habían vuelto, con gran fuerza, los movimientos ultranacionalistas, y hasta la Iglesia Ortodoxa retornaba por sus fueros. La URSS, el Pacto de Varsovia, el bloque socialista, pasaban a la historia. La lucha entre maffias y grupos de poder político y económico, se resolvió finalmente a favor de un hábil exagente de la KGB, Putin, quien, manipulando el nacionalismo y la gradual pérdida relativa de poderío norteamericano, fue retomando algunos espacios a nivel internacional, especialmente recuperando territorios de la ya extinta URSS (la región de Crimea de Ucrania), evitando que la línea del separatismo fuese cruzada nuevamente en la guerra de Chechenia, avanzando en un nuevo mapa geopolítico con su alianza estratégica con China y su intervención en Siria y Medio Oriente.

De nuevo el nacionalismo de gran potencia dictaba la política, quitándose las máscaras de otras ideologías. Por otra parte, lejos de lo que pensara el Che Guevara en algún momento, las armas del capitalismo no estaban para nada melladas. En China (pero igual en Vietnam), la dirigencia pragmática cooptada por Deng Xiao Ping en el PC chino, había llegado a la conclusión e que la mejor manera de hacer "avanzar las fuerzas productivas" y modernizar la sociedad, era asociándose con el capital transnacional y aprovechar el bajo costo de una mano de obra muy numerosa, disciplinada y, en parte, ya entrenada o calificada. Al contrario del "shock" que se había aplicado en Rusia, que implicó la pérdida del poder por parte del PC, en China se prefirió ir reestructurando poco a poco, sin aflojar para nada el control político del Partido. Se abrieron, experimentalmente primero, generalizando después la experiencia, las Zonas Económicas Especiales, asociaciones estratégicas con el capital mundial. El PC le abrió las puertas a la nueva clase de millonarios. El estado chino entró con todas las de la ley en la Organización Mundial del Comercio, la asociación de promoción del neoliberalismo en el mundo, con más fuerzas que los propios Estados Unidos. El Yuán se convirtió en una de las monedas de mayor futuro, gracias a los acuerdos con Rusia de comerciar con las monedas nacionales.

Se configuró, pues, un nuevo modelo político-económico. Un fuerte Estado, dirigido por un Partido nacionalista (así se llamara "Comunista"), una asociación estatal con el capital mundial, mano de obra, asalariada por supuesto, barata, disciplinada y entrenada. Hoy, desde el Papa hasta Chomsky, todos señalan que estamos ante una nueva guerra fría, en la cual se enfrentan los intereses geopolíticos de, por un lado, Estados Unidos y sus aliados europeos, y por el otro, Rusia y China.

¿Hay socialismo hoy en el mundo? ¿Puede llamarse socialismo regímenes como la monarquía despótica y absoluta de Corea del Norte? ¿China es socialista? ¿Cuba, qué es?

Las anomalías parecen haber reventado todas las previsiones hechas desde premisas marxistas. Ninguno de los estados del mundo puede caracterizarse como transición hacia una sociedad sin estado ni explotación de clases. En ninguna parte se avizora nada diferente de la explotación del trabajo y la acumulación de capital. La dominación tiene, sí, muy diversas apariencias: desde la clásica democracia norteamericana, las monarquías constitucionales europeas, el republicanismo francés e italiano; el estado con prácticas despóticas y nacionalistas de Rusia, la teocracia árabe-saudita e iraní, etc. El capitalismo puede mantenerse con muy variados regímenes políticos. Las crisis del capitalismo se han repetido, claro, pero el sistema ha demostrado una capacidad de recuperación y mutación imprevisible y sorprendente. La "lógica del capital", sea la explotación del hombre por el hombre, o la dominación de toda Naturaleza incluida la humana, sigue desplegándose.

¿Y el Sujeto revolucionario? ¿Y el proletariado? ¿Y las luchas del Tercer Mundo? ¿Qué tal la izquierda latinoamericana?

  1. EL TERCER MUNDO Y AMÉRICA LATINA.

En su momento, la revolución cubana pareció enseñarle a la izquierda latinoamericana y más allá, algunas cosas muy precisas. Ese par de enunciados que rezan, primero, que los revolucionarios tenían como primer deber hacer la revolución y, segundo, que no hay esperar las condiciones objetivas porque la voluntad de los revolucionarios puede crearlas, lucieron entonces, y todavía hoy, una apología del voluntarismo, en su acepción más exacta: la exaltación del poder creador de la voluntad humana frente a las realidades dadas, la primacía de lo subjetivo sobre lo objetivo. El modelo del llamado "foquismo", que la dirigencia cubana inspiró, fue asumida por la izquierda latinoamericana durante más de una década, en forma de guerrillas, rurales o urbanas. Mientras tanto, al proponer salidas a los problemas concretos de la construcción del socialismo en Cuba, el Che Guevara no sólo dio un tono místico y religioso al compromiso revolucionario (inspirado en el amor, en la compasión por el dolor de cualquier ser humano en el mundo, etc., eco evidente de la tradición católica latinoamericana), sino que tuvo coincidencias involuntarias con el maoísmo, con su crítica al "modelo soviético", a los estímulos materiales, en su énfasis de creación del "Hombre Nuevo" a partir de una asunción ideológica testimonial y el rechazo total de las "armas melladas del capitalismo" para activar el "avance de las fuerzas productivas".

Otra coincidencia no querida fue con la tesis de la "revolución permanente". No nos referimos al evidente malestar de la dirigencia cubana cuando los soviéticos retiraron sus misiles nucleares de la isla, tras negociar con Washington, en octubre de 1961, sino al paso directo de una revolución democrática, contra una dictadura, a una antiimperialista y de esta, a los objetivos socialistas. Desde el punto de vista soviético, este salto fue, a la vez, una sorpresa agradable, pero también una incomodidad en el despliegue de su estrategia de coexistencia pacífica y competencia económica entre los dos sistemas en todo el mundo. Pero es que, además, desde un punto de vista estrictamente teórico, los soviéticos no habían ni pronosticado, mucho menos planificado, tal avance en una revolución. Su tesis seguía siendo la "revolución por etapas", no el avance directo, de lo democrático-burgués, a lo socialista, que sí lo había planteado Trotsky. La cubana, de esta manera, era cuatro veces herética: porque afirmaba la primacía de lo subjetivo sobre lo objetivo, porque irrumpía contra la estrategia comunista oficial de la coexistencia pacífica, porque la revolución había sido encabezada por un grupo guerrillero, del campo hacia la ciudad, y porque, en la construcción del socialismo se asumía el esquema voluntarista más propio de la "Revolución Cultural" maoísta, que la de la acumulación originaria socialista soviética, los estímulos económicos y la relevancia de los cuadros técnicos, de los soviéticos.

Pero, además, la revolución cubana dio elementos a un nuevo desarrollo teórico, que rompió críticamente con la teoría del desarrollo en boga en los organismos internacionales que se encargaban de proponer políticas para desarrollar los países latinoamericanos, para colocarlos en otro lugar en el mercado mundial capitalista a partir de una industrialización protegida por el estado. Nos referimos a la teoría de la dependencia: una explicación del subdesarrollo basada, no en un presunto "retraso" de las tareas de modernización en el continente, sino en la dominación imperialista norteamericana, con el apoyo y asociación con las burguesías de cada país, alianza que determinaba una respuesta histórica adecuada: la revolución socialista identificada con la de la liberación nacional. De nuevo, se trataba de unas ideas que armonizaban con las teorías de Trotsky varias décadas atrás.

Para completar la novedad, en nuestro continente se dio un matrimonio inconcebible en otras latitudes, entre la teología católica y el materialismo histórico. Surgió la teología de la liberación. Más tarde, esta tuvo su variante en la filosofía de la liberación que alimentaría una nueva corriente teórica: el pensamiento decolonial. De modo que América Latina daba a luz nuevas mezclas e hibridaciones, en un continente caracterizado en lo cultural por la transculturación, es decir, el cruce productivo de elementos originados en muy diversos lugares de enunciación.

Luego del fracaso de la estrategia guerrillera, excepto Nicaragua, caso que tiene muchas más aristas originales y únicas, la izquierda latinoamericana experimentó el camino del avance democrático electoral, con la experiencia maestra de la Chile de Allende, ahogada a sangre y fuego por los militares gorilas. Sólo en los primeros años del siglo XXI, la izquierda latinoamericana volvió a coger un aire sin precedentes.

Ya hay cierta distancia histórica como para hacer un primer balance de la experiencia de la izquierda latinoamericana del siglo XXI, de sus fuerzas políticas, sus gobiernos, sus logros, errores y desviaciones. Convergen en su emergencia varios procesos relativamente independientes: el crecimiento de un movimiento heterogéneo, verdaderamente internacional, de crítica mundial a la llamada "globalización capitalista"; el surgimiento de fuerzas políticas nuevas, algunas surgidas de fuerzas sociales inéditas: los indígenas, en el caso de los zapatistas en México, pero también en Bolivia y, en parte, Ecuador; unos militares "patriotas" en Venezuela; la maduración de movimientos sociales en Brasil, la aparición de una nueva tendencia peronista en Argentina, etc. Pero como elemento unificador el rechazo de las políticas privatizadoras del neoliberalismo hegemónico en las organizaciones internacionales. Ellas llevan la caldera social a su explosión. La respuesta popular fue masiva y casi espontánea. En Venezuela, en 1989, ocurre una "explosión social" como reacción a la implementación de un paquete de medidas de ajuste que hizo estallar la hegemonía de los partidos populistas democrático-representativos; jornadas que fueron preludio y preparación a la otra explosión, esta vez en forma de intentona golpista, el 4 de febrero de 1992. En Argentina, en Ecuador, en Brasil y en Bolivia, el neoliberalismo había llevado la inflación a los extremos mñas grotescos. En fin, lo que ya sabemos: se produce una ola de triunfos electorales de las nuevas (y a veces no tan nuevas, como es el caso del PY brasilero o los peronistas de izquierda en Argentina) izquierdas. La aurora de la izquierda mundial se había producido en América Latina.

Hay varias caracterizaciones de estos gobiernos. Incluso hubo analistas (Castañeda, Petkoff) que hablaron de por lo menos dos izquierdas, una más "radical" que la otra, más "inteligente". Pero todos concuerdan en que, aunque son diferentes entre sí, lo común es bastante significativo: mucha movilización popular masiva; rechazo al neoliberalismo que implicó políticas sociales masivas de redistribución de la riqueza, las cuales algunos asociaron al tradicional "populismo", en el cual se mezclan esas políticas redistributivas, de intervención estatal en la economía, con un discurso antiimperialista y antioligárquico, que apelaba a un "pueblo" conformado por las diversas clases explotadas o marginadas (obreros, campesinos, artesanos, buhoneros, informales, etc.). En todo caso, la irrupción de esta ola de la izquierda, marcaba la decadencia, si no el final, del neoliberalismo, justo cuando parecía afirmarse como nunca el poderío de los EEUU, como única potencia mundial político-militar.

Por otra parte, los gobiernos de la nueva izquierda aplicaron políticas económicas signadas por el extractivismo, en sus variantes, desde el rentismo tradicional del estado venezolano, hasta las plantaciones intensivas de sorgo en Argentina y Brasil. Todos los nuevos gobiernos de izquierda (así como no pocos de derecha) se montaron en el avión de la exportación de materias primas (commodities) hacia la expansión de los llamados "nuevos países emergentes" (entre los cuales se contaba Brasil), sobre todo China.

Pero, al parecer, el ciclo se empezó a cerrar, como respondió a una especie de fatalidad histórica o a un péndulo secular. En realidad, hay que describir con más detalles los errores políticos y de gestión que en su conjunto, y retroalimentándose, determinaron la suerte de la experiencia: alianzas con sectores de derecha en Brasil, exacerbación del rentismo populista en Venezuela, etc. La crisis del capitalismo financiero en 2008 repercutió en una caída importante de los precios de las materias primas. Una coherente estrategia petrolera, coordinada entre Arabia Saudita y Estados Unidos, con promoción de nuevas tecnologías de explotación de los hidrocarburos, derrumbó los precios del petróleo, prácticamente único producto de exportación efectivo de Venezuela.

Mientras tanto, y desde mediados d la primera década del siglo XXI, América Latina había entrado en la estrategia de expansión de Eurasia. Las billonarias inversiones chinas en infraestructuras dibujó el futuro planificado en Beijing y Moscú para la región: convertir el Caribe en "Mare Nostrum", conectando un gran puerto de Mariel en Cuba y un nuevo canal interoceánico a través de Nicaragua, para llevar materias primas a la nueva senda de la seda, megaproyecto que involucra a casi todos los países asiáticos en inversiones fabulosas; comprometer a todos los países del Pacífico a nuevos pactos de libre comercio. Ya los países latinoamericanos, por la vía de sus inmensas deudas, se engancharon al nuevo proyecto de reacomodo del sistema-mundo capitalista, como peones en la nueva guerra fría Eurasia/EEUU.

Las nuevas realidades exigen nuevos desarrollos teóricos, a partir de la teoría del imperialismo y, quizás, incorporando los hallazgos del análisis del sistema-mundo, como han hecho los pensadores decoloniales.

  1. EL ANÁLISIS DEL CAPITALISMO

La crisis financiera mundial de 2008, que afectó al propio Wall Street, motivó una breve moda de la lectura de Marx. Se retomaron sus teorías acerca de las crisis cíclicas del sistema. En todo caso, la explicación marxista lo que mostró fue que todas las crisis capitalistas se parecen en que son de sobreproducción, evidencia de la premisa teórica de la contradicción entre el avance de las fuerzas productivas y las relaciones sociales de producción. Pero también la teoría indicaba que cada crisis era específica, diferente.

Algunos analistas señalaron que esta crisis era el análogo, para el neoliberalismo, de lo que había sido el derrumbe de la URSS en 1990. Esto por la intervención masiva de los estados para recuperar a los grandes consorcios financieros. Por otro lado, la lentitud y ls dificultades para retomar el crecimiento, todavía diez años después de los acontecimientos, llevan a sostener a algunos analistas (Jorge Beinstein, por ejemplo) que esta crisis es de senilidad sistémica, que no se avizora ninguna recuperación firme porque ya no se siente que venga un nuevo "ciclo Kondratiev", esos períodos, estudiados por el economista ruso, en que el capitalismo comienza cambiar de patrón tecnológico, de sector industrial de punta, al cual pueda jugarse la recuperación segura. Aunque ya Barak Obama anunció, en los últimos meses de su mandato, grandes inversiones en el sector militar (como siempre) para desarrollar nuevas tecnologías, el impulso no ha venido. Incluso, la anunciada ola de nuevo proteccionismo norteamericano signada por el ascenso al poder de Donald Trump, es indicio de que no hay, todavía, una línea clara y eficiente de nuevo auge.

En fin, la crisis continúa, y la gran locomotora china no tiene los benéficos efectos de hace unos años para los exportadores de materias primas, por los anuncios de la dirigencia de, al tiempo de promover el libre comercio mundial, se proponen la industrialización de bienes de consumo para su inmenso mercado interno. Por otro lado, Beinstein habla de "lumpencapitalismo" para referirse, no sólo a la alimentación del sistema con los capitales ilícitos de la corrupción y el crimen organizado mundial, sino a la inmensa desproporción entre la economía real y la de especulación financiera, casi de 20 a 1 a favor de la segunda. Todo el capitalismo luce como una gigantesca burbuja.

Las prometidas innovaciones tecnológicas todavía no se han generalizado como para constituir una nueva industria de punta que reanime el conjunto del sistema. Además, la nueva revolución científica y técnica incluye la robótica, la cual implica un desplazamiento general y definitivo de la mano de obra humana. Por otra parte, la biotecnología puede tener consecuencias imprevisibles para toda la especie, pues se presta al desarrollo de razas de superhombres (o super-soldados), bien por la vía directa de intervenir en el mapa genético de la especie (conocimiento con el que ya se cuenta desde el 2000), bien por la vía de producir órganos de repuesto que posibiliten prácticamente una inmortalidad para quienes puedan pagarla. Estos progresos de la biotecnología, extendida a la industria farmacéutica, crean problemas de legitimación para una ideología moderna que basó la formulación de los derechos humanos en una naturaleza humana que ahora se puede alterar radicalmente. El progreso indefinido, la falta de limitaciones a la innovación tecnológica y su vinculación con la industria armamentista, crea nuevos peligros que se agregan a la disposición de las armas nucleares a un "club" que aumenta cada algunos años.

Ya se han prendido las alarmas, desde las últimas tres décadas del siglo XX, acerca de la amenaza climática o "la venganza de Gaia", como la llaman autores como James Lovelock. Los gobiernos de las principales potencias, los mayores contaminantes, han perdido interés en llegar a acuerdos acerca de la limitación de la emisión de los gases de efecto invernadero, debido a la nueva pugnacidad de la guerra económica mundial "en pleno desarrollo".

Estamos en un mundo muy diferente al de Marx, incluso al de Lenin. El desafío ecológico y los nuevos peligros, que han demandado una nueva ética basada en la responsabilidad para las próximas generaciones, han puesto en cuestión la noción misma de desarrollo y de progreso, eje de la modernidad. Hay la necesidad de una nueva teoría que abra nuevas perspectivas, Autores como Mezsaros intentan esbozarla. Todavía hay un puñado de pensadores que vuelven sobre las premisas de la tradición marxista, ya con la nueva experiencia histórica, considerando las anomalías, buscando las respuestas a los nuevos problemas.

  1. ¿CÓMO QUEDA EL NÚCLEO DE LA TEORÍA?

La historia de estos últimos 200 años, constituye el laboratorio donde se han probado, una y otra vez, las hipótesis deducidas de un núcleo de axiomas teóricos, que se han interpretado y adaptado, para poder ser aplicados, a múltiples realidades nacionales, regionales y mundiales. El marxismo, que siempre se consideró ciencia, una teoría al servicio de la práctica, la cual, por cierto, desde la juventud de Marx, fue considerada como criterio último de verdad. Los continuadores de la tradición no pueden esconderse detrás de unas consignas, asumidas como dogmas de fe o demostraciones de lealtades a algún liderazgo particular o nacional, para evitar afrontar todas esas refutaciones y anomalías de las previsiones e hipótesis formuladas en cada momento.

La repetición de las desviaciones, luego de la "toma del poder" por los marxistas, es un primer hecho de bulto, que hay que reconocer honradamente. La desnaturalización de las revoluciones, la usurpación del poder proletario por un estamento burocrático privilegiado, la sustitución de la clase por el Partido y de éste por el secretario general, incluso el surgimiento de una "nueva burguesía" o "nueva clase", como la conceptualiza el exdirigente yugoslavo Milovan Djillas, se repite una y otra vez en los experimentos revolucionarios.

¿Acaso ese fue el precio por el viraje histórico de 1917, cuando "la historia cogió para otro lado", cuando no se cumplieron las previsiones iniciales al fracasar la revolución en Alemania entre 1918 y 1919, desplazándose hacia el oriente la onda revolucionaria que debió partir de la Europa industrializada? ¿Era una limitación infranqueable el retraso de las fuerzas productivas para la transformación duradera y creciente de las relaciones sociales, hacia una sociedad sin explotación de clase y con un estado que se extinguiera? ¿Fue ese el límite de partida de todos los procesos del siglo XX lo que llevó a sustituir una auténtica orientación hacia la transición al comunismo, por la construcción de nacionalismos burocráticos, a veces grandes potencias que reprodujeron esquemas de dominación geopolíticos, despotismos que asumieron una modernización forzada que, a la postre, sirvió para su reinserción en el capitalismo mundial, en países cuyas burguesías eran demasiado débiles o ineptas para acometer el avance de las fuerzas productivas que alabaron una vez Marx y Engels en el "Manifiesto"? Ese es el estilo de las preguntas que surgen, a la luz del proceso histórico, desde una premisa que está en el núcleo del materialismo histórico: la contradicción entre el avance de las fuerzas productivas (ilimitadas en principio) y las relaciones sociales capitalistas (consideradas obstáculos, pero al mismo tiempo, utilizadas como palancas).

Además, yendo al núcleo mismo, donde el marxismo se conecta con toda la modernidad ¿cómo conciliar la fe del marxismo en el avance de las fuerzas productivas y las amenazas ecológicas y de agotamiento de recursos que enfrentamos hoy? ¿Acaso fue el capitalismo el único culpable de los ecocidios, y no toda una civilización industrial, cuyas banderas también enarboló el socialismo (recordar la definición temprana del socialismo en Rusia de Lenin: electrificación más Soviets)? ¿En fin, cómo conciliar el progresismo marxista con la profunda crítica a la noción misma de desarrollo de la ecología política?

¿Y el Sujeto histórico? ¿Qué le pasó al proletariado, mesías colectivo de la revolución? ¿Pasó, como observaba Morin, que debían ocurrir demasiadas situaciones y coincidencias circunstanciales felices (que tomara conciencia de sí para ser clase para sí, que se organizara, que asumiera el poder como clase, etc.), imposibles o, por lo menos, improbables en la realidad, para que tomara el rol que la teoría le asignaba? Se aburguesó en la Europa occidental y terminó apoyando reformismos que reforzaron el capitalismo mutándolo. El estamento burocrático despótico lo neutralizó en el resto del mundo. ¿O es que, como señala Laclau y Mouffe, la política sólo puede pensarse en términos de hegemonías donde no tienen que ver determinismos esencialistas como la posición de clase, sino la capacidad de articular en un discurso (palabra y acciones) las demandas sociales y políticas de diversos grupos sociales, representadas por un significante vacío que pueda representar toda la cadena de exigencias? ¿O es que el Sujeto son los Pueblos, las naciones, entonces el marxismo se ha fundido definitivo con las tradiciones nacionales que pueden albergar en su seno, en una mezcla movilizadora, los diversos mitos movilizadores de cada historia nacional? ¿Cómo queda entonces el internacionalismo? ¿Cómo simple elemento táctico, de apoyos internacionales a procesos nacionales, y no como un núcleo que permee todo el programa? Pero, entonces, la lucha de clases ¿se debe subordinar a las luchas de cada nación? ¿Esto no dio pie, en el siglo XX, incluso a conflictos entre países que en teoría, tenían el mismo sistema socialista, China y la URSS, para no hablar de los conflictos interétnicos en las Balcanes? ¿Y los movimientos sociales por el reconocimiento (negros, indígenas, demás grupos étnicos, mujeres, incluso los gays) que, a finales del siglo XX, asumieron el testigo de las luchas antisistema? Todo esto toca (o golpea) la premisa de que el Ser social determina la conciencia social, aparte de que, después de Freud, el marxismo no debe mantener la noción de conciencia sin su crítica desde el conocimiento del inconsciente que, a veces, está "afuera", en el lenguaje.

Seguramente hace falta profundizar, emprender lo que Habermas llamó una "reconstrucción del materialismo histórico", intentando un auténtico diálogo integrador con, por ejemplo, el debate epistemológico de la segunda mitad del siglo XX, que puso en cuestión el cientificismo del siglo XIX y que, incluso, asumió la lucha contra el positivismo, del cual muchos marxistas destacados (Gramsci, por ejemplo) reconocía trazas en el propio Marx. La distinción entre estructura y superestructura, cara al núcleo de premisas del marxismo, constituye un problema, como dice Jameson, más que una simple metáfora (la de "la casa": L.Silva). Habermas integró las estructuras necesarias de comunicación y aprendizaje técnico y valorativo ¿La explosión de las tecnologías de información y comunicación no plantean una nueva extensión de las fuerzas productivas hacia el dominio directo de las psiques, la desaparición de las "vidas privadas"?

Tal vez la tradición marxista, como lo ha hecho otras veces, pueda enriquecerse con otras filosofías de la ciencia: con la hermenéutica, por ejemplo. U otros desarrollos propiamente científicos: el pensamiento complejo, Ya el análisis del sistema-mundo capitalista ha avanzado por ahí, por la articulación de la historia, la teoría de sistemas lejanos del equilibrio, la interpretación de tradiciones culturales. Igualmente, se impone un debate a fondo con las propuestas decoloniales, de la filosofía de la liberación, de la ética de aires levinasiano o de Hans Jonas.

Hace falta un pensamiento para la nueva guerra mundial que se avecina, que evite de una vez esa tonta confusión de las actuales China y Rusia, con las antiguas China maoísta y la URSS. Se requiere (como dice Jameson) un "marxismo tardío" relativo al "momento senil" del modo de producción, la formación social del mundo o "sistema-mundo". Como se ve el trabajo es largo, profundo y arduo. Pero es necesario. Para interpretar el mundo y para transformarlo.



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Jesús Puerta


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