Que entre Industrias no te veas: guerras, fármacos y religión

Cuando desaparezca de la faz de la humanidad el soldado, cuando las guerras sean verbales entre seres inteligentes, ni con armas ni con destrucción, cuando se comprenda que quitar la vida no es la solución para imponer una idea, cuando se entienda que ella es amplia y que en ella cabemos todos; será entonces, cuando venceremos al horror y no existirá el derivado mercantil como de la industria armamentista ni el mercado de la enfermedad y su industria farmacéutica que expolia la inocencia de la vida aún en el vientre de la madre, que ha de parir una vida y se le coarta el derecho de nacer por quienes nacieron, y privan de vivir a otros desde la Teo Gracia.

Cuando el derecho a la vida se universalice, habremos comprendido que somos humanidad, que el respeto a la vida es el valor de más importancia, porque con la existencia humana el mundo equivale a la luz de la esperanza, y que la vida no es solemnidad, no son necesarias las atrocidades ni contra sí, ni contra el indispensable otro mundo animal-vegetal que provee de la vida que nos rodea para satisfacer, que la gula material es el gran horror a la vida.

Que la avaricia de la opresión no puede ni debe reinar de anti valor, que con solo cumplir el rol de ser humanos, habremos de salvar lo que el cosmos en milenios tardó en construir para que hubiere vida, que las armas son deshumanizantes, que convierten al soldado de inaudita guerra en fiera sin sacio, y da como premio la presa de su igual.

Regresa a la desolación de su inconsciencia, a sufrir pedazos de remordimientos; es auto víctima, fue a la guerra tras el engaño de defender su individual patria y vuelve hecho del dolor a cuesta de la imborrable criminalidad sin sentido, retorna con la medalla de la desvergüenza que inmoló la hermandad y sin poder comprender el código de la apresurada muerte marcializada, al olvido y al todo repudio, convertido en guiñapo.

Pre uso de estupefaciente harán pos estragos, y el resto de su vivir, será el averno de su lastimosa pos existencia, comprenderá que el origen de la guerra cohabita en la religión, que también le engañó con el perdón de matar en nombre de un "Dios" omnipresente refugiado del albedrío, que ahora no le ha de salvar en su fatal desgracia y que le condena a interminables cargos de conciencia, amarga agonía del creyente que sobre sus hombros nunca ha de acabar.

Desfortalecer hasta erradicar las armas; pero es menester extirpar el tumor de los ejércitos de soldados a la caza de su análogo y del hermano, de la impudicia religiosa, porque desde los cuarteles y templos, se le da la enseñanza del sin escrúpulo sentir de matar a sangre fría, por equis nula causa. El inviolable código marcial, que so pena a destierro se paga por llegar a ser "indisciplinado" por vetar el mandato a muerte del sanguíneo despoblar de la tripartita "prospera" industria de: guerra, fármacos y religión.



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Omar Ignacio Pinto


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