Observo con un poco de irritación que se siguen cometiendo los mismos
errores: la falsificación de nuestro pasado. Quiero, por lo tanto,
permitirme la siguiente reflexión.
Respecto a la quinta república, o mejor dicho a la década y media de
Chávez. Ni fue la mar de gloria y socialismo que nos venden los
voceros de la propaganda del PSUV y un sector de la nueva oligarquía
militar (no se me ocurre otro nombre), ni tampoco el hundimiento y
destrucción total del país que pretende proclamar la MUD y el amplio
sector político que comulga a su alrededor.
Sobre la cuarta república las mentiras se multiplican aún más. Ni
fueron los 40 años de terror y miseria que proclama el PSUV, ni la
época dorada de la democracia perdida de nuestra república como dicen
los comulgantes de la MUD.
En ambos casos los contendientes del poder cosechan valiosos
dividendos políticos de la falsificación de nuestra historia. ¡Pero
ésta costumbre se extiende aún más allá!
En 1958, al caer Pérez Jiménez, el nuevo gobierno se dedicó a
distorsionar el pasado y negó todos los aportes que desde 1900
hicieron los andinos. Betancourt, enemigo de Gómez, se avocó a mostrar
el período que va de 1900 a 1945 como años oscuros y trágicos y el
periodo de 1949 a 1958 como la vuelta de la maldad a la república.
¡Esto me parece un maniqueísmo de lo más lucrativo!
Aún hoy, el influjo de odio contra el andinaje que levantaron los
adecos con su distorsión del pasado histórico nos impide reconocer los
aportes de hombres tan importantes como Gómez, Contreras y Angarita.
El influjo distorsionador del chavismo nos impide, como sociedad,
valorar en sus justas dimensiones a Herrera Campin y a Carlos Andrés
Pérez (en su segundo mandato).
¿Los odios vertidos sobre la imaginación histórica impedirán una justa
validación de Chávez por cuánto tiempo?
Esta forma de hacer política solo merma permanentemente nuestra
capacidad como sociedad de asimilar nuestra historia y de superar
nuestros distintos estadios evolutivos sociopolíticos.
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