Lo cuento, ¿y quién podría creerlo?

Porque la gente va por ahí cogitabunda, que no consigue pasas ni aceitunas o aceite de oliva. Ni alcaparras. O si las consigues te cuestan un ojo de la cara. Qué tal comprarte un buen jamón serrano (no digas un pata negra). O salir por las licorerías a escoger un vino francés, español o chileno. Y algunos encopetados que dan vueltas y vueltas por los comercios y caen en la cuenta, Señor: "¡Verdaderamente que nos estamos muriendo de hambre!"

¡Oh, Dios!, que difícil (o caro) es hacerte con un kilo de harina de trigo. O ponerle cardamomo a tu café turco. O untarle queso camembert o un poco de caviar a tus galletas en los saraos de altura.

Ya nadie te invita a echarte un whisky o a un palito de brandy Cardenal Mendoza o un Napoleón. (Nosotros no tomábamos whisky sino aguardiente o ron, pero nos hicimos finos jalando de lo bueno y de lo caro).

Tantas vainas que aquí había, pero ninguna de ellas de nuestra propia cultura. Y tanto que hablamos de la hallaca que la llenamos de aditamentos que no son venezolanos. Que nos copiamos también para las navidades aquello de los gringos del pavo horneado (por lo del Thanksguiving).

(No se diga el fulano San Nicolás).

LA HISTORIA DEL CAMBUR

¿Qué cosa más burda era comerse un cambur, siendo tan delicioso? Ahora lo buscamos y lo apreciamos en su justo valor. Yo leí siendo muchacho que Humboldt escribió: "-El plátano salvará América", y es lo que nos está salvado y es tan maravilloso. ¿Por qué enjundioso milagro o visión sublime y profunda Humboldt imaginó que el plátano nos salvaría? Hoy un camburcito lo venden en Mérida por 800 bolos. Y a todo el mundo lo veo por la calle comiendo cambures y persiguiendo al camión de los plataneros.

Hace poco vi en una frutería a una señora que despotricaba contra el gobierno porque no conseguía ni peras ni manzanas, y le dije: "-¡Imagínese usted señora a los gringos arrecharse porque no pueden comprar mangos o mamones, lechosa o guanábana!"

Los copiones hicieron de Venezuela un collage de cosas que no tenemos ni producimos. Con esas cosas importadas hicimos un país de flojos, llorones, maldicientes y mantenidos. Por eso turbas de enfermos salieron en 2013 a tumbar al gobierno porque no encontraban papel toalé. Y voy a contar esta tétrica historia de Venezuela que ya otras veces he mencionado en mis artículos y libros: A Rómulo Betancourt le encantaba la Pepsi-cola mientras que Carlos Andrés prefería la Coca-cola. En cada comida estas bebidas eran infaltables para ellos. Cuando estos dos portentos del adequismo visitaban a don Diego Cisneros, se despepitaban elogiando los progresos de Venezuela porque ya casi no se tomaba agua de papelón, jugo de coco o de guayaba, de tamarindo o guanábana.

-Nos estábamos civilizando –decía Betancourt.

Y Carlos Andrés respondía:

  • Oh, yes.

Lo mejor que saben decir los adecos es "¡OH, yeeeesss!".

Las visitas que estos dos personajes hacían a don Diego Cisneros eran para definir el perfil que debía tener un verdadero presidente de Venezuela. Los tres (Betancourt, don Diego y CAP) estaban muy agringados, y por eso mismo en todos los gustos coincidían.

En la década de los setenta, don Diego, pese a su edad y a sus achaques, se encontraba muy activo "política y socialmente". Todos los grandes cacaos de Acción Democrática iban con regularidad a rendirle pleitesía. AD no tenía vida sin la anuencia de don Diego. De nada valían las decisiones del CEN de AD sin lo que opinara el magnate de Venevisión. Don Diego sugería someramente sus dudas y preocupaciones y éstas eran muy tomadas en cuenta: "- Yo veo que Reinaldo Leandro Mora no sirve para Presidente de la República; tampoco considero prudente que David Morales Bello sea candidato. Héctor Alonso López está muy jojoto; Luis Piñerúa Ordaz es ácido y a veces se pasa de maraca con sus críticas irreverentes; Octavio Lepage hay que dejarlo de lado, él sería bueno como ministro o parlamentario, pero para más nada. A David Fermín no le favorece para nada el colorcito, una lástima, porque el muchacho es encantador, su dicción es fabulosa, ha aprendido mucho en sus últimos viajes a Estados Unidos, pero lo que natura no da Salamanca no lo presta…".

En septiembre de 1996, se produjo un gran un gran cisma ecuménico en Venezuela entre los adoradores de Pepsi-cola y los idólatras de Coca-cola. En este caos de pánico, tanto Betancourt como Carlos Andrés corrieron a solidarizarse con Gustavo Cisneros, el hijo del gran potentado Diego Cisneros; era una disputa que se estaba escenificando no sabemos en qué mundo, pero que nos tocaba tan íntimamente. Algo que podía herir de muerte a la "patria" de los capos del mercado, como perros rabiosos despedazaban a Venezuela. Se hablaba de una pavorosa demanda ante los tribunales por más de trescientos millones de dólares contra Diego Cisneros (primo de Gustavo Cisneros, el del lío del impresionante negocio con el centro comercial "Galerías Preciados" en España).

Señores analfabetas de la historia venezolana, aquello fue como otra guerra del golfo, pero en las entrañas nuestras, parte de la población nuestra abarrotaron los mercados, pulperías, licorerías, abastos, buscando afanosamente Pepsi-cola, pues se preveía un serio desabastecimiento de este elixir tan "nuestro".

Aquella fue la primera fase del gran bachaquerismo que ahora estamos viviendo. Qué trauma, qué gran conmoción nacional fue aquello, y a nadie se le ocurrió echarle la culpa al gobierno sino al destino jurisprudente que todo lo calcula pero no lo anuncia. Y las termitas de entonces (casi todos encopetados miembros de Acción Democrática) arrasaron con todas las gaveras y botellones de Pepsi del país. Hubo gente que recorrió cientos de kilómetros para echarse al buche una botella de pepsi, por allá en un pueblito del llano o de la costa, donde la habían dicho que todavía se encontraban.

Así ha sido parte de nuestra historia: (de droga en droga) cuyos gustos y pareceres han sido cocinados, estudiados y decididos en otras latitudes: nos habían habituados a votar a los adecos o a los socialcristianos, a vivir de lo que los gringos encontraban en nuestras minas, en las entrañas de nuestra tierra; de los intercambios comerciales que ellos impusiesen. Hubo un candidato copeyano (Lorenzo Fernández) que casi gana la presidencia de la república prometiendo a los electores la televisión a color. Yo vi y analicé muy de cerca este fenómeno. El candidato opositor que era CAP, prometía doblar las películas gringas con voz venezolana y eliminar los subtítulos. Eso era lo único que podían prometer al pueblo aquellos candidatos de la IV república. Por eso vemos que la MUD nunca muestra su programa de gobierno porque nunca podrían proponer algo propio.

En estas ideas está también resumida la tragedia de México. En México como el gusto de la Pepsi-cola se impuso durante un tiempo, quedó de presidente de la república aquel cachorro de Vicente Fox. Y en Venezuela durante mucho tiempo se trató con insistencia que un extraordinario candidato para sacarnos de abajo sería Gustavo Cisneros dueño entonces de la Pepsi y además de Venevisión.

El veneno de Gustavo Cisneros, gracias a los contactos con Felipe González se extendió a España: entró McDonald a aquel país junto con centenares de transnacionales y ganó las elecciones el fascista José María Aznar. La derecha con el grupo Prisa se adueñó de poderosos medios de comunicación y se fue suplantando el gusto por el gazpacho y la horchata por la Coca-cola, y el del jamón serrano y sus tapas sufrieron un bajón, sustituidas por la hamburguesa y los insípidos chorizos de la Oscar Mayer...

Los Cisneros creían que el gusto por la mierda que ellos le metían a todo el mundo era tan imprescindible en nosotros que por ello mismo se creían que aquí nada podía hacerse sin ellos.

De todos modos, hay que ver quién ganará en la MUD, si la Pepsi –cola o la Coca -cola.

Escampará y veremos, dijo un mudo en la contienda de ciegos.



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José Sant Roz

Director de Ensartaos.com.ve. Profesor de matemáticas en la Universidad de Los Andes (ULA). autor de más de veinte libros sobre política e historia.

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