El arado y el mar

La locura anuncia tempestad social

Es difícil imaginar una situación de alteración psíquica tan intensa como la que hoy vivimos en Venezuela, quizá la Alemania del nazismo se pueda comparar con este remolino de barro.

El gobierno un día denuncia un golpe dirigido por los gringos, la masa sale a la calle a parar el intento, se habla del triunfo sobre los golpistas, y la misma tarde se llama a los presuntos golpistas que andan orondos por las calles a diálogo, como si nadie hubiese acusado y nadie hubiera quebrado un plato; y menos de 24 horas después se dice que el golpe que fue “develado” sigue vivo, y se convoca a pararlo en la calle. El ciclo demencial se repite: las noticias del golpe, del diálogo, del cronograma del revocatorio, de la "guerra económica", del estímulo a los capitalistas acusados de culpables de esta "guerra" se cruzan en la psiquis social sin orden ni concierto, no hay lógica, no hay conexión con la realidad, no hay mesura, la vergüenza escasea.

Los protagonistas intercambian insultos, los actores secundarios repiten y berrean, la verdad depende de la televisión, el ministerio de comunicación compite en capacidad de deformación con los canales no oficiales.

El poder judicial sentencia que la Asamblea es ilegítima, no hay Parlamento; la inmunidad de los diputados es vapuleada por los que la necesitarán mañana; el poder legislativo desconoce al poder judicial y amenaza con desconocer al poder ejecutivo; el poder electoral pierde credibilidad.

Se ha perdido la estructura cultural de la nación, se diluyen los lazos éticos que dan cohesión a la sociedad. No se sabe bien qué es bueno y qué es malo, quién es maula y quién honesto, dónde está la verdad y qué es mentira. Los poderes intercambian acusaciones, un grupo de comadres, el otro es de mafiosos, el otro son narcos, corruptos. La ley es una conveniencia, la cárcel es instrumento de intereses burgueses, y hacinamiento para los humildes. Así la masa despojada de valores, sin razones vitales más allá de la supervivencia, con la ética del náufrago adquiere el comportamiento del reptil, primitivo, elemental, básico.

Por supuesto, en estas condiciones, no se cree en nadie, ni en nada. Los voceros se desacreditan acompañando la locura, las instituciones se infaman desautorizándose, pierden majestad. La sociedad está al garete, a cualquier acantilado la puede llevar el torbellino.

Se impone la reparación de la Sociedad, recomponerla. Lo puede hacer el fascismo, por medio de una terapia de choque, una dictadura capaz de reprimir y dar a la sociedad la paz de los sepulcros, de la barbarie. Reafirmar el capitalismo, el egoísmo, los humildes confinados a guetos, los burgueses a urbanizaciones aisladas, las reglas éticas del capitalismo se impondrían a sangre y fuego. O lo puede hacer el Socialismo, el camino que nos dejó trazado el Comandante, el de rescatar la conciencia del deber social, pero no de palabra, sino la verdadera, la que se afinca en la propiedad social de los medios de producción. Rescatar la coherencia de los gobernantes, la palabra, la verdad. Erradicar la mentira de las relaciones entre gobernantes y masa, el truco fácil, la evasiva de las responsabilidades. Darle a la crítica el valor de motor del pensamiento, magnitud de la inteligencia. Educar en la fraternidad, valorarla, combatir la solución individual de los problemas sociales.

El dilema social está claro, la palabra la tienen los dirigentes honestos, es la hora de hacer efectivo el compromiso de "ser los primeros en salir a la denuncia y a la batalla”… llegó la hora.


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Toby Valderrama y Antonio Aponte

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