El complejo mundo espiritual del chavismo

  No es posible afirmar, sin más consideraciones, que el chavismo ha muerto, ni para los que hacemos responsables a  sus líderes actuales, junto a sus adversarios de la oposición, del desastre nacional. Reflexión ésta agravada si entendemos que el desempeño presidencial del mismo Comandante Chávez es clave para explicar la coyuntura actual y sus consecuencias futuras.

   Hablo por mí mismo quien coloqué hace tiempo en mi apartamento, finamente montado,  el afiche de Chávez, donde aparece imponente bajo la lluvia, con el lema propagandístico, hoy una abstracción, que dice ¡Chávez vive la lucha sigue!  Es la imagen seductora  del Gigante que predicó el antimperialismo y el desmantelamiento del capitalismo. Es la representación gráfica de una utopía que no se llegó a concretar pero dejó una profunda huella en el mundo espiritual del chavismo.
 
   Para algunos, entre ellos yo, el chavismo es un problema de  nostalgia, de grata remembranza pero con la comprensión  y la aceptación de que las cosas  cambiaron radicalmente. Quienes apoyamos, en otros tiempos, la lucha armada y estuvimos en esa posición hasta su definitiva disolución en la década de los ochenta nunca renegamos de nuestra militancia revolucionaria ni de nuestros héroes guerrilleros. El sentimiento permanece intacto, lo mismo pasa con el chavismo aunque ambas expresiones de lucha, por caminos diferentes, hayan sido derrotadas en su concepto original de insurgencia contra el estado burgués.
 
   Hago la salvedad de diferenciar la idea de la derrota a la del fracaso pues el propósito de cumplir los objetivos revolucionarios por la vía armada o pacífica continúa vigente desde el punto de vista histórico.
 
   En las vísperas del 6 de Diciembre se presenta la oposición con su sempiterna cantaleta, ni más ni menos, aglutinando su clientela, como siempre lo ha hecho, por el odio antichavista. Los seguidores de la oposición hacen caso omiso a su desconfianza por los partidos políticos  de la derecha y a su liderazgo desprestigiado. Tienen a su favor, por primera vez, la existencia de un descontento general en la sociedad acogotada por la situación económica y la incoherente obra del gobierno.
 
   El chavismo, por su parte, va a esta contienda electoral desarmado de una estrategia revolucionaria creíble y se presenta desprovisto de argumentos contundentes para defender su gestión económica  y su transparencia administrativa. Con estas debilidades resulta cuesta arriba que el chavismo conquiste automáticamente a los sectores del pueblo que siempre lo han acompañado en las victorias populares.
 Hay un factor psicosocial que no es nuevo pero ahora pasa a ocupar un lugar preponderante en el campo electoral del chavismo y es el temor mayoritario del pueblo al fascismo o el “horror a la oligarquía”.  Salir a votar contra la peor opción para cerrarle el paso al despeñadero y al caos es la primera prioridad. Ésta será para muchos la principal motivación para sufragar. Con todos los males que padecemos por la llamada guerra económica, la ineficiencia del gobierno y sus imprecisiones nada sería comparable con  el escenario de un triunfo de la oposición en el parlamento. El país se envolvería al día siguiente en una crisis elevada a la máxima potencia en lo social, económico y político. El golpe de estado por la ultraderecha estaría a la vuelta de la esquina. Las clases populares, amantes de la paz,  no es eso lo que quieren.
 
    El chavismo duro debe convencer, sin prepotencia y con espíritu autocrítico,  a los amplios  sectores humildes de las masas, que siempre lo han acompañado en las elecciones triunfantes. Alertarlos sobre el panorama sombrío que le espera al país, más obscuro que el presente, con  una supuesta oposición  ganadora el 6 de Diciembre. De aquí depende  que la abstención sea derrotada y hasta poner a su favor votos que se  han volteado. Sólo así se producirá  el milagro de una nueva victoria popular. Apostemos a un nuevo resultado electoral favorable al chavismo que no refuerce la soberbia de los ganadores. Que genere un proceso de rectificación a consecuencia de una evaluación objetiva que justifique la confianza  que una vez más le pueda ser depositada a la revolución bolivariana.
 


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Sergio Briceño García

Profesor Universitario de Filosofía de la Educación Jubilado de la UPEL. Autor del Poemario "Porque me da la gana" y de la obra educativa "Utopía Pedagógica del Tercer Milenio". Ex Director Ejecutivo de la Casa de Nuestra América José Martí.

 sergiobricenog@yahoo.com

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