La crucifixión de un hermoso sueño


Lo dicen los clásicos: "Cristo es crucificado nuevamente junto a cada sueño de redención  de los preteridos que es frustrado". Siempre los clavos de la cruz son los mismos: la traición, la manipulación a los pueblos, el abuso de la credulidad de los humildes.

La madrugada del 4 de febrero amaneció iluminada con el sol de la esperanza, aquellos jóvenes se convirtieron en Próceres, aquel sol que no veíamos desde 1810 no se ocultó más, siguió iluminando el camino de este continente, abarcó a toda la humanidad, y la esperanza en un mundo nuevo devolvió la alegría a los pobres del planeta.

Qué orgullo pertenecer a las generaciones que revivieron los días cuando el Libertador en los campamentos, bajo un samán llanero, leía a Platón y a Rousseau, les hablaba a los sorprendidos llaneros de las glorias de Alejandro, de las batallas de Napoleón, de los sueños fracasados de la Revolución Francesa, de aquellos pueblos convertidos en historia y leyenda, y concluía levantando el puño en alto y asegurándoles que mayor gloria alcanzarían, que el mundo se sorprendería de sus hazañas militares… Fue así, con ese fuego, que consiguió darles el calor que derritió la nieve de los Andes y aquella cordillera gigante telúrica, cayó rendida a los pies de los llaneros libertarios.

Con Chávez regresó el espíritu que hace a los pueblos elevarse sobre la mediocridad de una existencia monótona, previsible, y los impele a  empinarse sobre sus pequeñeces y tocar el infinito con la punta de los dedos. Es así que crecen los pueblos, que avanza la humanidad, que se construyen grandes hombres, hazañas que hacen que la vida valga la pena vivirla, que nos llena de orgullo pertenecer a la especie humana.

Pero Chávez, después que se hizo pueblo, fue asesinado, Cristo fue de nuevo crucificado, y sus huérfanos deambulan hoy en la incertidumbre de continuar su sueño, su evolución, de cumplir su mandato de ir hacia la Tierra Prometida, al Socialismo, o de regresar a la quietud del pasado conocido, a ser lo que él combatió.

No han sido fáciles estos días, sobre el recuerdo del Comandante se precipitaron "los heraldos negros que nos manda la muerte". La indecisión abrió camino a la entrega, y como siempre pasa, más se buscaron excusas para retroceder que coraje para avanzar, más se persiguió a los fieles que a los enemigos. De un día para otro los villanos se convirtieron en héroes, en gente equilibrada, compartieron sonrisas y saludos… Ahora existía el delito, el capitalismo era malo, pero, ¡oh pirueta!, los capitalistas no, crearlos no, su conciencia, su ética, no. Bajo el remoquete de "productivo" surgieron la hienas…

El recuerdo del Comandante, su sepulcro, se va tornando olvido, mero trámite para los días festivos, cada momento más letra muerta que pensamiento vivo.

Lentamente estamos escribiendo una nueva historia de la vieja entrega de los sueños.

¿Cómo pasaremos a la historia? ¿Cómo a nuestros gobernantes los conocerá la historia, al lado de quién estarán? ¿El pueblo de Bolívar esperará? ¿Habrá tiempo para esperar otros doscientos años a que aparezca un nuevo Libertador? ¿O nos resistiremos a ser copia de los pusilánimes que entregan las grandes causas, que se ocultan en los problemas de hoy para apuñalear al mañana?

Aún hay tiempo de no ser Judas, de ser Quijotes y corregir entuertos… Los gobernantes tienen la palabra:

¡Háganlo! Confíen en el pueblo que cruzó los Andes, él responderá.
 
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Toby Valderrama y Antonio Aponte

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