(Cómo y porqué ese desarrollo vencerá el modo burgués)

Conozcamos el Revolucionario Desarrollo de las Fuerzas Productivas

Los hombres colaboran en la producción del Producto Interno Bruto (PIB) y al mismo tiempo producen su vida misma, su forma de ser –primero- y de pensar –después-. Con la formación de las sociedades clasistas comenzó un inusual desarrollo de la capacidad productiva en y a cargo   exclusivamente de los hombres trabajadores, a pesar de que lo hayan   hecho en condiciones de explotación en favor de los hombres no trabajadores, según el acucioso sabio de la Economía Política, en general, y de la Burguesa en particular, Carlos Marx (Contribución a la Crítica de la Economía Política).

Los explotadores, y menos los burgueses, no han formado ni forman parte de las fuerzas productivas puesto que no trabajan. Sólo se desarrollan los medios de producción materiales, apropiados clasistamente, porque con ellos los   proletarios llevan a cabo los procesos tecnofabriles de producción de mercancías. Los explotadores, los dueños de esos medios, no trabajan para vivir ni viven para trabajar, sino “todo lo contrario”, sólo parasitan.

La producción social de la propia existencia de los hombres   se realiza objetivamente dentro del marco de unas determinadas, necesarias y circunstanciales relaciones interpersonales que mantienen los trabajadores y no trabajadores; estas relaciones que surgen entre los asalariados, que se ven forzados en ese marco social a vender su fuerza de trabajo (FT) durante un tiempo determinado (jornada),  y los capitalistas, como dueños de las demás fuerzas productivas (medios de producción), también involuntaria e indirectamente   explotan  aquella FT para su uso con fines capitalistas.  Es esta explotación de la mano de obra asalariada  la única y exclusiva  fuente de las ganancias, según la versión marxiana que nos ocupa. Debe evitarse la expresión de “empleo de trabajadores”, por parte de los capitalistas o empresarios, en lugar de “explotación” de dichos trabajadores, que es la expresión correcta.  A los trabajadores no se les da trabajo (sic), sólo se les explota.

Los asalariados, desde hace siglos ya, para trabajar y para seguir trabajando para vivir, se ven obligados a vender su propia fuerza productiva, su capacidad para crear riquezas mediante su interacción con los medios de producción ajenos, y, precisamente, que estos medios sean históricamente  de exclusiva propiedad de sus   patronos marca el carácter clasista de la presente sociedad burguesa y de todas las sociedades explotadoras precedentes, en todas las cuales unos hombres han explotado a otros.

Los patronos burgueses se limitan a la compra de esa fuerza de trabajo; estas transacciones de compraventa los convierte en capitalistas, una compra de FT que llevan a cabo directa o indirectamente a través de trabajadores útiles, aunque no asalariados, o no generados de plusvalía: Son los administradores del capital, usualmente  llamados ejecutivos o gerentes, cuyos honorarios superan con creces el salario de trabajadores asalariados subordinados a la gerencia y auténticamente creadores del PIB.

Por esta razón crematística y particular, y no por otra, este personal no asalariado termina aburguesado, y funge de apologista del régimen que lo privilegia. Son tomados como ejemplo mediático,   como pruebas palmarias de la inexistencia de clases,. Esto permite que el enriquecimiento de unos y la pobreza de los demás se atribuya a gestiones de iniciativa personal, de voluntad de superación, etc., a prácticas mercantilistas propias de una fase burguesa superada siglos atrás. En verdad, la mejora económica de estos trabajadores responde a que el capitalista   comparte con su “gente de confianza” la plusvalía arrancada los asalariados, todo lo cual convierte a ese personal administrativo y gerencial en coexplotadores y verdugos de la gente bajo su mando.

Los contratos de trabajo entre asalariados y capitalistas son contraídos jurídicamente entre trabajadores no productivos y trabajadores productivos; los primeros forman parte del capital constante, y los segundos, del capital variable, según la terminología introducida por el mismo Carlos Marx, ya citado. La división entre proletarios (asalariados) y burgueses (capitalistas) es meramente económica y no jurídica.

Curiosamente, ninguna “Carta Magna” reconoce estas clases sociales. En estas Constituciones sólo se habla de familias, personas, trabajadores, monopolios, comercios, industrias, explotación de recursos naturales, pero en ninguno de sus numerosos artículos se cita la palabra patrono ni la de explotadores, pero sí se ensalza y se   protege   al “asalariado” para quien se garantiza el salario digno, éste reducido al monto de un “salario que baste para cubrir la cesta básica” (Art. 91, Constitución de la República Bolivariana de Venezuela, 1999). Evidentemente, se trata de una Constitución subrepticia y estructuralmente burguesa, protectora de la explotación capitalista. Sus alusiones a cooperativas de trabajo o económicas, y medidas de justicia social, todo eso ocurre dentro la esfera de la justicia social burguesa. 

Luego de comprada a crédito la fuerza de trabajo ( mano de obra asalariada) esta es utilizada mediante procesos técnicos productivos de mercancías, o sea, de valores de cambio depositados en los bienes de uso y b. de producción constitutivas del PIB. Los ejecutivos encargados de las empresas revenden las mercancías creadas en los centros fabriles, como una mezcla o simbiosis de fuerza de trabajo asalariada con medios de producción, (mezcla de trabajo muerto (depreciaciones) con “trabajo vivo” (FT) que muere al término de cada jornada)

El encargado de la fábrica coloca esas mercancías a un precio mayor que el coste de fabricación adelantado por el capitalista   La diferencia entre ingresos y egresos de capital por este concepto de compraventa de mercancías   producidas y creadas gracias al concurso de los asalariados, se explica porque los trabajadores productivos entregan durante su jornada, larga o corta, más valor que el contenido en el salario que reciben después de trabajar. De allí su denominación de “plusvalía” -más valor-. Como trabaja primero y cobra después, al asalariado le resulta tarde y extemporáneo cualquier reclamo sobre  ajustes del precio   de su propia y única mercancía, el salario recibido a cambio del uso temporal de su fuerza de trabajo (FT).

 

La era de esos ajustes del pago del valor trabajo creado con la FT fue llamada por Carlos Marx “era de revolución social” (Ibídem), y esta llegaría sólo a largo plazo, y no necesariamente como resultado de querellas   viscerales entre obreros y patronos. Estas querellas no pasan de ser luchas jurídicas mercantiles. La revolución social ocurrirá inevitablemente cuando la capacidad de creación de riqueza por parte de los trabajadores, en calidad y cantidad, con inclusión de la que portan los desempleados, sobrepuje toda la capacidad de los   mercados solventes para comprar dicha riqueza.

Digamos que contradictoria y paradójicamente en esa “era” de revolución social los productores, los comerciantes y los financistas, empezarían a disminuir parcialmente   la acumulación de capital que han practicado continuamente desde que se transformaron en capitalistas a partir de simples comerciantes. En esta “era” los trabajadores habrían empezado a tomar conciencia de que su trabajo individual es sólo una parte del trabajo social, y en consecuencia la era de la “unión de los proletarios del mundo” marcaría el comienzo de  una nueva historia.

En este sentido, ocurriría lo siguiente:

El desarrollo desbordado e ilimitado de la FT, con su acervo tecnocientífico y con la disponibilidad social de medios de producción igualmente desarrollados, con elevados índices de rendimiento, permite fabricar un volumen tal de mercancías que el mercado mundial no podría absorber solventemente, ni de medios de producción ni de bienes de consumo final. Los   abundantísimos inventarios que llenan los stocks de comercios cargados y saturados de mercancías invendibles o con bajísima circulación en todas las ciudades del mundo, son una prueba inequívoca y visible del choque entre el desarrollo alcanzado por las Fuerzas productivas mundiales y las relaciones de propiedad bajo las cuales se han desarrollado aquellas.

Por tal razón, e involuntariamente, los empresarios se ven económicamente obligados a restringir la mano de obra contratada, y las reducciones de la jornada de trabajo   vendrían por su propio peso, más como una estrategia comercial y unilateral del Capitalismo, que de una conquista reivindicativa sindical ni de ninguna gestión política de gobernantes, quienes demagógica y populistamente (tipo Perón, Argentina) suelen asumir esos logros como iniciativas suyas.  Cuando estas contradicciones se presentan en regiones y  sin el agotamiento total de los mercados mundiales, se trata  de crisis más o menos e tendidas y más o menos duraderas, pero que permiten a la   economía salir de ellas y entrar en las llamadas fases de recuperación. A la larga, tales crisis van agudizándose hasta que llegaría la “era” de la revolución social” tan científicamente prevista por el sabio y crítico que venimos citando.

El continuo desarrollo de las fuerzas productivas, complementarias entre sí, tanto de los medios de producción como de la fuerza de trabajo que  subsumen   la ciencia y su aplicabilidad tecnológica, se traduce en avances o mejoras en la cantidad y calidad de los medios de producción; estos alcanzan altos  índices de rendimiento, y, al lado de ellos, la mano de obra salarial puntea esos avances puesto    que los bienes de producción y de consumo final son todos obra exclusiva de los proletarios; de allí que estos  representan la clase revolucionaria por excelencia.  Los medios de producción son   extensiones artificiales o prótesis industriales del aparataje anatómico propio del trabajador, suerte de potenciadores de sus manos, pies, fuerza neuromuscular y creciente productividad de su persona integralmente considerada. Digamos que los trabajadores, bajo régimen burgués, han ido acumulando mucha capacidad productiva, al lado de la acumulación de medios de producción presente en los centros fabriles y en funciones, y en inventarios y depósitos comerciales de capitalistas en general.

Es que la acumulación de capital es acumulación de plusvalía, ésta apresada en unos bienes de producción y   de consumo. Estas mercancías, que también son fuerzas productivas, empezarían a desbordar depósitos e inventarios como mercancías invendibles o de largos y antieconómicos tiempos de circulación. Tales mercancías empiezan a convertirse en capital enfermo, a transformarse en mercancías cuyo coste de conservación, de ocio, de vigilancia, o de obsolescencia moral o tecnológica, sólo darán a sus propietarios una renta negativa. La plusvalía, hasta ayer, fuente de ganancias y enriquecimiento para los explotadores, se convierte en fuentes de pérdidas y descapitalización in crescendo que empieza a experimentar el capitalista en pelleja propia, y con ello se sumaría a quienes claman por un cambio radical del modo de producción que indistintamente amenaza a trabajadores y no trabajadores. Los acuerdos de colaboración entre obreros y patronos se metamorfosearían trabajadores a secas.

El proceso de explotación llegaría así a un tope máximo. Los asalariados, por su parte, siguen disponiendo de un colosal potencial productivo de riquezas que no hallan cómo utilizarla porque la tenencia en propiedad privada de loa medios de producción así se lo impiden. En esa era y momento, la Revolucion Social empieza masivamente a   cuestionar  las relaciones sociales o, en su expresión jurídica, a   la propiedad privada que hasta ese momento defendía inconscientemente. Se entra en una fase durante la cual  los propios explotadores no tienen razón alguna para evitar tal cuestionamiento, ya que al ceder parte de sus propiedades se estarían descargando de costes de mantenimiento de un capital a la sazón constante, ocioso y en proceso de putrefacción. Los medios de producción y todas las mercancías inventariadas tienen un rígido ciclo de salida y reciclaje, so pena de ocasionar pérdidas de capital por obsolescencia moral o física, por causa de sobrecostos de mantenimiento, custodia, almacenaje y aseguramiento.

Debe, pues, sopesarse si las tentativas revolucionaria que se asomen en algunas sociedades son verdaderamente expresión del fin del capitalismo, o si se trata de nuevos artilugios burgueses tendentes al alargamiento del “fin de su historia”.

Con una mayor capacidad productiva que crece en cada jornada, los trabajadores podrían trabajar durante menos horas y sin embargo seguir creando tanta o más riqueza que en jornadas de mayor duración en el pasado. Hoy, contradictoriamente, a los patronos les conviene la reducción de la jornada laboral de la misma o manera que le conviene un permanente excedente laboral desexplotado o subexplotado, a pesar de que cada asalariado   está preñado de productividad de capital, de ganancias. Las limitaciones crecientes del mercado impiden lo uno y los otro. De allí la contradicción endógena de unos medios de producción que en lugar de generar más ganancias, como “capital de mercado” ahora causan pérdidas como “capital industrial productivo”. De esta manera, el desarrollo de las Fuerzas productiva terminará explotando, no ya a los trabajadores, sino, al modo de producción burgués.

marmac@cantv.net



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Manuel C. Martínez M.


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