La Escuela; Reproducción Social o Emancipación Cultural

Una mañana muy fresca con una inusual situación entre los pasillos de la escuela, los comentarios demuestran que lo novedoso está por ocurrir. Los niños entran asustados tratando de no ser vistos y van a un aula cerrada donde se visten y se preparan; el ambiente está lleno de ansiedad para ellos, promete que algo hermoso va ser mostrado al público expectante. Es inusual aquella niña vestida de Liqui-Liqui, con hermoso sombrero blanco y alpargatas de colores que le hacen ver muy hermosa. Los padres no disimulan su orgullo de saber que su hija va ocupar el escenario de las aclamaciones y aplausos.

Queda claro que los medios de (in)comunicación nos han enseñado que lo cultural debía ser flamante, colorido, de trajes muy llamativos, lo que aseguraría un espectáculo hermoso, pero sólo para unos pocos protagonistas. Cuando se masifica sólo es contemplativo a través de una pantalla de 14 pulgadas. La interesante de aquel hermoso acto es precisamente que la cultura está pensada para un escenario, es decir sale de su contexto natural y se monta con un espectáculo, alejándola de su cotidianidad, la cultura de la calle esta ahora cargada de lujos; que la fama esconde con aplausos sin importar el propio mensaje que ella carga; una cultura de los mejores, de la competencia.

En aquel flamante acto cargado sin duda de ternura y de talento infantil inigualable, los niños transmiten con sus rostros la alegría de los aplausos que en otros contextos pedagógicos la escuela y la familia les niega. Algunos no entienden el mensaje, otros se mofan y hasta no pierden la oportunidad de hacer un par de críticas banales. Aquel acto representa una prueba a los nervios de aquella niña y sin duda se traduce en una secuencia instruccional que marcara su vida para siempre a través del premio mayor: aplausos, besos y reconocimientos.

La cultura que refleja lo que somos y de dónde venimos es puesta en un escenario donde sólo pueden actuar los pocos, los que el mismo sistema ha elegido, pasando por un filtro de supuestas "habilidades y destrezas" como que si para hacer cultura ellas fueran realmente necesarias. Un espectáculo con una severa selección de talento reproduce la sociedad elitista y discriminadora. Comienzan a surgir las interrogantes: ¿Cuál es la concepción que tiene el maestro de lo que se conoce como expresión cultural? La cultura ¿está fuera de él o dentro de él? ¿Como se defiende un derecho cultural? ¿De qué tradiciones estamos hablando cuando nos referimos a estos temas?

La reflexión que sigue aclara la cuestión: el día a día del Maestro está inmerso en la expresión de su propia idiosincrasia y de su cultura, su modo de vestir, sus ademanes, sus gustos culinarios, sus costumbres dominicanas, sus temas recurrentes en conversación, su interés por los libros, hasta sus rituales diarios. Sin embargo, La cultura de la complicidad social, de voltear para un lado, de negar la realidad ha contribuido a desplazar una autóctona carga cultural por una que no nos reconoce, que no nos legitima y que nos hace sentir ajeno a lo que somos. El mismo ejemplo se puede trasladarse al vago conocimiento que tenemos de nuestros pueblos indígenas o de lo que representa un Yaguazo del Joropo Central, una fulía, un Tamunangue, El Tango de Matigua, una chipola, en fin, pare usted de contar de la enorme riqueza patrimonial que tenemos.

Esa cultura podría tener un carácter protestatario propios de un pueblo guerrero que luchó junto a Bolívar por la Independencia, con Zamora por tierra y Hombres Libres o le protestó al "Sistema" un 27 de febrero. También puede estar condensado en el carácter mestizo y afrodescendiente de una hallaca navideña o quizás en el simple relato dominguero de un anciano en una de esas plazas pueblerinas venezolanas. También aquellos monumentos de reiterada cotidianidad nos remontan a una carga histórica y cultural que nos definen como nación.

La cultura vista así, como lo que es, emplaza al Estado Burocrático que impone una sensación de vergüenza, un modelo cultural que viola nuestra intimidad y que atenta contra nuestras costumbres y que va encerrando a los pueblos en los barrotes del consumo sin sentido. A ese Estado Burocrático, cancerbero del Gran Capital, no le importa quién ocupará la silla de aquel 24 de diciembre, mucho menos muestra interés por la magia artística que tiene la muchacha que montó aquel hermoso nacimiento para reconocerse como venezolana en aquellas Navidades triste y desoladas por no tener el consumo de siempre.

La cultura impuesta a sangre, sudor y lágrimas y que a partir de ahora denominaré la Cultura del Gran Capital por no encontrar un mejor termino, no propone, sino que impone una nueva manera de felicidad que sustituye el compartir, intercambiar y reconocernos por el tener, lucir, aparentar y consumir. Si nos permitimos concebir la cultura de esa manera es razonable que la misma este a merced de las crisis sociales que atraviesan los pueblos por tratarse de una cultura falsa, banal y de consumismo.

Por el contrario, si permitimos que la cultura de la base ocupe el lugar que le corresponde como expresión autóctona del pueblo, ella pudiera ser el vehículo por el cual se expresarían las angustias, los descontentos, pero también las alegrías que nos hacen sentirnos orgullosos de ser venezolano.

La cultura del capital no tiene frontera, penetra sin pedir permiso a la habitación reservada para la intimidad. Esa cultura está pensada para perpetuar el gran capital, está al servicio de las minorías que imponen modos de vida que según ello nos traerán felicidad social y espiritual; esa cultura es analfabeta funcional de los ritmos, poesías, versos, colores y estética, los Dioses y las Musas los han abandonado. Esa cultura sabe muy poco de escribir con estilo elegante que se parezca más a la grandeza del hombre e intenta atrozmente de acercar al hombre al mundo banal, instintivo y carnal. Es una cultura de la imagen, el color, lo rápido, la lujuria, la ambición, la codicia, la mujer utilizada como una despampanante prótesis de consumo, en fin, toda una gama de elementos simbólicos que convierte a la vida en fetiches.

Para penetrar en las mentes de sus súbditos la cultura del gran capital convierte en mercancía a cualquier expresión humana, a cualquier momento de la vida y en cualquier etapa, desde lo instintivo hasta lo sublime se puede pagar porque se trata de la cultura del más fuerte, del que tiene más dinero y del que se impone sin fronteras ni respeto a ley. La cultura del gran capital universaliza al hombre, esto significa apostar a una conciencia homogénea y globalizada, sin respetar leyes estatales, desmantelando progresivamente el Estado Nación y preparando las condiciones para controlar o pacificar a la masa quien debe aceptar las condiciones que impone el Gran Capital.

Esta Cultura impone toda una jerga lingüística de espectacularidad para hacernos sentir fuera de lo común, superiores y privilegiados: en sus productos nos etiquetan la presuntuosa grandeza del ser humano, es decir nos hacen ver afuera lo que tenemos dentro y así aparecen las palabras grandilocuentes en sus productos: mega, fast, power, extra, super, ultra, max, cool, light, entre muchas otras. Su connotación en inglés no es por casualidad, ya de por sí este detalle nos habla de quien impone esta cultura occidental.

Buena pregunta resultaría saber de cómo actúan los mecanismos de enajenación y alienación que utiliza el gran capital para imponer su cultura. El primero reside en lo reiterativo del mensaje, no tiene horario, no respeta voluntades y no hace preguntas. Se entremezcla entre los momentos más apasionado de una telenovela, o entre un entretenido capítulo de Pepa. Es Omnipresente, está en facebook, Instagram Google, you tube, Discovery, CNN; Discovery o se disfraza de spam para hechizarnos en cualquier desparpajo. Seguidamente los mecanismos del Inconsciente Colectivo al mejor estilo de Carl Jung asaltan el imaginario simbólico e instala mecanismos sutiles que inducen a crear necesidades. Le sigue el Empaque Comercial el cual está lleno de sensualidad, colorido, luces, magia, prestigio, fama, éxito y estatus social. No menos importante resultan los mecanismos que tiene que ver con el apelar a las emociones, los sentimientos, aprovechándose de una sociedad sometida a la incertidumbre, al miedo y la desolación generados por la misma cultura del Gran Capital.

Finalmente utiliza dos elementos adicionales: la ansiada necesidad del hombre por el poder y la necesidad biológica de la actividad sexual prerrogativa de la raza para preservarse.

De igual modo, la enajenación instala un dispositivo simbólico que vacía de contenido y significado lingüístico al sujeto, o dicho de otro modo resignifica palabras y procesos, las cuales son puntos de partida para la interpretación de la realidad. Es decir, La interpretación que hacemos de la realidad esta "intervenida militarmente" (me valgo de una comparación) por mecanismos de interpretación selectiva instaladas en nuestra psique, lo que hace que podamos ver algunos hechos trascendentes en nuestras vidas y pasarlos por alto, vistos como mera banalidad sin comprender sus conexiones entre el sujeto y su realidad social. Se que toda esta conceptualización suena engorrosa, pero es necesaria a modo de entender cómo actúa la cultura del Gran Capital. Con estos mecanismos se justifican ante la opinión pública mundial cualquier intervención militar, genocidio, violaciones de los derechos humanos, dictaduras militares, hasta el propio narcotráfico ya visto por la cultura mexicana como actividad de status social. Se trata al mismo tiempo de insensibilizar al ser humano con una carga simbólica de miedo, violencia, desmovilización y resignación.

Después que la enajenación está consumada la alienación ya ha inundado la vida del sujeto, haciéndolo sentir universal y sobre todo a la moda, a la vanguardia de los cambios sociales, es decir maneja sutilmente la necesidad de un sentido de pertenencia a....

Estos mecanismos son utilizados por el gran capital para el coloniaje cultural de la masa, para que sea sumisa, para que no escuche, no opine ni proponga alternativas, para que no proteste ni reflexione, para que no sienta y sobre todo para que sea cada día más egoísta. La cultura del gran capital corresponde a un modelo político contrario a la soberanía de los pueblos, modelo político que corresponde a una lucha de clases del fuerte control el débil. La clase dominante para mantener su hegemonía se hace en primer lugar del control de las ideas, el monopolio de los instrumentos de comunicación y luego traduce todo ese poder en leyes que justifican y preservan su dominio.

Los pueblos esperan por la rebelión contra Disney, el repudio del modelo hegemónico cultural de Hollywood, y al boicot contra de las grandes corporaciones mediáticas que controlan a la mayoría de los medios de comunicación del planeta. El hombre libre no hace la cultura a través de una pantalla, sino que la recrean en su día a día, en su barrio, su escuela, no necesita escenario porque la cultura es parte él, la vive, la siente; en ella se afirma y se reconozce.

No me he olvidado de la escuela, intento hilvanar reflexiones para encontrar relaciones. La primera tarea de ella es reconocer los estereotipos, es ubicarse en qué lado de la cultura se sitúa su praxis. La cultura autóctona o de base vivida en el día a día no da espacio para la vergüenza, sino que le da sentido a su contexto, habla de lo que somos, hemos sido y seremos. La cultura no como un simple eventismo ocasional para cumplir con un calendario escolar descontextualizado y que obliga con la estructura del Estado docente a cumplir con tal o cual evento en vez de instrumentar una jornada de conciencia cultural nacional, local y regional. La cultura vivida, reconocida y expresada se las regalo como parte de nuestra genuina experiencia:

En las calles de mi pueblo una vez se escuchó llegó Evaristo con su Arpa, en la Plaza Bolívar se aposaba un vehículo que llevaría a los bailadores al baile de joropo. La algarabía comenzaba a las siete de la noche, aquel club de las Machados recibía a las bailadoras colocándole un cintillo en su camisa. Concurrían muchos bailadores de aquel pueblo que sudaban la gota gorda con una pieza que duraba casi treinta minutos. Al despuntar la mañana, Don Evaristo y su cantador al son de una Yaguazo con Guabina paseaban el arpa joropera en una ritual de despedida lenta hasta salir del salón y despedir aquella velada cultural hasta el próximo fin de semana.

En memoria de mi Padre Don Evaristo, trabajamos en reconstruir la memoria histórica y cultural venezolana en la escuela que debe preservar su mayor tesoro, su patrimonio cultural.

 

educacionydebate@gmail.com



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