Alquimia Política

Los pecados capitales en el mundo universitario venezolano

En un mundo tan cargado de egolatrías, de mentes que viven en razón de los halagos y los aplausos, asumir una postura digna y respetuosa hacia la condición humana es cada día más descabellado e infértil para aquellos que sopesan la existencia en razón de cuotas de poder.

El asunto en el mundo académico es igual de sensible que en la vida cotidiana; prevalece los sentimientos encontrados y es un lugar común para el desenvolvimiento de los pecados capitales. La "soberbia", como condición inalterable de investigadores y académicos que piensan que solamente ellos son dueños del conocimiento; la "avaricia", buscando imponer sus líneas de investigación por encima de otras, manipulando resultados, inventado técnicas, todo por obtener mayor capital y construir un prestigio en razón de castillos de naipes; la "envidia", no se tolera que entre colegas universitarios unos asciendan más rápido que otros, no se acepta que un investigador-docente escriba y publique consuetudinariamente, y peor aún, no se acepta que un investigador-docente tenga postura crítica, se le cuestiona, se le aísla y se le condena al oscurantismo; la "Ira", cuando la trampa no alcanza sus objetivos, se va a la confrontación, a romper la inteligencia emocional y de allí a la desobediencia y la anarquía; la "lujuria", no vista solamente como condición carnal de placer, sino como satisfacción personal por ver al colega pasar vicisitudes, por encarar tristeza en su vida diaria, eso hace que la comunidad académica en lujuria satisfaga sus más endemoniados sentimientos; la "Gula" se presenta en el mundo académico en ese acto impulsivo por abrazar todo cuanto beneficio implique en la carrera académica, desde cargos hasta bonos especiales por concepto de un "jalabolismo" frondosa. Y la "pereza", que es más evidente hoy día ante la entrada de nuevo contingente de docentes, se aprecia la dejadez hacia la investigación y extensión, valorando el trabajo académico como una labor administrativa de funcionariado y no un talento al servicio de la creación de nuevo conocimiento.

Estos pecados capitales están, en diferentes modismos e intensidad, en toda la institucionalidad académica venezolana. Nos caracterizamos por contar con una población académica engreída, elitesca y poco productiva. Lectora de manuales, de esquemas pre-establecidos, así como seguidora de posturas cuadradas como el positivismo lógico que, teniendo sus bondades como enfoque epistémico para adquirir nuevo conocimiento, es usado y abusado hasta el cansancio en el ámbito de la academia para imponer un pensamiento único. No hay una comprensión del contexto de la modernidad ni del papel que como sociedad local nos toca en ella, viviendo experiencias aisladas que no terminan de adherirse a un referente lógico, humanista y sensible a los cambios constantes de las ideas y los hechos.

Recientemente un docente de la UNELLEZ (donde laboro como profesor universitario), me escribió al privado haciéndome críticas a un texto que publiqué de metodología ("Episteme del Trabajo de Aplicación", Buenos Aires, Editora digital, 2016),catalogándolo de "desastroso". Cuando voy a la esencia de sus comentarios me encuentro con que me discute que escribí "Cronbach" (que es una medida de confiabilidad) con "m" y no con "n"; que obvié otras medidas de confiabilidad y que no abordo con profundidad el modelo estadístico de tratamiento a la información en el ámbito de las ciencias sociales. Las críticas tienen su respuesta (lo coloqué con "m" porque así lo citaba el autor a quien citaba y siguiendo la norma uno no le corrige ortografía a la cita, la coloca tal cual y luego hace la acotación; y no se toca otros modelos de medición porque el caso específico de Trabajo de Aplicación al cual hago alusión en mi libro, se circunscribe a un solo coeficiente de confiabilidad, no se colocan los otros para evitar "enredar" a los estudiantes). En fin, cuestionó desde la idea superficial de pensar que el uso de las herramientas estadísticas es metodología de la investigación; pero como le expresé, "usted tiene una fractura ontológica, epistemológica y metodológica conmigo, por lo tanto no es posible dialogar"; muestro un ejemplo del pecado capital "envidia", el cual hace que un docente pierda su tiempo en buscar desprestigiar a un colega única y exclusivamente porque este logró un peldaño que, a pesar de sus años en la universidad, él no ha tenido la disposición de escalar o hacer, al estar inmerso en otro pecado capital, la "pereza". Y pensar que mi humilde aporte bibliográfico ha permitido que un contingente de estudiantes importantes puedan hacer sus Trabajos de Grado, sin necesidad de mandar hacerlas por profesionales foráneos.

El asunto radica en que todos nos fijamos del papel de las universidades, de su misión y visión en la sociedad moderna, y poco nos ocupamos de las relaciones humanas dentro de las universidades que son verdaderos frentes de batalla, impregnados de demagogia, crueldad y maldad. Muy pocos son capaces de expresar, a "viva voz", lo que es la experiencia como docente, como investigador o como extensionista. Las innumerables alcabalas que se le imponen a nuestros profesionales para alcanzar sus metas y contribuir, de manera real y verdadera, con la producción de un nuevo conocimiento que venga a mejorar la calidad de vida y el éxito de los planes de desarrollo del país.

La política, cuando mucho, se ha insertado en la vida académica, pero difiero de que sea una categoría que influye en las relaciones humanas académicas; la política, aguas adentro, se muestra como un ingrediente de vanguardia que viene a potenciar la actividad académica, el asunto del desvío o desorientación de esa política la hace la esencia humana de esos docentes universitarios que se pronuncian no hacia valores ideológicos, sino hacia asuntos y aspectos de carácter individualista, grupistas y sectaritas. En la academia he visto como se pervierte los valores ideológicos y se imponen los valores egoístas de quienes se les da la regencia de las instancias académicas pensando que son personas capaces de actuar como seres humanos y no como autómatas en favor de los pecados capitales.

Esta realidad me recuerda un caso emblemático en la Universidad de Los Andes (Mérida-Venezuela), en la década de los ochenta del siglo XX; los protagonistas fueron dos docentes de la Escuela de Ciencia Política. Uno cuestionó al otro y lo acusó de plagio de un "Manual de Ciencia Política" subtitulado "El Saber del Poder", publicado en 1985; el denunciante expresó que era una obra en el mismo tenor que un Manual escrito en inglés del cual él tenía conocimiento. Fueron a juicio, a varias instancias, y en el aquél Tribunal Supremo de Justicia de la cuarta República, se dio una sentencia a favor del profesor Neira, comprobándose que había sido difamado y vilipendiado de manera descarada y perversa. Esa es la actitud en la academia, una jauría de persecución, de maltrato psicológico constante. Un espacio donde quienes ocupan los escaños para la toma de decisiones no son los más pertinentes ni adecuados; adolecen de sentido de humanidad y en la mayoría de las ocasiones, adolecen de conocimiento y currículum para tomar decisiones que inciden sobre sujetos que tienen mayor nivel de graduación y presencia académica que ellos.

A todas estas, y esta quizás pudiera ser la postura de algún lector involucrado con la vida académica, se pudiera decir que son gajes del oficio, eso es en la academia, en la gobernación o hasta en la oficina de algún sayver, pero el asunto es que constituye un comportamiento aberrante que no debemos tolerar y es nuestro deber denunciar, señalar y motivar a que sea minimizado. La academia que queremos debe ser reivindicadora de los valores humanos, promotora del talento, de la actitud creativa del hombre hacia la sociedad. Debe ser un espacio para el debate ingenioso, respetuoso y solidario; una instancia donde los cargos se otorguen por méritos y condiciones ideales de seres humanos que sepan comunicarse y ampliar su frente dialógico.

La universidad no debe quedar en cuatro paredes; es fundamental crear una revolución ciudadana y humanista, en el seno interno de la institucionalidad universitaria, impulsar transformaciones humanas antes que las institucionales; se necesita comenzar a persignarnos y acercarnos a lo espiritual, dejar a un lado la soberbia y la egolatría; comportarnos como maestros, como formadores, como facilitadores y líderes, y no pensarnos indestructibles en el bagazo de nuestra ignorancia plena. Hace falta sacudir a la academia para deslastrarnos de un pasado y un presente, cargado del vicio de los pecados capitales.
 



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Ramón Eduardo Azócar Añez

Doctor en Ciencias de la Educación/Politólogo/ Planificador. Docente Universitario, Conferencista y Asesor en Políticas Públicas y Planificación (Consejo Legislativo del Estado Portuguesa, Alcaldías de Guanare, Ospino y San Genaro de Boconoito).

 azocarramon1968@gmail.com

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