El decrecimiento ¡y ya!

Los economistas en general y la economía académica en particular padecen ab initio de miopía y estrabismo juntos al considerar, implícitamente (lo implícito está en las "leyes" económicas que manejan) que si la economía que abordan y analizan cuenta con recursos finitos para problemas infinitos, la economía global cuenta con recursos naturales infinitos. Y hoy eso es un error tan garrafal, unido a una inercia difícil, como toda inercia, que se hace a priori casi imposible corregirse. Sólo a partir de un tour de force en condiciones, puede el ser humano acariciar esperanzas. Sólo un giro brusco y traumático del núcleo conceptual de la ciencia económica puede aliviar el futuro. Y ese giro traumático está en el orden de pensamiento y acción que encierra la alarmante frase de la ex secretaria del FMI, Christine Lagard, cuando hace nueve años dijo urbi et orbe: "los ancianos viven demasiado y eso es un riesgo para la economía global. Tenemos que hacer algo, ¡y ya!". En ese "tenemos que hacer algo, ¡y ya!" están las claves de los paliativos a que me refiero al principio. Y no porque los ancianos vivan demasiado y eso sea un riesgo para la economía, que también lo es, sino porque no se puede consumir en el mundo alegremente, como si a nuestra disposición tuviéramos 1,7 planetas, que es lo que sucede…

Sólo en el decrecimiento de todas las economías mundiales están los posibles paliativos, que no solución, para retrasar lo que parece una inevitable hecatombe para la vida en el planeta. El G7 que ahora vuelve a reunirse ahora para poner sinapismos al asunto se arroga la responsabilidad de semejante reto, como director de la orquesta económica mundial de tantos y tan frecuentes desafínos de una economía que pretende ser racional, cuando la economía capitalista y neoliberal está basada constantemente en el capricho y en la fuerza política y financiera de coyuntura de cada momento de la historia… Por eso no creo que haya escapatoria si no se precipita rápidamente la economía global a esa otra y única alternativa del "decrecimiento". O todas las naciones abandonan el "desarrollo" que no otra cosa es que consumismo bestial y renuncian al expolio de los recursos naturales, o en poco tiempo las actuales generaciones se verán ante el abismo sin poder hacer nada para no precipitarse.

Un voluntarioso economista español, Juan Torres López, de los pocos que en España (si no el único) no discurre en claves neoliberales, escribe un artículo interesante en Rebelion titulado "Una agenda inédita en el G7 que acaba con cuarenta años de mentiras", que empieza así: "Desde los años ochenta del siglo pasado, cuando comenzaron a liberalizarse los movimientos de capital y a crearse espacios prácticamente libres de impuestos, los paraísos fiscales que permiten eludirlos a las grandes empresas multinacionales, multitud de economistas críticos, activistas y organizaciones de todo tipo venimos pidiendo que se acabe con esa injusticia tan vergonzosa.

La respuesta de los economistas al servicio de las corporaciones, de los líderes políticos y los organismos internacionales era siempre la misma, a pesar de que la evidencia demostraba lo contrario: es técnicamente imposible evitar esa elusión fiscal y, además, no conviene hacerlo porque entonces se perjudicaría a la inversión y el empleo"…

En definitiva, que el G7 se reúne para discutir una propuesta del presidente de Estados Unidos verdaderamente revolucionaria, al menos en comparación con lo que hasta ahora viene ocurriendo, para establecer un impuesto mínimo internacional sobre los beneficios de las empresas multinacionales. Juan Torres López la considera efectiva (y por consiguiente en esto se alinea con los economistas "ortodoxos") aunque duda se orienten al completo las medidas propuesta. Pero no va a abordarse la supresión de los paraísos fiscales, madre de todos los grandes obstáculos de la conomía al uso… Es decir, todo maravilloso. Si hay caminos, como siempre, todo siga igual. Aunque igual en este caso sea un poco menos desastroso…

Pues entiendo que el problema de fondo de este sistema es que, incluso ahora que se maneja desde la irrupción de la pandemia, verdadera o falsa, el reseteo de la sociedad occidental y por supuesto empezando por la economía y el trabajo, se sigue hablando en los mismos términos de siempre. De modo que si el lenguaje, los conceptos y la aplicación de las medidas económicas siguen discurriendo por similares senderos: "inversión, productividad, beneficio…" no se pueden esperar cambios profundos, que es lo que precisa el mundo, pero en esa dirección sino en la de ese "tenemos que hacer algo, ¡y ya!" que vociferó Christine Lagard.

Si la respuesta de los economistas a la supresión de los paraísos fiscales a la que se refiere Juan Torres López no ha cambiado desde entonces ni un ápice, y lo único que se intentan cambiar son enrevesamientos de ingeniería financiera, con lo que el autor del artículo se conforma aunque exija un cumplimiento taxativo de la propuesta de Biden, ya pueden dejarnos en paz de tretas y de monsergas economicistas salidos de la ideología de las universidades neoliberales. Si "la inversión y el empleo" se verían perjudicados por la supresión de los paraísos fiscales -y esto no ha sido contradicho, ni replicado, ni revisado- las claves del pensamiento capitalista siguen siendo las mismas. Porque, para muchos, para hacer frente al presente y al futuro inmediato (porque el remoto es muy posible que sea el desplome entero de la sociedad occidental), es necesario discurrir con otro parámetros muy diferentes de los habituales. Es decir, en claves de decrecimiento y no de más desarrollo y más inversión. Ni siquiera en más empleo, pues siempre superará con creces en el sistema (por mucho que se intente, y con mayor motivo mediando el reino de la cibernética y las nuevas tecnologías) el número de los sin trabajo.

Para discurrir como corresponde a los tiempos y circunstancias que vivimos hay que romper amarras y liberar el enorme lastre que suponen las prácticas corruptas de la economía capitalista, que el G7 se limita a retocar. Y la inversión es una de ellas. La inversión ha de ralentizarse considerablemente. Lo que el sentido común pide también para la economía al servicio de la humanidad y no de unos cuantos, son medidas decididamente restrictivas del crecimiento de las que además se derivaría mucho y prolongado empleo. El saneamiento de océanos, ríos, montes, lagos, lagunas y humedales tomado en serío, por ejemplo, generaría muchísimos puestos de trabajo en todas partes. Y ésa es una tarea que está incluso por encima de la explotación de las energías renovables. Lo que precisa occidente y oriente son economistas sagaces cuyo pensamiento se aparte de los cánones de la ecomomía superpragmática de los Adam Smith, Keines, Fridman, Myrdal y Galbraith… que para nada intenta repartir equitativamente los beneficios, ni siquiera con la fórmula cooperativista de trabajo, enriquecer a los que llaman emprendedores; no para reducir todo lo posible la ominosa desigualdad social que atiza el propio sistema, sino para producir artefactos y cosas que ya ni caben en el planeta.

Lo que demanda el sentido común que está muy por encima de la competitividad para estimular la iniciativa y un desarrollo que va a acabar con la vida en todas sus manifestaciones, es preciso cambiar la filosofía de la vida, los patrones de conducta, tanto de productores como de consumidores. Y ahora es la ocasión si se aprovecha el parón a la vida colectiva e individual que la pandemia ha originado en la sociedad mundial con efectos que no tienen precedentes. Lo que hay que pensar es cómo arreglárnoslas para olvidar como motor de vida y ocupación precisamente la inversión, el máximo beneficio y el "desarrollo" aún sostenido. Lo que se impone por encima de toda otra cosa, tal como están las cosas en el planeta y en la humanidad, es el decrecimiento. Lo que urgen son economistas "heterodoxos" del capitalismo feroz y voraz, cuyos mayores enemigos son, justo, los capitalistas y los inversores…

Menos riqueza para vivir mejor. Este es el eslógan. En realidad, hasta la fecha de hoy, según WWF, vivimos como si tuviésemos 1,7 planetas Tierra a nuestra disposición. En respuesta al crecimiento sin control que es la filosofía y técnica del capitalismo neoliberal, la teoría del decrecimiento económico afirma que la sostenibilidad económica (que excluye la producción para destruir stocks) es compatible con la preservación de los recursos naturales si se disminuye el consumo de bienes y sobre todo de energía.

El concepto de decrecimiento, por lo tanto, es una corriente de pensamiento que preconiza la disminución regular y controlada de la producción, con la finalidad de establecer una nueva relación de equilibrio entre los seres humanos y la naturaleza. A Serge Latouche, Nicholas Georgescu-Roegen, Hannah Arendt, Schumaker, Vincent Cheynet o François Schneider… es a quienes debería convocar el G7. Pues, todo lo que no sea abrazar el decrecimiento será otro engaño más, otra estratagema del propio sistema para producir efectos pírricos, para engañarse a sí mismo y para engañar a la población mundial. De la misma manera que son engañosos los innumerables Acuerdos sobre el Cambio del Clima, y como, para miles de millones de seres humanos en el mundo, una pirueta organizada esta, falsa o verdadera pero maldita, pandemia…



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Jaime Richart

Antropólogo y jurista.

 richart.jaime@gmail.com      @jjaimerichart

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