El pan regulado y Dr. House

—Viene pensativo hombre, paisano. —Ah compa…, mire que vengo turulato que ya lo iba a llamar compadre. No paisano, bueno sí. Es que uno oye cada cosa. El otro día salí como a las seis de la mañana y cuando llego veo aquella cola, ¿para qué será esta cola? Me pregunté. Me quedo mirando, cuadra y media de gente en aquella cuestión esperando para comprar el pan regulado, se habrá visto.

—Y pregunto, ¿A cómo venden ese pan? 8 panes a 13 mil, me dicen. Unos pancitos como los de perro caliente, imagínese usted. Con dos mordiscos que le dé se despacha cada pancito, es decir, en 16 mordiscos usted ya se comió la bolsa de pan. Se tarda uno más en la bendita cola que comiéndose tales panes. —Imagino, paisano, que se compró su bolsa de pan regulado. —No que va.

—Pero ese no es el asunto que me tiene pensativo. —¿Cuál es entonces? —Que al otro día hago la cola en la misma panadería para comprar el «pan campesino», que ya está 40 mil y dicen que está barato, porque en otras partes y que está a 70 mil. Me pongo en una conversa de esas de solo hablar de la carestía y escases, usted sabe paisano el deporte nacional pues.

—En la cháchara, con el tercera edad que estoy hablando, me cuenta que él todos los días hace cola para comprar el pan regulado; que llega a hacer la cola a las 3 de la mañana todos los días. Mire paisano, ¿qué clase de obsesión será esa? Hacer la cola a diario desde las 3 de la madrugada si la panadería abre a las 7 de la mañana.

—Mientras el tercera edad me hablaba, yo pensaba éste tendrá que buscar cita con el Dr. House para que le diagnostique si tal cosa es un problema neurológico o infeccioso o una enfermedad autoinmune. Y le mande a hacer una punción lumbar o una biopsia del cerebro. ¡Qué se yo! Pero, en verdad, que tal obsesión no parece normal.

—En eso llegaron otras personas y se pusieron a comentar de lo caro que está la vida. Que yo creo que es lo más barato, porque lo que está caro es todo lo demás. Bueno que si la margarina llego a 240 mil, que el bicarbonato a más de un millón; cada uno decía un precio más grosero que el otro. Aquello se volvió una lloradera, paisano, y la gente se lamentaba y se lamentó.



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Obed Delfín


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