Fin de la historia económica (parte I )

Nos referimos a lo que Carlos Marx dio en llamar Economía Vulgar, o sea, aquella ciencia cuyos profesionales se han limitado al reclonaje de las obsoletas enseñanzas de los Clásicos de la Economía.

Mientras tales clásicos se consolidaron como auténticos científicos y llegaron a la irrefutable convicción de que el trabajo es la fuente de la riqueza, sus seguidores hasta ahora se han quedado estancados y repiten todo lo que Carlos Marx echó por la borda desde hace ya sus buenos 150 años cuando descubrió que a dichos clásicos les faltó descubrir el verdadero origen de la riqueza burguesa.

Muchos de estos distinguidos profesionales han dado cursos en universidades y en las empresas privadas de corte capitalista y, de perogrullo, sus contenidos giran sobre esa supuesta obsolescencia de la Economía Marxista que, precisa y contradictoriamente, supera hasta ahora las extraordinarias deducciones científicas de un Adam Smith, un David Ricardo y de un J. Stuart Mill, por citar los estudiosos más objetivos y mejor trabajados por el apologismo capitalista registrado hasta ahora en la Literatura Económica moderna.

Un poderoso ejemplo sobre el "fin de la historia" apoyado por la Economía Vulgar es la incómoda realidad vigente acerca del abstruso CAPÍTULO I DE EL CAPITAL, mismo que ha terminado como ciencia inasequible para tirios y troyanos, porque, bueno es ratificarlo, las enseñanzas científicas, como tales, no están al alcance de todas las personas porque, si así fuere, hasta los bodegueros serían científicos.

De allí que, en aras de ayudar a la mejor inteligibilidad de este capítulo veamos de cerca el significado e implicaciones fabriles y comerciales de la MERCANCÍA y de su equivalente general: el DINERO.

Bien, como quiera que en la sociedad burguesa la mercancía representa su célula económica y ésta su máxima expresión de riqueza[1], pasemos a su consideración:

Como todo fenómeno que conocemos, sus contrariedades particulares los acompañan en todas sus manifestaciones propias de su interminable dinámica. Tal es el caso de la mercancía. Con esta, Carlos Marx da inicio a su precipua obra, El Capital. Se trata del Capítulo I, Primera Sección, Libro I.

Partimos del supuesto de que nada tiene valor comercial cuando carece de demanda[2] , y por esa razón la escasez de la oferta pareciera ser la creadora de aquel.

O sea, de poco serviría reconocer que el valor viene del trabajo y de que, como toda ganancia es valor, este debe proceder necesariamente del mismo trabajo. Sin embargo, mientras la mercancía tiene un costo en dinero (inversiones) mensurable dentro de la fábrica, independientemente de que los insumos productivos se adquieran a precios establecidos en el mercado, aun así, al empresario le basta cuantificar su inversión en dinero.

En un segundo momento, ese productor de mercancías asume el rol de vendedor y se halla frente y dentro de un mercado donde él ya no puede controlar el valor de su mercancía ya que este queda sujeto al arbitrio dinámico de lo que el clásico Adam Smith llamó la mano invisible del mercado.

Invisible no porque no haya productores oferentes que fijen sus precios de mercado a sus mercancías, sino porque las mismas actuaciones de esos agentes están sujetas al concurso de todos los oferentes. Es que mientras la producción de toda mercancía es un asunto individual, microeconómico, la oferta lo es global ya que se presume ausencia de monopolios.

Esa es una de las más relevantes contradicciones de un sistema capitalista donde ninguno de sus agentes tiene el control de ninguno de los demás; que todos los empresarios carecen de una planificación macroeconómica; que se trata de un sistema individualista y esto forzosamente se traduce en una incertidumbre-riesgo-permanente e inzanjable que a veces resulta favorable para algunos con cargo al resto de los concursantes.

Continuaremos más adelante.

6/6/2017 3:11:35 PM


[1] Carlos Marx, El Capital, Libro I, Sección I, Capítulo I.

[2] Ya Moliere, siglo XVII, sostenía: "Las cosas valen cuando se las hace valer". La publicidad o propaganda comercial busca despertar y reforzar la demanda, y con ello no sólo logra vender su oferta sino encarecerla de precio. Las muestras gratis se justifican porque la cosa regalada carece de demanda para ese entonces.

 

 

 



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Manuel C. Martínez


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