De Pelé a Maradona

Son ellos los polos opuestos de un enorme imán que atrae cada vez con más fuerza hacia su campo magnético la atención de una gran proporción de los seres humanos. Representan los dos, formas antagónicas de enfrentar la vida: una, dócil, obediente y bonachona, la otra, rebelde, turbulenta y desaforada. Como en todas las producciones hollywoodenses este par de astros del balompié personifican la eterna batalla entre el bien y el mal. Uno disciplinado y sumiso, el otro díscolo e incorregible, ambos, genios sobre el engramado de una cancha, malabaristas del balón, imágenes idolatradas.

Escoger entre estos gigantes del fútbol cuál de ellos ha sido el jugador más grande de todos los tiempos es realmente una tarea además de ociosa, titánica. Y digo ociosa por inútil, insustancial y vana, ya que cada uno brilló en su particular momento, en el cual las condiciones eran distintas, irrepetibles y excepcionales. Comparar a Edson Arantes Do Nascimento con Diego Armando Maradona, es deliberadamente ponerse a confrontar a los Beatles con los Rolling Stones. Los chicos buenos, uniformaditos, de cabello bien cortado que interpretaban Hey Jude, versus los melenudos salvajes y malportados, que aún entonan Simpatía por el diablo.

A Edson lo promocionaron como Pelé y apareció en las refriegas mundiales de finales de la década de los 50, etapa del deporte cuando el que más brillara antes que él quizás haya sido el húngaro Férenc Puskas -pero que su equipo no pudo alcanzar el campeonato de Suiza en 1954, quedando segundos detrás de Alemania Occidental-, aunque la primera aparición mundialista del astro carioca con apenas 17 años fue en Suecia 58. A Diego Armando nos lo vendieron como el Pelusa, quien por su parte llegó a su primer mundial a principios de los 80. Maradona con 17 años ya formaba parte de la selección de su país pero -según relata la leyenda negra, por la mezquindad de su entrenador César Luís Menotti, quien se empeñó en dejarlo por fuera del seleccionado nacional-, el 10 argentino debutó a sus 21 años en los encuentros del mundial de España 82. Ambos cracks jugaron en cuatro copas mundiales, uno y otro en su momento lideraron a sus respectivas selecciones nacionales en dos finales, los dos levantaron el ambicionado trofeo de campeones.

Este par –repito, cada uno en su momento-, no sólo logró convertirse en monarcas del mundo sino que también pudieron alcanzar el estatus de leyendas del deporte universal, categoría ésta a la que aspiran actualmente el argentino Lionel Messi, el portugués Cristiano Ronaldo, el brasileño Neymar Júnior, el uruguayo Luís Suárez, el alemán Manuel Neuer, el polaco Robert Lewandowski, el español Sergio Ramos, el belga Eden Hazard, el teutón Toni Kroos y el también charrúa Gonzalo Higuaín y una pléyade más de jugadores élite.

En tiempos que jamás volverán, a Pelé le tocó competir en una época en donde el contacto físico era poco castigado y ni siquiera existía la tarjeta amarilla, cuando la supremacía de la técnica y la estrategia brasileñas era indiscutible, jugando con balones pesadísimos, de un cuero que se empapaba volviendo la esférica una roca difícil de controlar, pero que a estos "meninos da rua" entrenados pateando cocos en la arena de una playa o descalzos en un pedregoso terraplén les parecía una mullida esfera de plumas. El Diez (como también se le conoce a Maradona), por su parte jugó en un instante en el cual comenzaba la penalización de las fricciones más pequeñas con la finalidad de proteger la inversión de los grandes clubes y un aguacero de cartones amarillos y rojos se precipitaba sobre las canchas. Al Diego le quitaron la posibilidad de emplear la famosa "paradinha" que el mismísimo Pelé había patentado y que le garantizó algunas decenas de los goles del millar amplio que embuchó a lo largo de su fructífera carrera futbolística. En ese tiempo la mecánica mafiosa de la FIFA ya comenzaba a lucir omnipotente.

La política, que permea todos los ámbitos del acontecer humano, no deja de inmiscuirse también en el deporte y el fútbol representa un plato demasiado suculento para que los tentáculos asfixiantes de este monstruo no lo traten de aprisionar.

Los dos provienen de países en donde el fútbol es casi una religión y aunque de orígenes extremadamente humildes, ambos íconos guardaron recuerdos disímiles de sus respectivas infancias. Pelé poco evoca el origen real de su pobreza y por ende no se quejó en lo absoluto de la utilización propagandística que hicieran de las victorias balompédicas "canarinhas" los gobiernos derechistas herederos del golpista de Getúlio Vargas. José Linhares y Eurico Gaspar Dutra confiscadores de las reivindicaciones y derechos de los trabajadores menesterosos -como su padre-, se entregaron incondicionalmente a las políticas neocolonialistas de los Estados Unidos y el negrito bonachón no dijo ni pio, como tampoco se manifestó ante los desmanes que cometía el régimen militar de Humberto Alencar Castelo Branco en el año 64. O Rey ha guardado siempre una postura displicente, comedida y servicial. Maradona, que también sufrió las penurias y carencias de una infancia marginal en cambio, inclinó su pensamiento hacia las doctrinas reivindicadoras del hombre representadas por la izquierda socialista. Se quejó de la represión violenta en los tiempos de la dictadura militar de Jorge Rafael Videla en contra los movimientos populares. Llegó a declarar: "Aunque fuimos los campeones del mundial juvenil de 1979, el botón de Videla nos usó de ejemplo. Nos hizo cortar el pelo y hacer el servicio militar. ¡Y eso que le trajimos la copa del mundo de Japón!" y quemó las naves con su conducta personal irreverente, contestataria e imprudente, mientras al fondo crecía el ruido de sables que por todo el continente producía la nefasta "Internacional de las espadas".

A los efectos de preservar el control absoluto sobre una industria rentable y multimillonaria, ha sido importante para la Corporación Internacional del fútbol (FIFA) el perfilar a uno y otro de sus ídolos tanto como al resto de las piezas negras y blancas de ese gran tablero de ajedrez mediático.

A tal efecto Pelé es la viva imagen del Tío Tom, el negro manso, esclavo y servicial que perdona a sus amos por más que estos lo torturen y lo exploten, olvida pronto la caja de limpiar zapatos que llevó de niño, la favela, la vianda precaria y se apoltrona esperando las caricias que por su buen comportamiento le hagan en el lomo sus verdaderos propietarios. Diego Armando no, él es más como Malcolm X, absorbe las enseñanzas de la calle, del arrabal; lee, se codea con los líderes revolucionarios, trata de entender los orígenes de la miseria, apoya las insurrecciones populares, se pierde en las profundidades del infierno y logra salir de allí, renacer como el ave Fénix, tras romper los cadenas manufacturadas para el a base de un fino talco.

A Pelé le gusta el dinero, lo ha dicho, le encanta una rubia adulancia, lo ha demostrado y con esos argumentos aseguraron su fidelidad y obediencia. La sola idea de perder gloria y/o riqueza lo paralizó. A Maradona le dieron fama y fortuna en abundancia para luego intimidarlo coaccionándolo con desheredarlo, y con eso no pudieron doblegarlo. ¿Qué hacer entonces con este semidiós incómodo y desobediente?, ¡Llevémoslo de superhéroe a villano!, ¡Quebremos su resistencia, pervirtámoslo, emponzoñemos su alma, destruyamos su imagen!, ¡Construyámosle un sendero cubierto de un polvillo blanco narcotizante, que lo transporte derechito hacia el averno y si en algún momento nos interesa, si nos vuelve a ser útil, vamos y lo rescatamos!, ¡Corrompámoslo al extremo de que cuando vea la raya de cal sobre el engramado corra hacia ella y se arrodille a esnifarla!

Estas luminarias, Pelé y El Diego, nunca coincidieron como rivales en las máximas contiendas del "deporte rey", pero el imaginario de los aficionados reiterativamente los enfrenta aspirando ser testigos de un épico choque de titanes.

Sostiene Juan Villoro que "A su manera, el fútbol es una novela. Tiene la extensión, la trama de conjunto, las peripecias incidentales, los predicamentos morales, las contradicciones de carácter y el populoso reparto de un Balzac que hubiese decidido situar su Comedia humana en la hierba. Tal vez por eso mismo no abundan las grandes novelas sobre el tema. Hay poco que inventarle a una liga que llega en capítulos."

Pero contradiciendo a Villoro nos atrevemos a asegurar que a esta trama en donde el dinero, la corrupción, las mafias, el romance, las intrigas, las patrañas, las ambiciones y la tragedia humana se conjugan, todavía le falta mucho. Al mundo le falta fútbol, al fútbol ídolos-objeto que mercadear y a esta novela por entregas cuatrienales aún le faltan muchos capítulos por contar.

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Carlos Pérez Mujica


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