Perú. “No hay feminismo sin lucha de clases y no hay lucha de clases sin incluir a las mujeres”

Hace más de 100 años hubo dos revoluciones importantes: la obtención de derechos laborales por parte de la clase obrera y la conquista del voto femenino por parte de las mujeres. Después de esos dos puntos de quiebre en la historia, le siguieron otros, como la aprobación del matrimonio entre parejas del mismo sexo o la legalización del aborto por cualquier causal. Estas últimas son todavía ajenas a la realidad de nuestro país, excepto el aborto terapéutico.

Sin embargo, a pesar de los avances en el mundo, todavía existen la explotación laboral, los salarios de hambre y las brechas económicas abismales. Los ricos cada vez se hacen más ricos y los pobres cada vez se hacen más pobres, los de arriba suben y los de abajo caen, como la canción brasileña XiBom Bombom (suena gracioso pero es verdad).

En el caso de las mujeres pasa exactamente lo mismo. Podemos votar, podemos usar pantalones, podemos elegir no ser madres, pero todavía hay quienes se sienten con derecho a tocarnos, aún hay quienes continúan creyendo que una mujer es de su propiedad y si decimos lo contrario, nos matan. Aún hay hombres que se resisten a cumplir el trabajo que una jefa mujer les encomienda. Y la realidad adversa que deben enfrentar las mujeres se agrava en contextos de pobreza.

Hay dos enunciados fundamentales para entender los problemas del mundo, la falta de conciencia de clase y la falta de conciencia de género. Para la primera, el sistema actual ha tenido éxito al hacerle creer al ser humano que todos sus males se deben a ellos mismos y que hay que esforzarse para "salir adelante", sin evaluar el contexto en el que nos toca desenvolvernos.

En el segundo caso, el mismo sistema nos ha metido en la cabeza que somos especiales y frágiles y que hay que cuidarnos, como si tuviésemos una discapacidad o algo parecido. Y nos ha dado colores específicos que debemos usar, costumbres; en síntesis, roles de género que debemos cumplir si queremos llegar a ser "algo en la vida".

En ambos casos, siempre es el mismo mensaje: todo depende de ti. Si quieres progresar, esfuérzate el doble, el triple, el cuádruple. No duermas si es posible, arriesga tu salud porque solo depende de ti. Si quieres que no te violen vístete de la forma adecuada, compórtate como señorita para que no provoques porque, ya sabes, solo depende de ti. No hay más factor que nosotros mismos. Y ese individualismo es el que nos ha encadenado por décadas a una perniciosa pasividad que ahora nos trae factura con el arrebato de un grupo de conservadores que se han organizado alrededor de dos consignas convincentes: "marchar por la vida" y "que con sus hijos no te metas".

Asustados por una ola de libertad que asola las fronteras del Perú con vientos occidentales, los hombres que manejan la iglesia católica y algunas iglesias cristianas protestantes han unido fuerzas para cerrarle el paso a todo aquello que represente un derecho inherente al ser humano: elegir.

En esta arremetida conservadora son las mujeres las que llevan la peor parte. La idea de sociedad de este numeroso grupo se asemeja a la que existía antes de las revoluciones de hace 100 años, de las que hablamos al principio de este post, donde las mujeres eran todas relegadas a las cuatro paredes de una habitación, donde debían criar, cocinar y procrear.

Esta ola conservadora nos ha encontrado con las manos atadas a aquellas personas que creemos en la libertad porque el sistema nos ha acostumbrado tanto a mirarnos el ombligo que de pronto una amenaza nos vuelca y revuelca y se mete por los palos en la vida política y llega hasta lo más alto. Allí donde se toman decisiones.

Finalmente se ha hecho más evidente que el problema de las desigualdades económicas y de género están confluyendo de manera casi perfecta y al unísono y ya es momento de que aquellos que luchan por uno o por otro abran los ojos y se den cuenta de que ambas peleas van de la mano. No hay feminismo sin lucha de clases y no hay lucha de clases sin incluir a las mujeres.



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