Creo que estoy disociado, en seis síntomas

Una condición innata del ser humano es a desconocer empecinadamente sus dolencias en una especie de trance perturbador con evasión irracional de la realidad, como si ello lo eximiera de responsabilidades o de la toma de decisiones difíciles que tarde o temprano le tocará hacer. Una cosa es cuando las enfermedades son físicas y otra muy diferente cuando responden a estados mentales, y ni hablar de la combinación de las dos cosas. En este devenir de autoculpas, y luego de evaluar objetivamente mis estados mentales de los últimos tiempos, debo empezar a reconocer que estoy transitando por toda la sintomatología de la llamada disociación sicótica o, para resumir, de un vulgar disociado.

Como si estuviera sentado en un diván, me parece en retrospectiva que todo comenzó (a agravarse) a partir de febrero de 2017, cada uno de los días que me tocó arreglármelas para salir a trabajar, sorteando barricadas y, por suerte, mirando a lo lejos los desmanes cometidos por manifestantes "pacíficos", tal cual me lo recalcaban a mi regreso algunas vecinas malencaradas que por razones que no me explico no tenían la misma obligación de presentarse a sus puestos de trabajo pero a quienes les molestaba visiblemente mis salidas diarias con ese objetivo. Por las redes (¿sociales?) de la misma urbanización pedían suministros para estos gallardos miembros de la resistencia, y si bien entendía lo de las curitas, el mertiolate y la comida, no obtuve explicaciones sobre la necesidad de consignar botellas de vidrio vacías, que entonces supuse eran para una encomiable pero inoportuna labor de reciclaje que en tiempos de protestas civilizadas le estampaba un carácter conservacionista al asunto. Primer síntoma de disociado, no ver con claridad lo que sus vecinos o semejantes si.

Posteriormente, con la abrupta culminación por razones electorales de estas actividades y cuando finalmente podía salir (y sobre todo, regresar) con una cierta tranquilidad a mi hogar, me embargaba un cálido sentimiento de seguridad y hasta de felicidad, conformándome con algo que me parecía un derecho natural. Sin embargo, las miradas acusadoras y la evidente angustia generalizada en mi entorno de clase media me ponían a dudar de mi mezquino sentimiento, hasta sentirme culpable de involuntariamente alegrarme de la tristeza ajena. Segundo síntoma de la disociación, confundir el bien con el mal.

En materia humanística, una línea recta nunca une sencillamente dos puntos, sino siempre ocurre un trazado de hipérbolas y otras funciones matemáticas complicadísimas que los supuestos descendientes del mono nos empeñamos en trazar para unir dos realidades a veces no tan equidistantes. Es en materia electoral cuando me manifiesto mas desamparado, ya que todo el mundo llama a no votar para luego de ocurridas las elecciones, decir que hubo fraude porque no fue a votar "nadie" y ganaron precisamente los candidatos que se presentaron y no los que no se inscribieron. Lo que es mas confuso aun, es que los que no querían ir a votar consideraban, haciendo gala de un evidente espíritu democrático, que los que salieran a hacerlo merecían ser poco menos que linchados. Yo tenía un amigo ludópata que me convencía de que ganar la lotería era ciertamente difícil, pero que en cambio era imposible si no comprabas los números, cosa que el se mantuvo haciendo ininterrumpidamente por años sin resultados a la vista. Tercer síntoma, negado de las más evidentes realidades numéricas del plano cartesiano.

En el entorno cada vez más limitado de algunos pocos conocidos, siempre hay quienes todavia consideran que las cosas no están tan mal, y los mas exagerados por sus reacciones insinúan por el contrario que todo está bien. No se animan a criticar lo que está pasando, y permanentemente sostienen que la culpa es de los demás, excluyendo selectivamente al gobierno. Bajo la trillada óptica de que los extremos se tocan, en ello se parecen mucho al otro sector que todo lo achaca al gobierno, y que mira complaciente la acción de otros actores que pescan en el río revuelto de la descomposición social y la corrupción generalizada. Cuarto síntoma, desconocer que la mayoría siempre tiene la razón.

La acción ejemplarizante y formadora de los medios de comunicación de masas y las inefables redes sociales ha sido menospreciada, y de vez en cuando se cuela en este selecto grupo el mensaje siempre conciliador de la Conferencia Episcopal Venezolana. Mucos comunicadores sociales atacan a los pocos voceros oficialistas que se atreven a dar declaraciones en medios diferentes a VTV, pero de manera ecuanime se mantienen complacientes con personeros de la variopinta oposición. Todo ello se conjuga a la perfección con voceros eclesiásticos que desde el confort de las homilías llaman a poco menos que destruir a los chavistas. Si eres de los pocos artistas que apoyan al gobierno estás abusando de tu posición, pero por otra parte si estas del lado opositor esto de manera alguna interfiere en tus actividades y hasta resulta curricularmente muy apropiado. Quinto síntoma, no estar en línea con el axioma de que todo lo que dicen los periódicos es verdad y sobre todo de que la palabra de dios es santa.

Mientras el gobierno se mantiene mordiéndose la cola de la ineficiencia con paños calientes antes que agarrar la sartén de la economía por el mango para tomar verdaderas decisiones estructurales, la oposición y el gobierno de USA nos están dando una mano fraternal con una nueva y mas elaborada lista de sanciones que ahora si es verdad que nos están ayudando a entrar en el verdadero camino de la reconciliación. Banalizar los amables esfuerzos de nuestros vecinos en hacerse los locos ante el contrabando de extracción o fomentando un tipo de cambio ilegal fronterizo es pernicioso de nuestra parte. También malo es no entender que la culpa de que no se pueda comprar comida ni bienes esenciales aun teniendo la plata guardada es exclusivamente del gobierno, o signo de insensatez no conformarse con estar ahora mucho peor por estas medidas tomadas selectivamente contra Maduro. Deficiente es no comprender el porque los promotores de estas medidas y sus familiares están confortablemente instalados (empantuflados) en el exterior esperando un desenlace positivo mientras nosotros no colaboramos soportando estoicamente el asunto. Sexto síntoma, sentirse afectado por quien le está dando una generosa mano amiga.

Demás esta decir que ante el recrudecimiento de esta condición sicótica, el próximo paso es el de acudir a un especialista, claro está luego de ahorrar una enorme cantidad de dinero para poder pagar una consulta. ¿Alguien tiene a la mano por casualidad el teléfono del psicólogo del matero?.


dejesupo@hotmail.com



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