El premio Nacional de Literatura para el poeta Lubio Cardozo

Lo primero que hay que decir de Lubio Cardozo es que es un poeta culto, y añadiría que muy culto. Me valgo para decirlo en que fue mi profesor de literatura en la escuela de letras de la Universidad de los Andes a finales de la década de los ochenta, y en que, como con los poeta Ramón Palomares (aunque el viejo lobo Palomares se nos fue en 2016) y Gustavo Pereira, tengo treinta años aprendiendo de literatura con él, día a día, semana a semana, mes a mes, año a año.

Especialista en la llamada literatura colonial, Lubio Cardozo nos ha hablado durante cinco décadas, bien en el salón de clases o en el ensayo escrito, que es el habla leída, sobre la literatura maya y el legado prehipánico, de Huitzilopochtli y del guerrero altivo de Textoco —en el denominado "México antiguo" —, Nezahualcóyotl (1402-1472), poeta chicimeca de innegable jerarquía; y del mundo fundacional del Popol Vuh o Libro de los Consejos del pueblo quiché, (que contiene poesía salmodiada, narraciones teogónicas y cosmogónicas) y de la matanza de Pedro de Alvarado en Guatemala; de los libros del Chilam Balam de Chumayel, del Chilam Balam de Tizimín, del Chilam Balam del Maní, que refieren "hechos mitológicos, proféticos e históricos" escritos por aquellos sacerdotes de Yucatán llamados los chilamoob; y nos habla siempre de los Anales de los Cakchiqueles y de esa esa obra teatral gloriosa conocida como el Rabinal Achí, la lucha de dos guerreros: Rabinal Achí y Quiché Achí.

Lubio Cardozo nos escribe y nos cuenta, como el Maestro que es y ha sido siempre, de la historia de la literatura indígena venezolana. De los kariñas, los piapocos, los piaroas, los waraos, los wayúu, los jivis, los guajiros, los yanomamis, los yecuanas, los yaruros, los guanos y pemones; los Jirajara-Ayamán y motilones, los tamanacos y cumanagotos, los cuicas, los guaqueríes y los barí, entre otros, para desentrañar y valorar sus cantos y aclamaciones, sus juegos, sus actos de fe y ceremonias paganas; sus invocaciones y llamadas sobrenaturales; sus testimonios, elegías, alabanzas, mitos o leyendas, muchas de estas convertidas en verdaderas representaciones teatrales y escenificaciones en las que la música y la danza, el canto y las coplas, se acompañaban de no pocos rudimentarios instrumentos para producir sonido y encantamiento.

En una y otra panorámica, nuestro poeta, profesor, investigador, ensayista y bibliófilo Lubio Cardozo (hijo de Caracas, de Choroní, de los andes, del mundo entero), nos señala lecturas que resultan fundamentales para descifrar los misterios más hondos de nuestra América, como por ejemplo la obra Décadas del Nuevo Mundo (De Orbe Novo Decades...) de Pedro Mártir de Anglería, publicado en 1516; la Historia de las Indias de Nueva España de Fray Diego Durán, la Relación acerca de las antigüedades de indios de Fray Ramón Pané, las Noticias Historiales de Venezuela (1627) de Fray Pedro Simón, la Historia de la Nueva Andalucía de Fray Antonio de Caulín, la Historia general y natural de las Indias (1535) de Gonzalo Fernández de Oviedo, la Historia general de las Indias (Siglo XVI) de Francisco López de Gómara, el Ensayo de historia americana (Siglo XVIII) de Felipe Salvador Gilij y la Conversión de Píritu (1690) del padre Matíaz Ruíz Blanco, entre otras. Así mismo, nos invita a leer los valiosos trabajos que sobre estos temas han hechos otros estudiosos venezolanos, quienes se ocupan de los mitos y otros referentes cosmogónicos (como el de Amalivaca, el Dios Creador del mundo y de los hombres, del río Orinoco y del viento), como el antropólogo Miguel Acosta Signes, don Mariano Picón Salas, Jean Marc de Civrieux, los hermanos Esteban Emilio y Jorge Carlos Mosonyi y Gustavo Pereira, entre otros baluartes de la historiografía literaria de Venezuela.

Lubio Cardozo es un especialista de la literatura venezolana del siglo diecinueve. Muy agudos han sido sus ensayos y ponencias sobre José Antonio Maitín, creador del romanticismo lírico en nuestro país, ocupándose de su biografía y confrontando la crítica que este autor tuvo a favor y en contra; pero reconociéndole sus valores innovadores. Igualmente se ha ocupado de la obra de Juan Antonio Pérez Bonalde, figura relevante del romanticismo en Venezuela y precursor del modernismo en Latinoamérica, y el poeta Gabriel E. Núñez, autor muy poco conocido, quien trae a los venezolanos o revive, el mundo de la clasicidad griega. Pero es su mayor contribución de ese período de nuestra evolución cultural su acuciosa dedicación a don Andrés Bello, el autor de Alocución a la Poesía, (Londres, 1823) y Silva a la agricultura de la zona tórrida (1926), convirtiéndose, además, en uno de los bellistas más reconocidos de Hispanoamérica, especialista en la obra y creación del gran humanística caraqueño.

Para sustentar con base los méritos que tiene Lubio Cardozo como intelectual probo e integral, muy distinto a otros poetas más jóvenes que aspiran al Premio Nacional de Literatura creyendo merecerlo a punta de tomarse fotos con poetas famosos del país, de Colombia o de Cuba; o por contar historias bobas de la bohemia, las puterías, los chistes de barras, las desfachateces de las borracheras; o por haberse pasado los últimos treinta años haciendo de turistas literarios con los dineros del Conac, del posterior Ministerio de la Cultura, de las fundaciones y de algunas universidades; tomemos en cuenta que su trabajo no sólo ha sido sistemático, serio, profesional, inclusivo, relevante, notable y académico, sino revelador, descubridor, valorador y rescatador de autores muertos, vivos y olvidados, como el humanista integral que es, como profesor de alta factura que es, y como visionario comprometido con la esencia de nuestra identidad nacional.

A diferencia, necesario es repetirlo, de quienes tienen en la poesía la amena cháchara etílica como oficio y norma para desglosar, válidamente tal vez, las entrañas de la literatura y en particular de la poesía, Lubio Cardozo es el creador disciplinado, atado de vista, cerebro y mano al mundo grecolatino, del que es gran conocedor, en particular de la literatura clásica griega, traductor de la misma además; no sólo como hábito de formación, para acrisolar el oficio docente que explaya más allá de aquellos viejos salones de asbesto, que ya no existen, en la avenida Universidad merideña, sino en el ensayo, la diáfana palabra de la reseña, en la nota celebratoria del texto recién aparecido del amigo y del hermano, en la esquela amatoria con la iridiscencia misteriosa de la palabra, teorizando, razonando dudas, generando líneas de investigación, repasando una y otra vez todo el devenir de la literatura venezolana, como antes referí, mediante sus grandes virtudes ligadas a ese oficio misterioso, y no pocas veces ingrato, como lo es el oficio de la poesía, el oficio de poeta.

Parecería impensable que en la poesía, un poeta pueda tener enemigos; y que exista el ánimo egoísta y negatorio de la obra ajena, ganada a pulso, sin adulancias, sin atajos ni espavientos; a pulso, a letra limpia y a la manera que impone una alta calidad y una clara conciencia en el uso del lenguaje. Pues, bien, los enemigos de Lubio Cardozo advienen de bajas percepciones del espíritu egoísta, que cree negarle un lugar en la más preciada historia de la literatura venezolana de todos los tiempos, al pretender ignorarle, callar su obra lírica, biográfica, ensayística, filosófica, documental y bibliográfica, desde el siglo decimonónico y el veinte, hasta lo que lleva en tránsito este nuevo siglo veintiuno.

El mapa literario de Lubio Cardozo abarca todas las regiones, todas las esquinas y todos los horizontes del país. Caballero del verbo y del verso, se ocupa por igual de Teresa Coraspe allá en Ciudad Bolívar que de Lydda Franco Farías en Maracaibo, o de Stefanía Mosca en Caracas o Ana Enriqueta Terán y Débora Matheus Bencomo en los andes de Trujillo y Táchira. Da igual que estén en el cielo o en la tierra los autores y las autoras, para ocuparse diligentemente de que no se olviden sus obras, sus nombres, sus huellas y sus cantares.

Su libro Paseo por el bosque de la palabra encantada tiene ensayos minuciosos, cuidados y profundos sobre aquellos escritores y poetas venezolanos representativos de cada etapa de la formación de nuestra literatura moderna contemporánea. Y menciono sólo uno de sus invaluables aportes. En ese valioso libro aparecen sus ensayos sobre autores de la generación del cuarenta como Manuel Felipe Rugeles, Juan Beroes, Eligio Jiménez Sierra, Carlos Augusto León, Juan Manuel González y el grupo Contrapunto. De los llamados Años de la Dictadura, los ´50, escribe sobre Marcos Ramírez Murzi y Dionisio Aymará. De los años sesenta nos presenta su palabra valoratoria sobre el poeta Juan Calzadilla, José Antonio Castro, Jorge Nunes y Gustavo Pereira. De los setenta estudia a Tito Núñez Silva, a Teresa Coraspe, Alberto José Pérez y Celso Medina. Y sobre los años ´80, incluye a Rosalina Garcia y al poeta merideño Gonzalo Fragui.

Atrás quedaron aquellos intelectuales de las letras, que como Mariano Picón Salas, Arturo Uslar Pietri, Juan Liscano, Orlando Araujo, Julio E. Miranda, José Balza y Lubio Cardozo legaran a nuestros estudiantes de letras sus notables obras de ensayo y de registro sobre nuestros procesos literarios nacionales, a la manera de aquellos títulos esclarecedores como Panorama de la literatura venezolana actual (1973), Narrativa venezolana contemporánea (1988) y Formación y proceso de la literatura venezolana (1940).

Nos hicimos hombres de letras dedicados a los recitales, a las lecturas de manuscritos, a los conversatorios autobiográficos y a las ferias, válidos y necesarios desde luego, pero dejamos fuera del oficio la necesaria complementariedad del escrito revelador, del investigador, del estudioso, del inquiero buscador de misterios. Nos atrapó la engañosa farándula literaria y descuidamos la inmediata valoración de todos los registros contemporáneos de autores y obras. Con excepción de las notas entre amigos y alguno que otro trabajo salido de las tesis universitarias, no se vislumbra un terreno fértil y abundante abonado por ensayistas venezolanos del tema literario.

Hay la excepción reciente de Luis Alberto Crespo, por ejemplo, quien en su obra Lectura común, da cuenta de más de cien escritores nuestros, mediante reseñas creadas y recreadas con un verbo llevado de la mano de la poesía y el periodismo cultural. Y hay por ahí otros compendios de notas, las más de las veces ligeras, pero queda pendiente una presencia de escritos dispersos, desde hace ya unos treinta años. que el tiempo ocioso va enterrando en el olvido.

Han aparecido tesis de posgrado y libros monográficos sobre Alfredo Armas Alfonso, Eugenio Montejo, José Balza, Ramón Palomares o Gustavo Pereira, entre otros, es cierto, pero ¿dónde están las obras de ensayo que nos digan qué literatura, qué tendencias tenemos entre 1990 y 2020 en todos los géneros? ¿Quién se ha ocupado de ese registro, por ejemplo, a la manera que lo hizo Juan Liscano a comienzos de los setenta, lanzando el brazo unas décadas más atrás?

Si armáramos unas carpetas de títulos hemerográficos producidos por el poeta Lubio Cardozo durante más de sesenta años de arduo e infatigable trabajo literario y académico, llenaríamos un cuarto. Sólo en aquel olvidado Suplemento Cultural del Diario Ultimas Noticias, cuando lo dirigía Nelson Luís Martínez, hay una enciclopedia guardada. Conservo en mi biblioteca, archivados, varias decenas de suplementos de esos de Ultimas Naticias y del Papel Literario de El Nacional de los años 80 y 90. Por otra parte, las publicaciones de Lubio Cardozo en revistas multigrafiadas de los años sesenta, setenta y noventa, en revisas de México, Cuba, Colombia, Chile, Bolivia, Nicaragua, Panamá entre otros países latinoamericanos, de Estado Unidos y Europa, llenaría otro cuarto. Especial mención merece su participación, como colaborador, en la revista hispanoamericana Archipiélago, que dirigiera en México Carlos Véjar Pérez-Rubio, y otras como Xilote (México), Igitur (Córdoba, Argentina), Ideas, Artes y Letras (Lima), Espiral (Bogotá) y Esparavel (Cali, Colombia) y entre las nacionales, la Revista Nacional de Cultura (Caracas) Revista de la Universidad del Zulia (Maracaibo), Caribana (1982 - 1984), En Haa (1963 - 1971), Jakemate (1972), Falso Cuaderno (1976 - 1981) y Actual (ULA-Mérida), entre otras.

Sumado a esto, su abundante y variada bibliografía, su muy particular estilo de hacer poesía, con una temática que desentraña por igual los misterios humanos y los misterios y bondades de la naturaleza (árboles, animales, minerales y tierras, con hierbas, con aguas, con flores y aromas), junto al gran misterio de Eros, el amor, el lenguaje, la poiesis y la música; decantando en tono filosófico toda la creación humana universal, sea en la lengua que sea, sea en el siglo que sea, le abonan a su causa admiración y ejemplaridad. Contamos entre sus títulos Extensión Habitual (1966), Apocatástasis (1968), Contra el campo del rey (1968), Salto sobre el área no hollada ( 1971), Fabla ( 1974), Paisajes (1975), Poemas de caballería ( 1983), Solecismos (1986), Poemas (1992), Lugar de la Palabra (1993), El país de las nubes (1995) Un verso cada día (1995). Arbóreos (1997), Ver (1999), La cuarta escogencia (2006), Alrededor (2011) y Mérida una ciudad hecha de poesía.

Me pregunto, entonces, ¿necesita algo más que eso un jurado juicioso, ecuánime, culto e imparcial, para valorar en un humanista de esta estatura, de 82 años bien ganados a la vida, entre la humildad y la sabiduría, para merecer no un premio, que al final de cuentas como premio es sólo un zumbido de abejas que pasa; sino la demostración del respeto y la gratitud por una trabajo honesto, comprometido con el destino nacional, con la aportación desmedida y sin criterios comerciales ni enroscamientos de grupos, escuelas, tendencias ni adláteres, para que en su hora mayor se le lleve a su casa el reconocimiento más sincero a su dignidad de oficiante de la poesía?

Nacen, pues, estas reflexiones para animar y para apoyar la propuesta definitiva de los poetas Gonzalo Fragui (Eleazar Molina) desde Mérida, y de Luis Alberto Angulo desde Naguanagua (Carabobo), con el impulso igualmente afectuoso de Maríalcira Matute, Celso Medina, Ximena Benítez, José Gregorio González, Rubén Wisotzki, Andrés Mejía, Gabriel Jiménez Emán, Gustavo Pereira, Mariano Nava Contreras y Carlos San Diego, entre otros tantos cultores de Venezuela, de su nominación al Premio Nacional de Literatura 2020 en los términos formales que corresponda hacerlo.

Allá, en un noveno piso de un edificio de la avenida Las Américas de Mérida, que el llama su Torre de Segismundo, mirando al Norte y al Sur de este gran continente, Lubio estará mirando al frente a aquella África de color y tierra seca, a aquella Europa de tan disímiles virtudes y defectos, aquella Rusia que un día lejano lo cobijó y brindó mano solidaria, y aquellos países más distantes que pueblan el Oriente Medio y el oriente profundo, la Asia de abajo y de arriba, y quién sabe hasta dónde le llega la vista—el mar Egeo mediante, acaso en el Éfeso o imaginándose en el Tártaro—; hasta la casa invisible y universal de Homero, de Virgilio, de Píndaro, Eurípides, Sófocles, Ovidio, Hesíodo, Safo y Anacreonte, Teócrito; cautivo tal vez de un lienzo de Gauguin mientras oye las trompetas de Verdi, al final de la tarde, con un café tibio en mano, y una vela que ampare la oscuridad de moda en la Venezuela de la pandemia del Covid-19; arraigado a la amistad de aquel grupo de hermanos que junto a él sacaron a buen puerto la legendaria revista EnHaa; me refiero a Teodoro Pérez Peralta, Jorge Nunes, Argenis Daza Guevara, Carlos Noguera, Marina Castro, Aníbal Castillo y José Balza.

Pero hay una mirada fija, que sobrepasa toda búsqueda visionaria en Lubio Cardozo, y es que nunca-jamás, aparta la vista de la casa de Simón Bolívar, de nuestro grande padre Simón Bolívar, el de Pichincha y El Chimborazo, el del Congreso de Angostura y la Carta de Jamaica. Por eso, desde hace unos pocos meses me asignó una tarea más —de las tantas que he asumido bajo su prisma: estudiar a José Lira Sosa, a Gustavo Pereira, a Luis Castro, etcétera—;, que no es otra que la de estudiar "la idea de país" en Venezuela, desde la visión de nuestros pensadores y creadores de todas las épocas y tendencias. Magna tarea y empeño que, aunque llevo varias páginas escritas y discutidas semana a semana con él, aún me deja largo camino por recorrer, con el deseo franco y amoroso de que me acompañe a llevarlo a feliz término.

Queda, pues, abierta la propuesta para los jurados, queda abierta la carta para los afectos y queda abierto el corazón de la patria para que honre a uno de sus hijos más notables.

 

elpoetajotape@gmail.com



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José Pérez

Profesor Universitario. Investigador, poeta y narrador. Licenciado en Letras. Doctor en Filología Hispánica. Columnista de opinión y articulista de prensa desde 1983. Autor de los libros Cosmovisión del somari, Pájaro de mar por tiera, Como ojo de pez, En canto de Guanipa, Páginas de abordo, Fombona rugido de tigre, entre otros. Galardonado en 14 certámenes literarios.

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