San Antonio de Padua a 787 años de su siembra, toca y baila Tamunangue

A 787 años de su siembra, Italia 13 de junio de 1231, sorprende la perdurabilidad de la veneración y culto a esta ancestral figura del santoral católico, Antonio de Padua, "Santo de la Piedad Popular", cuya fama trasciende el imaginario de los creyentes de la Iglesia de Roma, y ha encontrado nicho, según el sacerdote e historiador franciscano Lázaro Iriarte, en altares cristianos coptos, ortodoxos y hasta entre musulmanes, incluyendo su presencia y la de sus avatares en panteones afroamericanos y afrocaribeños, congos y yorubas, en ritos antonianos mestizos, y configurándose en una suerte de ícono universal espiritual e inter-religioso que oficia con reconocimiento ecuménico.

De innumerables y prodigiosos milagros está plena su historia de sanador y taumaturgo. Le atribuyeron 53 de ellos entre el día de su muerte y la efemérides de su canonización, apenas un año después de su fallecimiento. Esa creciente fe en su poderosa intercesión sagrada no ha cesado en los pueblos durante más de siete siglos y medio.

En su ensayo El Otro San Antonio, Lázaro Iriarte valora su presencia en el tiempo real, la evolución de su imagen histórica. La más sencilla devoción popular asume al Santo, delgado y pálido, el rostro juvenil, con el Niño Jesús en sus brazos sentado sobre un libro, la Biblia, y portando una flor de lirio, como símbolo de pureza. Quizá esa sea la imagen más conocida por los devotos. Pero en una investigación en el 2014 del Museo de Antropología de la Universidad de Padua, estudiosos antonianos y expertos brasileños en Antropología Forense y Diseño digital 3D revelaron el verdadero rostro de San Antonio de Padua, como de "cara redonda, mofletudo, ojos profundos y nariz achatada". Ese rostro se correspondía con la representación de San Antonio con una fisonomía corpulenta y pesada, predicando entre frailes, pintada por Giotto en un fresco de la Basílica de Asís, a fines del siglo XIII.

Predicador elocuentísimo, "Heraldo del Evangelio" entre multitudes que más que escuchar sus sermones, se conectaban con la vehemencia de su inspiración sagrada, o en palabras de Lázaro Iriarte, con la "vis profética" (fuerza profética) de sus mensajes. Y todo sin prepotencia individual de docto o retórico, con humildad franciscana. Su visita a la Roma del Papa Gregorio IX hace conocer sus dotes de predicador entre la jerarquía católica medieval.

Resulta en apariencia contradictorio que en plena época de las Cruzadas cristianas militares contra los moros y musulmanes alentadas por reyes, señores feudales y Papas, hayan surgido simultáneamente movimientos de frailes para retornar a los ideales y prácticas del cristianismo original, al Evangelio, con votos de pobreza, devoción pacífica y predicación itinerante, como la Orden mendicante dirigida por San Francisco de Asís.

De esa escuela proviene San Antonio de Padua, de potente voz, y sus sermones dominicales. Elocuencia y humildad, carisma y empatía con los pobres, tales eran sus atributos. Hacia 1230 predica en Roma. Cuál era su mensaje evangélico? Qué decía en sus sermones, con "abundancia del corazón"? Postula que "Jamás debe dejar de decir la Verdad, aun a costa de provocar escándalos". Y ante la soberbia, opresión y violencia de nobles, señores feudales y prelados de la Iglesia contra los pobres, alza su voz justa contra aquellos "que despojan a los pobres de sus bienes insignificantes y necesarios, a título de que son sus vasallos". Que los humillan arrojándoles residuos de sus mesas opulentas y el agua de fregar. Reprende a los usureros y a los ricos avaros "que tienen los oídos taponados por el dinero" "pajarracos rapaces" que roban y despojan a los pobres indefensos. A riesgo de su seguridad, en el tiempo de la Inquisición católica que inicia el siglo XIII contra todo disenso o diferencia con los poderes religiosos y la nobleza, levanta el principio evangélico de la función social de la propiedad: "Los bienes que no son necesarios al rico para las exigencias fundamentales de la vida, pertenecen al pobre que se halla en necesidad". No sólo predica. Actúa, restituye, protege al pobre ultrajado y despojado. Quizá esa resonancia de Justicia del cristianismo primitivo que encuentra en San Antonio albergue y morada, junto a sus dotes de hombre sagrado, devoto y puro, lo hacen ingresar al panteón de los pueblos, a los arquetipos del imaginario popular, en esa diversidad cultural, amplia, tolerante, humana y universal, que permanece por siglos sobre los sectarismos.

A Nuestra América arriba San Antonio en los arsenales religiosos de los misioneros de San Francisco, que junto a los dominicos, llegan a La Española en Santo Domingo, casi con Colón. El poeta Gustavo Pereira relata en su libro Historias del Paraíso que hacia 1598 habían cruzado el océano casi 5 mil frailes y sacerdotes, muchos de ellos franciscanos. Venían como portavoces colonizadores de la religión católica, aliada con los arcabuces y armas de guerra de los conquistadores españoles que asolaban los pueblos del continente. A fines del siglo XVI y comienzos del siglo XVII, encontramos su imagen en El Tocuyo, en el Convento de San Francisco. Ya en 1609 "negros y morenos esclavos" se hacen cófrades de San Antonio. Y en un documento colonial de 1619 citado por Miguel Acosta Saignes se autoriza "…que las cofradías de negros y mulatos hagan las danzas que acostumbran". Es decir, ya en 1619 era costumbre que los esclavos cófrades de San Antonio le hicieran danzas! Y esa danza al menos era acompañada por tambor. El Tamunango, tocado por dos músicos con las palmas de la manos y con un palo de madera, bastón o laudes. Ya como festividad popular, los que fueron y son aún llamados Sones de Negro, se documentan en la relación de una fiesta de negros a San Antonio del 13 de junio de 1665, según la investigación Temas sobre El Tamunangue que adelantó el cronista, poeta e historiador larense, Don Ramón Querales.

Las haciendas de caña y los trapiches de la región tocuyana eran sostenidos con el trabajo esclavizado de africanos. Entre ellos, muchos nativos o descendientes de la etnia congo. Desde esas comunidades, y por la fusión entre el culto al Santo patrón San Antonio y los ritos africanos de resistencia cultural surge el portento de la cultura popular larense y venezolana, el Tamunangue, que entre sones y danzas, con reminiscencias de oralidad, yiyivamos y jurumingas, e incorporando en su periplo cuatros, quintos y otras cuerdas, se constituye en el patrimonio y legado de pueblo que cada 13 de junio festejan innumerables comunidades larenses.

Por una asombrosa coincidencia existe otro rito con tambor a San Antonio, el del tambor kinfuiti, que también es vocablo de la lengua hablada por los descendientes congos en Cuba, Quiebrahacha, provincia de La Habana. El rito, la danza y el tambor se llaman todos kinfuiti, y por supuesto su celebración es el 13 de junio. Con el tambor kinfuiti, que zumba y ronca, según dice el historiador cubano Don Fernando Ortiz, San Antonio de Padua tiene un avatar: Ta Makuende Yaya y su imagen es una talla de madera negra.

Tamunangue y Kinfuiti recrean en Venezuela y Cuba , con tambores africanos y fusión cultural, las raíces de identidad y resistencia de nuestras culturas plurales constitutivas.

El poeta larense afrovenezolano Antonio Urdaneta (Malungo) evoca a San Antonio de Padua en su laureado libro Ojo de Poeta:

"/Tú, a quien todos los caminos del mundo/ vieron pasar con nombres distintos/ para un mismo principio, taumaturgo y tamunanguero/ guíame en la batalla, enséñame a bailar/ consígueme quien me quiera"

Ay Yiyivamos!



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Erick Antonio Jimeno


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