Del país profundo: Mariano Rangel en La Mucuy Baja

Puede mirarse en las manos de Mariano Rangel el arte preferido de la talla en madera. Es preciso en el manejo de los afilados metales sobre cada tronco que se tuerce en su imaginación. Es incansable en la idea de dar nueva vida a múltiples héroes de historias y leyendas, libertadores, vírgenes, santos y ángeles que parten de los frondosos árboles del paisaje andino, el sauce, el cedro, el fresno. Se corta la madera en plena menguante, tres días antes o tres días después de un paso de luna que no sea creciente, siempre en menguante, nunca luna llena, esa es la clave máxima que lo ha acompañado en este oficio, saber que “todo depende de la luna”, conocer sus compuertas y respetar los sabios secretos de sus antepasados que siempre aconsejaban voltear hacia la luna. La misma luna que le enseña frente a un espejo como transformar la madera en el retrato de Simón Bolívar y su caballo, como frotarla para que aparezcan Nuestra Señora del Carmen y el Arcángel San Miguel y Jesucristo “y todo cuadro santo que haya”.

Un día 5 de junio de 1944 nació en la Mucuy Baja Mariano Rangel, allí donde vive y cree todavía como fiel devoto en otro campesino llamado San Isidro Labrador que expiró un 15 de mayo de 1170 para venirse a este mundo a hacer milagros. Uno de esos milagros ocurrió cuando Mariano tenía seis años y fundaron la capilla de San Isidro, arriba de La Mucuy. Fue cuando su abuelo paterno le pidió al santo mucha más ayuda para progresar en el oficio de la agricultura y tener su casita. Lo hizo con mucha fe y se le concedió el milagro. Se cumple con la promesa ofrecida de la capilla con la imagen de San Isidro Labrador encomendada al más famoso de los escultores de la tierra de La Mucuy, Armando Zambrano, el artista bebedor de miche que talló en madera noble la imagen del santo glorificado por los milagros y su confianza en Dios. Armando Zambrano fue el primer escultor que conoció Mariano Rangel cuando era niño y trabajaba la agricultura. Sembraba y cosechaba caraota, maíz, papa, zanahoria, café. En ese tiempo nunca llegó a imaginar que él también sería un escultor de tanta fama como Armando Zambrano. La agricultura llevada mansamente fue su escuela, el oficio natural del niño hecho hombre en aquel paisaje andino, el niño devoto del santo madrileño en el que hoy sigue creyendo. De la agricultura pasa a la albañilería cuando ya era un muchacho, ayudante de tapiadores, fabricante de casas, trabajando por todos lados y a todas horas para mantenerse, hasta que un buen día se le antoja a su mujer ponerse a hacer una tallita que terminó configurando el propio Mariano, sin saber tampoco que empezaba una nueva carrera en su vida. Era una Virgencita del Carmen que no medía más de veinte centímetros y que todo el mundo alabó. “Vamos a echale” y tallaron entre los dos la famosa imagen.

Desde el fondo de su fe Mariano Rangel se inspira en los motivos religiosos y va memorizando detalle a detalle cada elemento con la ambición de tener entre sus creaciones el mayor número posible de santos y vírgenes. Es su pasión. Su obra de vida la asume con inmenso cariño trasladando a los familiares más cercanos todos sus conocimientos para que las generaciones posteriores sigan su ejemplo. Hijos, yernos, nietos, hembras y varones conforman la aclamada escuela de Mariano Rangel en la Mucuy Baja. Son aproximadamente unos treinta participantes del frondoso ramaje familiar que entre distintos horarios se suman a las interpretaciones magníficas del conocido tallista del municipio Santos Marquina en los valles del Estado Mérida. “Yo les abro las alas, les doy entusiasmo para que sigan trabajando, porque la cultura no es solamente hacer santos y trabajar la artesanía, la cultura es saber ser una persona y eso es lo que enseño yo a cuidar…”

Cuando se le interroga sobre los sucesos más resaltantes de su vida como artista habla de las múltiples condecoraciones y reconocimientos que ha recibido a lo largo de la vida, de las numerosas muestras de su obra dentro y fuera del país y como dato curioso cita el momento en que Bolívar cabalgó de la Mucuy a París para referirse a una de sus tallas más representativas del Libertador expuesta en Francia.

Hace referencia a otros artistas de fama y cita a Genaro La Cruz y a Pedro San Julio, pero ocupando un lugar preferido en su corazón y luchando contra el dolor nombra al finado Tadeo Rangel, el hermano que había empezado este arte primero que él y se hizo famoso por los trípticos y se vino a morir a los treinta y dos años. “Se envenenó y allí empieza la algarabía y al final no supe por qué lo hizo, se supone que fue equivocado o algo así, pero no se sabe, porque él cuando tenía un pequeño problema venía y me lo contaba a mí y nos poníamos a hablar y nos reíamos y así yo era la mano derecha de él, yo era su pañuelo de lágrimas y pasábamos ratos sabrosos en el día, pero este envenenamiento fue una cosa muy misteriosa, hubo que llevarlo a Mérida y en la noche entré yo al hospital a ver qué pasaba y los médicos lo tenían con un poco de tubos y una manguera para respirar y yo andando con él y al otro día no lo dejaron ver más porque estaba muy grave y pidieron un remedio que había que ir a comprar a Colombia, entonces nos pusimos de acuerdo mi mamá y yo y nos fuimos a Colombia y cuando regresamos con el remedio acababa de fallecer, allí se terminó todo. El hizo fama con sus tallas y fue el más querido hermano mío...”

Mariano Rangel en La Mucuy Baja, Mérida. 2006
Credito: Rafael Salvatore






Esta nota ha sido leída aproximadamente 3587 veces.



Benito Irady

Escritor y estudioso de las tradiciones populares. Actualmente representa a Venezuela ante la Convención de la UNESCO para la Salvaguardia del Patrimonio Cultural Inmaterial y preside la Fundación Centro de la Diversidad Cultural con sede en Caracas.

 irady.j@gmail.com

Visite el perfil de Benito Irady para ver el listado de todos sus artículos en Aporrea.


Noticias Recientes: