Del país profundo: Los seres de arcilla y el arte de Olga Reyes en Amazonas

Desde la tierra amazónica Olga Reyes nos habló con la identidad de su mirada y nos dijo que nacería en la comunidad de Rueda y que no pudo conocer al padre ni a la madre. Fue adoptada por una abuela que le enseñó a sumergirse en el fuego y en la humedad de la cerámica que supo dominar desde los seis años. "Tú tienes que aprender todo porque eres hembra y algún día vas a tener esposo y si él te deja tú sabrás defenderte con la cerámica", le decía la abuela jivi mientras le daba forma a budares , ollas, cazuelas, solamente piezas utilitarias para la casa, que eran las que fabricaba en un comienzo, pero también aprendió entre innumerables pasos, los de la preparación de la vasija para el segundo entierro, el rito privado de mucho respeto donde se hacen oraciones mientras se recogen los huesos del difunto dos años después de su muerte para depositarlos en esa vasija decorada. Nosotros te queremos bastante y nos acordamos de ti, por eso te venimos a buscar para llevarte a la casa, se le habla entre rezos a aquel familiar fallecido. “Eso lo hace uno con todo el corazón porque el espíritu anda con uno, entonces se preparan bebidas típicas y se baila y nadie se puede caer en medio de la danza, porque es malo, se muere rápido, es la creencia, primero bailan los ancianos con la vasija que contiene los huesos, después bailan los jóvenes, se come y se bebe guarapo de caña o de yuca amarga que lo llaman yaraque, se baila toda una noche hasta el amanecer y lo que se ha usado para ese baile, entre instrumentos y trajes se botan, porque ya se despidió todo con ese espíritu, eso es un rito…”

Olga Reyes nos describió el significado de ese segundo entierro y la manera secreta como aprendió de la abuela la preparación de la vasija con sus signos pintados. Entona cantos de amor mientras va moldeando su cerámica, recuerda la historia de Kenami, la hija única que era Diosa y dormía con su madre arriba, muy arriba del chinchorro porque era perseguida por los hombres que le hacían canciones para conquistarla, pero especialmente venera las fuentes esenciales de la cultura y del pueblo jivi al que pertenece, la formas de crianzas, donde el varón es preparado desde muy pequeño para el trabajo y así aprende a tejer guapas y sebucanes y a preparar las flechas y los arcos y a talar el conuco y a sembrar y a tumbar los árboles grandes. El trabajo que hace el adulto también debe ser dominado por el niño y así es el caso de la mujer que debe cuidar que no exista la mezquindad entre los pueblos, que debe aprender a vivir y a conservar los ritos y el idioma, con sus maneras de almacenar las comidas y de ir al conuco y de dormir.

“La educación jivi es muy dura, porque desde pequeñas a las hembras nos enseñan a trabajar en la casa y en el conuco, a sembrar y a preparar casabe. También nos preparan para que la muchacha no esconda su primera menstruación. Desde pequeñitas recibimos consejos. Si se esconde la primera menstruación eso es malo, porque es sagrado en jivi. A mí me encerraron dos meses sin ver ningún varón, solo una viejita que le traía comida a uno y le daba consejos y uno tenía que hacer oficios como tejer, de allí se preparaba la ceremonia, se recogía bastante pescado, casabe, frutas para sacar a la muchacha, los shamanes son los que preparan todo porque ellos son los que van a rezarle al pescado y la muchacha tiene que aguantar sueño todas las noches para esperar el momento de una gran fiesta en la que hay mucha comida y mucho baile en ese día en que a las tres y media de la madrugada uno debe correr duro para que nadie la agarre y para irse a bañar. Se adorna todo donde está ella, una guapa de túpiro y cambur, otra guapa de tejidos y ella debe manosear todo eso porque tiene oraciones y suerte para ella. Los shamanes le rezan a lo que hay alrededor y de allí la gente agarra lo que le ofrecen, porque la creencia de nosotros es no mezquinar comida, compartir el mañoco y el casabe, así somos, compartir los peces y los animales de cacería, no mezquinar nada porque eso es malo, nosotros compartimos todo. Cobrarle a un familiar es mala señal, es como si uno lo está mandando a la muerte, y si alguno se equivoca por cobrarle a un hermano nosotros lo regañamos, porque eso no sirve, no debe existir la mezquindad en ninguno de nosotros…”

En la comunidad de La Reforma, cerca del eje vial de Puerto Ayacucho vivió Olga Reyes una gran parte del tiempo con sus recuerdos. Supo compartir con el pueblo jivi, con piaroas y curripacos donde no hay tierra dividida, solo se está en completa armonía. Ella, como una venerable mujer se instala en su mesa de trabajo y nos va demostrando como se amasa el barro tan limpio y se le da distintas formas de animal entre las manos, formas de hombre, de mujer. Así es el barro sagrado ante el cual nunca detuvo su imaginación, al contrario, incorporaba una y otra historia de las divinidades y de sus propias costumbres. Seres de arcilla, como es el caso de la mujer que nació estéril y adopta una lapa a la que amamanta, o el curandero concentrado y pensativo entre sus oraciones o el shaman preparándose para la búsqueda de la cacería, en fin, las representaciones de la naturaleza humana y el universo en el que transcurrió su vida creadora y de la que nos dijo: “Esta arcilla que estoy tocando representa a un Dios que tiene poder y ese Dios hizo esta arcilla para nosotros los indígenas pobres”.

Olga Reyes. La Reforma, estado Amazonas. 2006
Credito: Rafael Salvatore






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Benito Irady

Escritor y estudioso de las tradiciones populares. Actualmente representa a Venezuela ante la Convención de la UNESCO para la Salvaguardia del Patrimonio Cultural Inmaterial y preside la Fundación Centro de la Diversidad Cultural con sede en Caracas.

 irady.j@gmail.com

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