Del País profundo: Anselmo López y las formas del llano

Sería en 1971 cuando Anselmo López entre Maiquetía y San Tomé cruzó en una sola hora el cielo de la tarde para formarse una idea del paisaje de la mesa de Guanipa. Le resultaría familiar por la inmortalidad del llano que no llegó a suprimir en este viaje. Así lo conocí, desembarcando del avión con su bandola en mano y con el inconveniente de haber olvidado su liquiliqui blanco. Entre las calles Sucre y Bolívar de la ciudad de El Tigre encontraríamos solución al asunto escarbando en varias tiendas hasta escoger una guayabera ajustada a la anchura de su cuerpo, para darle reemplazo alguna vez al famoso liquiliqui. Así quedó preparado su primer concierto en aquella Casa de la Cultura donde todas las sílabas se fundieron a las cuatro cuerdas de la bandola para cruzar de un extremo a otro su paisaje barinés en un concierto inolvidable. Un solo hombre trenzado a una pajuela y a la fuerza de su instrumento poniendo la gran fiesta. Desde aquel día me hice su amigo y le acompañaría a numerosos encuentros. El 14 de febrero del año 2016, cuando fallece me interrogué varias veces sobre la muerte y la inmortalidad del Rey de la Bandola, no solo por dejarnos más de un centenar de discos grabados y sacar del olvido a la bandola llanera, sino por la inventiva de un nuevo lenguaje en su ejecución que se resume en las formas del remache lanzado entre cuerda y uña y que él bautiza como “el jalao”. Un enmascaramiento ondulante que no se ve en el combate con las cuerdas, donde la música se crece y deja perplejos a los que le siguen cuando sube al tono recio de sus notas privilegiadas. Un estilo que lo distinguió y lo hizo inmortal. Traigo ahora el recuerdo breve de muchas conversaciones con este incansable creador que había nacido en Chaparrito, Estado Barinas, el 21 de abril de 1934, y que como todo niño huérfano y pobre del llano fue arreador de bueyes, sembrador de maíz y de arroz, jalador de machete, chimoero, trapichero y mucho más en los alrededores de las haciendas donde trabajaba de cinco de la mañana a ocho de la noche limpiando conuco. LOS FAVORES DE MARCOS OROPEZA “…Yo tenía apenas once años cuando tuve una gran inclinación por este instrumento que es la bandola, y fue tan grande mi preocupación por aprender a tocarlo que como no conseguí para la época algún músico que me enseñara, porque ellos eran muy celosos con sus instrumentos, entonces me di a la tarea de abrir una tabla con un machete, buscar una totuma y una cebolleta para prepararla con ceniza, y lo hice, la mezclé y pegué la totuma a la tabla, le hice un hueco y le preparé un sostén para sostener las cuerdas y las clavijas, luego le puse unos trastes de guaral y así empecé mis primeras prácticas y me aficioné mucho. Por cierto, de otro pueblo llegó un desconocido al caserío y se instaló con una bandolita que apenas tocaba cinco canciones y se iba con un hermano mío a las galleras a tocar por allá en esos alrededores y de allí levantaban para una carterita de aguardiente y se echaban traguitos y en eso pasaban toda la tarde. Un día conseguí yo un momento de descuido que tuvieron ellos, porque salieron a dar un descanso y yo aproveché que dejaron la bandola sola y la agarré y me puse a tocar algo de lo que yo había tocado anteriormente con la bandolita de totuma, en eso llegó el dueño y me consiguió con la bandola y yo me asusté, porque uno a esas cortas edades respeta mucho lo ajeno y me dijo: “Entonces Anselmo, no te pongas mañoso, síguele dando, porque me gusta lo que estás haciendo y tu vas a ser músico”, y justamente ese hombre me dio aquella iluminación de lo que iba buscando, y es más, me brindó la oportunidad, porque una tarde que pasó por mi casa le dijo a mi mamá “Maximiliana, hazme el favor y me guardas este instrumento por allí y si Anselmo lo necesita entrégaselo, porque el muchacho va a aprender a tocar y va a ser músico”, y así fue, como a las siete de la noche agarré la bandola y me fui atrás de la casa y me puse a tocar y me sentía con más calor, con más sentimiento, con más armonía. Era una bandola pequeñita, rústica, pero era más bandola que la que yo había construido, y a ese señor yo pude agradecerle mucho, porque con los músicos profesionales no se me hizo posible que me prestaran una bandola y que me pudieran decir, pon este dedo aquí y este otro allá y dale por este lado, ¡No!, esos eran muy delicados y muy estrictos, y todo lo que yo pude aprender lo aprendí por mis propios medios y por los favores de Marcos Oropeza que dejó su bandola en la casa…” HASTA QUE SE ME HINCHABAN LOS DEDOS CON LA GUITARRA “…Después que salí del caserío Chaparrito, salí pensando en muchas cosas, ya tocaba el cuatro y tocaba la guitarra y me dolía, sabiendo que iba lejos y dejaba mi querido caserío, porque me sacaron reclutado y tuve que llegar hasta Barinas a pagar el servicio militar obligatorio. Pago mi servicio en el cuartel donde me hice peluquero y tuve nociones de un amigo y de una guitarra, un señor que tocaba guitarra y con él hice yo comparsa, me ponía a verlo tocar y con él aprendí ciertas cosas y después que salí de pagar el servicio militar, me encontré con otro músico y nos echábamos tragos y me acerqué también a practicar con él, recordando lo que había aprendido en los cuarteles y me dejaba la guitarra en la casa también, “guárdemela allí” me decía y así era como yo practicaba y seguía dándole y echándome tragos, hasta que se me hinchaban los dedos con la guitarra y por fin me consigo con un buen guitarrista que se llamó Alvino Hernández, reconocido en Barinas como uno de los primeros guitarrista, porque cuando venía Julio Jaramillo al llano lo llamaban a él para acompañarlo, también con él hacía comparsa, tocando de a fuerza, de ver tantas ejecuciones aprendí tanto que yo mismo me decía “Tú como que vas a salir bueno para la guitarra también”, y aprendí varias mañas también, aprendí a tocar y fue tanto que después me conseguí una cacharra y con mi guitarra me ganaba el sostén, porque yo trabajaba en la guardia y ganaba más sueldo con el pago de las serenatas, era más alto que el sueldo de la guardia, porque a mí me pagaban trescientos bolívares por cada serenata y yo daba cuatro serenatas por noche y amanecía al día siguiente con mil doscientos bolívares en el bolsillo, que era el quíntuple de lo que me pagaban en el ejército. Me puse a practicar canciones y a aprender y a aprender y reuní un manojo que recuerdo eran más de ochenta canciones entre rancheras, huapangos, jaramilleras, merengues. Serenenata que yo tocaba no tenía derecho a repetir una canción, eso me ayudo a administrar mi residencia, empecé a levantar mi primera casa y de allí con el sueldo del ejército y las serenatas compré mi primer carro que fue un Volkswagen…” SE LLAMA EL TRAPEAO Y TIENE HISTORIA. “…Después que yo recuperé la bandola nuevamente a los 29 años me aparté de la guitarra, la arrinconé y me dediqué solo a la bandola, recuerdo que empecé a componer música cuando ya había grabado el noveno disco de larga duración, una de las primeras que hice le puse por nombre Chaparrerito de Nutria, mencionando el caserío donde yo nací que era una montaña con culebras, y después se volvió sabanas porque la desforestaron… el disco lo titulé Chaparrerito, porque en aquel lugar habían muchos chaparros pequeñitos y eso me dio la idea de ponerle el “ito”, pequeñito, chaparrerito que era un caserío muy bonito. La segunda composición que hice la intitule Serenata en Ciudad de Nutrias donde menciono a la ciudad de Nutrias y sigo componiendo mucho. Después, de tanto viajar y viajar por muchas partes con mi música estuve en París y acordándome de tantas cosas buenas de mi país y de Barinas, nos metimos cuatro garrafas de vino y cuando llegamos al hotel jalé a ese compañero que es mi bandola y le dije “venga acá para acariciarlo un poquito” y empecé a puntear algo que hice y que jamás se me olvidó, pero la composición que quería hacer no era nada fácil y no pude terminarla en París, la tuve que terminar aquí en Venezuela, pero cuando la terminé de una vez fue para el acetato, en uno, en dos, en tres, en cuatro acetatos. Fue una de las composiciones que me costó mucho pero fue bien lograda y no falta en mis conciertos porque la gente me la pide. Se llama El Trapeao y tiene historia porque ha recorrido el mundo...”.
Anselmo López, Barinas, 2005
Credito: Rafael Salvatore


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Benito Irady

Escritor y estudioso de las tradiciones populares. Actualmente representa a Venezuela ante la Convención de la UNESCO para la Salvaguardia del Patrimonio Cultural Inmaterial y preside la Fundación Centro de la Diversidad Cultural con sede en Caracas.

 irady.j@gmail.com

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