Del país profundo: Ángel Custodio Rodríguez, un buzo de pulmón en Macanao

Mariano Picón Salas en Leyenda y color de Margarita nos recuerda que el mar es de quien lo trabaja. “Es más igualitario y premia al esforzado con mayor ecuanimidad que la tierra. Tornan ya las redes pletóricas, tiradas por brazos hercúleos, con su brincadora cosecha de peces vivos. Y en el campamento playero, como una escena bíblica, acontece el reparto de los bienes...”. Traigo a la memoria a este escritor que tanto insistía sobre el sentido de pertenencia del venezolano, mientras iba al otro lado de la isla de Margarita, atravesando “el mosaico líquido de La Restinga” en la búsqueda de una familia de pescadores donde siguen activos los llamados buzos de pulmón. Toda una cultura.

Llego a una comunidad de la isla, diferenciada de otras por la distancia y por el fragmento de mar que la hace reconocible a la hora de toparse con el abundante alimento de sus aguas. En Boca de Pozo me encuentro a los Rodríguez y a los Vásquez. Una rama grande de familia. El padre Ángel Rosendo Vásquez de once hijos reconoció como legítimos solo a dos. Todos son buzos de pulmón con una madre septuagenaria y ciega conocida como “La Chipota”, por tener una cabellera demasiado rebelde, echada hacia atrás en sus crespos, pero se llama Lucila del Carmen Rodríguez y adivina nuestros pasos y se ríe de sus potencias mientras ahonda en un cabo de tabaco los recuerdos de la pesquería.

Ese punto atlántico es conocido como El Islote, el sector sur de Boca de Pozo, donde pescan de noche y de día. Toda la vida han estado a la orilla de la playa y allí bucean en los bajos Ángel Custodio Rodríguez, Francisco José Rodríguez, Luis Felipe Rodríguez, Ignacio Vásquez, Julio Rodríguez, José Ángel Vásquez, pertenecientes a una misma familia atada a las líneas del mar que los guía hacia el paisaje de las cuevas después de traspasar diecisiete brazadas de profundidad. Puro pulmón. Me dicen con orgullo que nunca se han puesto una bombona de oxígeno en la espalda y pueden permanecer hasta tres minutos en el fondo del océano.

Le pregunto a Ángel Custodio Rodríguez cómo aprendió y me responde sencillamente “viendo a los demás”. Nació un 15 de julio de 1960 y por ser muy pobre no pudo seguir en la escuela, por eso desde los quince años se entregó totalmente a la pesca como buzo de pulmón. El venera este arte y me cuenta que en “los conucos” adonde llega hay todo tipo de peces, pargo, mero, raya chucho, langosta. Hasta dos mil kilos de raya puede matar en un mismo sitio armado de arpón. Máscara, arpón y chapaletas es lo único que necesita en su faena. Cacha, gatillo, boquilla, válvula de aire y tanque son las partes del arpón. La flecha que escarba debajo de las aguas se divide en tres secciones, la corredera, la aleta y el culatín. Cuando el pescado pasa a la aleta, se saca la flecha de la piel, se sale a la superficie a coger aire y se entrega el producto de la caza. Así, cada dos o tres minutos, cada mañana y cada tarde, todo un día y otro día siguiendo el rastro de los cardúmenes.

La raya que manda en esas planicies, es la especie preferida por Ángel Custodio Rodríguez para la caza cada vez que arponea. En cambio, al escarbar en las investiduras de las langostas, hay que usar un lazo de sacavueltas hecho del palo de la bretónica. Se impone el dominio de la experiencia al atrapar esos crustáceos en el fondo rocoso de las aguas y traerlos al bote sin heridas de ningún tipo.

Este pescador que sabe caminar despacio en las profundidades, ha convertido el mar en la totalidad de su vida y en casi medio siglo descendiendo debajo de las olas solo un accidente ha sufrido. Fue una tarde, cuando lo atravesó con la cremallera de su boca un pez barracuda y lo saca a la superficie de un solo tirón sin darle tiempo a luchar. Más de cien kilos tendría el animal y más de cien puntos de sutura recibió en su cuerpo este valiente margariteño de Boca de Pozo por la embestida furiosa que le dejó para siempre una huella inmensa en el abdomen. Me la muestra en la contraída piel, donde quedó fija la sombra abultada de una dentadura voraz que lo inmovilizó por varios días. Al mes del ataque sanó las heridas sosteniendo la respiración y hundiéndose de nuevo hasta los piedrales.

“Un piedral son varios corales que están en un sitio, eso es como un conuco bajo el mar y mi papá nos dijo el nombre de todos esos piedrales”. La voz de Ángel Custodio apuntala con detenimiento las irradiantes estaciones que ha recorrido como buzo en esos piedrales: La piedra de Chirgua, El ramal de las Cojinúas, El Piedral de Piyoco, Bajo Laurelito, Ramal Largo, Bolladero, Chabón, Las Cuevas, Otras Piedras, pero hay uno que él mismo descubrió durante una mañana mientras se recreaba con el rastro de los peces en el fondo marino y le puso por nombre El piedral de los Pipotes, “tiene varias entradas y cuando lo encontramos estaba virgen y era pura langosta”.

La vida en la ranchería transcurre con gran normalidad. Hay peces para comer todo el año y como lo recuerda Ángel Custodio Rodríguez, antes había funche en talega para preparar la polenta como acompañante. Solo se requería aceite, sal y agua hirviendo, y cuando no, estaba a la mano la penca de maguey que se metía en un horno de tierra por tres días y resultaba digestiva al comerla asada, frita, sancochada o en trozos de verduras. Dos embarcaciones tiene a su lado, son los peñeros El Buen Camino y Bermar José que se mueven hasta Navío Quebrado, en la vía a Punta Arenas donde está la otra ranchería, o se van cerca de la isla de la Tortuga o a Los Roques, La Blanquilla, Los Testigos, Los Frailes donde abundan muchísimas especies. Si se quiere ir más lejos, entonces se preparan los “trespuños” con sus dos mástiles y se llega hasta la isla de Trinidad, hasta Paramaribo, hasta Cayena. Tres meses sin ver a la familia, pero eso sí, con la protección de la Virgencita del Valle como fiel compañera de ruta.

Llega octubre y se detiene por instantes la faena para celebrar el día 4 la fiesta de San Francisco de Asís que está al lado en Boca de Río y el día 24 la fiestas de San Rafael Arcángel que es el patrono de Boca de Pozo, pero ninguna de esas celebraciones en la península de Macanao tiene la medida que se le da cada 8 de septiembre a la Santísima Virgen del Valle, siguiendo en plena península con un desfile que lleva a la Virgen hasta Punta Arenas y Punta de Tigre, después de pasearse sucesivamente frente a El Maguey, El Tunar, Robledal y San Francisco de Macanao. Más de trescientas embarcaciones llegan a El Islote para esperar a los músicos y hacerle venias a esta virgen tan milagrosa y amiga de los antiguos guaiqueríes.

Terminan los festejos y de nuevo Ángel Custodio Rodríguez sigue la ruta cotidiana. Se incrusta en los piedrales, coincidiendo despaciosamente con la marabunta de los peces, sin que le cause ningún tipo de asombro tal alboroto, porque después de tantos años de vivir entre los suelos coralinos de la isla de Margarita, él también lleva el tatuaje de aquellas criaturas del fondo del mar.

Ángel Custodio Rodríguez junto a su madre “La Chipota” en El Islote. 2017
Credito: Ángela Collins












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Benito Irady

Escritor y estudioso de las tradiciones populares. Actualmente representa a Venezuela ante la Convención de la UNESCO para la Salvaguardia del Patrimonio Cultural Inmaterial y preside la Fundación Centro de la Diversidad Cultural con sede en Caracas.

 irady.j@gmail.com

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