Siempre: Don Miguel de Unamuno

Carta:

"Don Quijote, sencillamente, sin comedia alguna, sin reunir gente en torno de su lecho, sin hacer espectáculo de la muerte, como se mueren los verdaderos santos y los verdaderos héroes, casi como los animales se mueren: acostándose a morir".

Y ¡qué bien calaba Don Quijote que entre el oficio de marido y de caballero andante hay mutua y fortísima irreductibilidad! Ya al dictar esto, ¿no pensaría acaso el buen hidalgo en su Aldonza, y que de haber él roto el sello de su demasiado amor se habría ahorrado las malandanzas caballerescas, preso junto al fogón del hogar por los brazos de ella?

Don Quijote, y los mozos de esta tu patria renuncian a todas las caballerías para poder gozar de las haciendas de tus sobrinas, que son casi todas las españolas, y gozar de las sobrinas mismas. En sus brazos se ahoga todo heroísmo. Tiemblan que a sus novios y maridos les dé la ventolera por donde le dio a su tío. Es tu sobrina, Don Quijote, es tu sobrina la que hoy reina y gobierna en tu España; es tu sobrina y que no Sancho. Es la medrosica, casera y encogida Antonia Quijana, la que temía te diese por dar en poeta, "enfermedad incurable y pegadiza"; la que ayudó con tanto celo al cura y al barbero a quemar tus libros, la que te aconsejaba no te metieses en pendencias ni fueses por el mundo en busca de pan de trastrigo; la que se te atrevió a asegurar en tus barbas que todo eso de los caballeros andantes es fábula y mentira, doncellesco atrevimiento que te obligó a exclamar: "Por el Dios que me sustenta que si no fueras mi sobrina derechamente como hija de mi misma hermana, que había de hacer un tal castigo en ti, por la blasfemia que has dicho, que sonara por todo el mundo"; es ésta la "rapaza que apenas sabe menear doce palillos de randas" y se atrevía a poner lengua en las historias de los caballeros andantes y a censurarlas; es ésta la que maneja y zarandea y asenderea como a unos dominguillos a los hijos de tu España. No es Dulcinea del Toboso, no; no es tampoco Aldonza Lorenzo, por la que se suspira doce años sin haberla visto sino sólo cuatro veces y sin haberla confesado amor; es Antonia Quijana, la que apenas sabe menear doce palillos de randas y menea a los hombres de hoy en tu patria.

Es Antonia Quijana la que, por mezquindad de espíritu, por creer a su marido pobre, le retiene y le impide lanzarse a heroicas aventuras en que cobre eterno nombre y fama. ¡Si fuese siquiera Dulcinea!... Dulcinea, sí; por extraño que nos parezca, Dulcinea puede moverle a uno a renunciar a toda gloria, a que se dé la gloria de renunciar a ella. Dulcinea, o mejor dicho, Aldonza, Aldonza, la ideal, puede decirle: "Ven, ven acá a mis brazos y deshaz en lágrimas tus ansias sobre mi pecho, ven acá; ya veo, veo para ti un empinado tormo en los siglos de los hombres, un picacho en que te contemplan tus hermanos todos; te veo aclamado por sus generaciones, pero ven a mí renuncia a todo eso; serás así más grande, mi Alonso, serás más grande. Toma mi boca entera y hártala de calientes besos en su silencio, y renuncia a que ande en frío tu nombre en bocas de los que no has de conocer nunca. ¿Oirás luego de muerto lo que de ti digan? ¡Sepulta en mi pecho tu amor, que si él es grande, mejor es que sepultes en mí a no que lo desparrames entre los hombres pasajeros y casquivanos! No merecen admirarte, mi Alonso, no merecen admirarte. Serás para mí sola y así serás mejor para el Universo todo y para Dios. Parecerán así perdidos tu poderío y tu heroísmo, más no hagas caso: ¿sabes, por ventura, el efluvio inmenso de vida que, sin nadie notarlo, se desprende de un amor heroico y callado y se desparrama luego por más allá de los hombres todos hasta el confín de las últimas estrellas? ¿Sabes la misteriosa energía que irradia a todo un pueblo y a sus generaciones venideras hasta la consumación de los siglos de una feliz pareja donde se asienta el amor triunfante y silencioso? ¿Sabes lo que es conservar el fuego sagrado de la vida y aun encenderlo más y más en un culto callado y recogido? El amor, con sólo amar, y sin hacer otra cosa, cumple una labor heroica. Ven y renuncia a toda acción entre mis brazos, que este tu reposo y tu oscurecimiento en ellos serán fuente de acciones y de claridades para los que nunca sabrán tu nombre. Cuando hasta el eco de tu nombre se disipe en el aire, al disiparse éste, aún el rescoldo de tu amor calentará las ruinas de los orbes, Alonso, que aunque no salgas a los caminos a enderezar entuertos, tu grandeza no habrá que perderse, pues nada se pierde.

Así podría hablar Aldonza, y sería grande Alonso renunciando en sus brazos a toda gloria; pero tú, Antonia, tú no sabes hablar así. Tú no crees que el amor vale más que la gloria; tú lo que crees es que ni el amor vale más que la gloria valen el amodorrador sosiego del hogar, que ni el amor ni la gloria valen la seguridad de los garbanzos; tú crees que el Coco se lleva a los que duermen poco, y no sabes que el amor, lo mismo que la gloria, no duerme, sino vela.

De los que nieguen tales visiones y digan que son imposibles, digamos lo que de ellos dice el piadosísimo P. Rivadeneira, y es que "serán comúnmente hombres que no saben, ni entienden, ni han oído decir qué cosa sea espíritu, ni gozo, ni fruto espiritual…, ni piensan que hay otros pasatiempos y gustos, ni recreaciones, sino las que ellos, de noche y de día, por mar y por tierra, con tanto cuidado y solicitud y artificio buscan para cumplir con sus apetitos y dar contento a su sensualidad. Y así, no hay que hacer caso de ellos".

¡Chávez Vive, la Lucha sigue!



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Manuel Taibo


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