Del país profundo: Los hermanos Coronado y el orgullo indígena Coaca

Ese maravilloso soñador que tanto aportó a la etnología antigua de Venezuela, Marc de Civrieux, cierra la introducción de su obra "Los últimos Coaca", señalando que "el gran pecado histórico de los Coaca fue de no haber sido suficientemente belicosos. Fueron "demasiados buenos", sin proezas deslumbrantes. Aceptaron pronto la cristianización con la esclavitud; la reducción bajo la campana y sus encomiendas en los hatos y haciendas de españoles, se lograron casi sin sacudidas, por lo que ellos mismos se condenaron al olvido que suele tragarse, sin decir nada, a los conformistas".

Nuestros indígenas Coaca dominaban las cumbres de la serranía del Turimiquire, a más de 2.300 metros de altitud, desde la fila maestra (cerros Turimiquire, Peonía, Tristeza y las Montañas Negras), donde nacen los ríos Neverí, Cumaná (o Manzanares), Amana y Areo, hasta la frontera con sus hermanos Chaimas, rumbo hacia la Costa de Cariaco, lo que llegamos a conocer como el camino de Tunantar, por donde penetraron los españoles en la segunda mitad del siglo XVII para la conquista y asentamiento definitivo de las misiones creadas por los capuchinos aragoneses.

Fue en los primeros años de una década de convulsiones, de movimiento y de guerras (1970) cuando conocí a Civrieux, como le llamábamos para ahorrarnos otras palabras (Jean Marc Cellier de Civrieux). Este incansable combatiente había publicado a través de la Fundación la Salle de Ciencias Naturales su importante libro sobre los Coaca y avanzaba en otro proyecto sobre los Chaimas, de manera que en distintos momentos pudimos atravesar juntos por el estado Sucre hacia Monagas el camino de Tunantar, o desde la misma ciudad de Cumaná, hasta el Valle de Cumanacoa, donde se riegan los más importantes pueblos de doctrinas y de misiones vinculados al mundo de los Coaca, de los que no dejábamos de hablar en aquellos recorridos tan gratificantes. Gracias a él conocí a Eliodoro Coronado y después a su hermano Higinio Coronado, ambos descendientes de los olvidados pobladores del territorio que se nombraría luego como la Gran Cuchilla Atravesada, para referirse a la cumbre las altas montañas orientales.

Estos dos hermanos dedicados a la agricultura entre otros oficios, tenían algo el común, siempre nos hablaban del indio Guaripiaca, para referirse al más lejano de sus antepasados y a Camilo Cabrera, el abuelo coaca, para señalarnos al más cercano familiar, como "indio de pura cepa y guerrero", quien vivió con la abuela materna Josefa Coronado. Los hermanos Coronado tocaban los llamados carrizos hembra y carrizos macho, hechos de un tipo de juajuillo que solo encontraban en las cabeceras del río Neverí, tocaban también el cacho, la guarura, el tambor y habían fundado un grupo de músicos que luego nombrarían como carrizos precolombinos de Cumanacoa.

En aquel tiempo ya pasaba de 90 años Pantaleona Coronado, tía de ambos y a quien llegamos a escuchar en el poblado de Trincheras al hablarnos de La Maluca, una competencia, un tipo de lucha o juego ritual que se acompaña de cantos y se desarrolla durante los velorios, cuando está presente el cuerpo de algún familiar fallecido. Se usaba un pedazo de tela o un pañuelo para la disputa entre los contrincantes en este antiguo juego de velorio donde solo participaban adultos. Así como habló de la celebración de la muerte, también habló de la manera de nacer y nos dijo "mi mamá Josefa Coronado pertenecía a los tiempos en que las mujeres parían paradas, y aquí, como toda la vida se ha vivido pobremente, no había como tener una tijera y entonces se le cortaba el cordón a la mujer con un machete y se le echaba ceniza de tabaco y tierra en el maruto (ombligo) y usted podía tener seguridad de que ese maruto se caía al otro día, entonces se enterraba debajo del piso de la casa con esa ceniza y con carbón, eso lo hacía mi mamá que tuvo cientos de ahijados, porque todos los que en Trincheras salieron al mundo mientras estuvo viva, fue porque las manos de ella los sacaron". Supimos después que en ese tiempo se conocía como "mal de sangre", el riesgo de muerte de un niño al nacer, por eso los padres se quedaban sin salir de las casas hasta los ochos días, para impedir el mal, y era en el noveno día cuando se celebraba aquel nacimiento. Eran costumbres campesinas heredadas de la antigua cultura de los Coaca que seguían presentes entre esos pueblos tan húmedos del Turimiquire.

TU NO PUEDES ESCONDERTE NI HUIR PORQUE TU ERES UN CRISTIANO

Eliodoro Coronado, el mayor de los dos hermanos, líder del grupo musical de carrizos había nacido en 1920 y fallece en 1980. Era carpintero y albañil y la última vez que nos vimos no lo encontré en la vieja hacienda de Santa Inés donde siempre charlábamos, era tarde y los familiares me indicaron que estaba fabricando una fosa en el cementerio de Cumanacoa, total que me fui hasta allá a saludarlo, y en efecto estaba terminando su trabajo de albañilería en el camposanto. Por primera vez lo sentí muy silencioso, quizás porque estaba sumergido en su trabajo, sin embargo me atreví a preguntarle para quién estaba preparando esa sepultura y me respondió de manera firme que la semana siguiente lo sabría. Nunca pude explicarme como coincidió tal semana con la terrible noticia del fallecimiento de Eliodoro.

En aquel lugar donde fue enterrado llegué un día a llevarle flores, pero no llegué a entender las particularidades de su muerte y todavía sigo preguntándome si tenía algún significado secreto aquel anuncio que me hizo el último día que lo vi, o si todo ocurrió según las leyes del azar. Un año después, en su amada Trincheras le organizamos el gran homenaje a cielo abierto con Marc de Civrieux, su principal biógrafo, como orador principal. Se logró mover a muchos pobladores de numerosos lugares de montañas y valles de los Coaca y hubo música y parranda, sabor campesino y brindis para recordarlo.

Ese entrañable amigo Eliodoro, nos ofreció la oportunidad de promover en distintos actos públicos sus cualidades de buen conversador y músico tradicional. En muchos lugares del oriente enarbolaba la bandera de los carrizos precolombinos, de su historia viva, y nunca dejaba de asombrarnos su visible orgullo de sentirse heredero Coaca, como siempre lo repetía.

"Antes de la colonia mis antepasados bailaban el maremare, el matachín, el cangrejo, el toro. Cuando ellos tenían una fiesta sonaba el cacho y se presentaban las guarichas que eran las muchachas del baile. Después que el indio coaca hacía la llamada con el cacho, él decía "vamos a hacer una fiesta" y alguno que estuviera en esa fiesta debía tener la habilidad de saber matar un toro, porque el toro de los españoles acababa con las cosechas de caraotas, de frijoles y de maíz, así que había que matarlo y comérselo, eso lo hacían los coaca para vengarse de los españoles, robarle las reses, porque los españoles con el látigo y la campana y el bautizo tenían sometidos a los indios y les decían, tú no puedes salir de aquí, tú no puedes flechar, tú no puedes esconderte ni huir porque tú eres un cristiano. Por eso hacíamos el baile del toro con una música de tonos de carrizo, eso me lo decía mi abuela Josefa Coronado y también me decía que cuando sonaba una fiesta coaca salían las mujeres a bailar y cantaban y saltaban con plumas en la cabeza haciendo una rueda, pero siempre cantando un maremare, todo era muy bonito en el valle del Turimiquire cuando estaba en manos de los coaca, pero llegaron los extranjeros y acabaron con los bailes nativos y después le pusieron este último nombre distrito Montes, además de otros nombres que yo no sé pronunciar bien, porque yo me crié con una vieja que era mi abuela y ella no hablaba completo, ella para decir camisón, decía ropón, para decir roto decía rompío, para decir pierna decía pearna, ella murío de 105 años y nunca aprendió a hablar bien y como ella fue la que me enseñó a hablar a mí, por eso es que yo no sé hablar como hablan los demás."

LOS ENCANTAMENTOS DE HIGINIO CORONADO

El otro hermano, Higinio, siempre con dolor en el rostro por una antigua cicatriz que le cruzó la cara, no era tan conversador como Eliodoro, era muy reservado y vivía más tiempo en la montaña. Un día nos quedamos solos en un caney junto al mar de Cumaná y volvimos a conversar sobre los misterios del Turimiquire. A diferencia de Eliodoro que era muy rápido al hablar, Higinio todo lo decía con mucha pausa.

"Vamos a poner el pensamiento allá lejos en la montaña del Turimiquire para encontrarnos con nuestros antepasados, porque mis padres fueron coaca, una gente maltratada por los españoles, pero mi abuelo por parte de madre peleó para completar la independencia de Venezuela, como muchas veces se lo he oído decir a mi hermano Eliodoro, y a uno le da valentía saber que tiene sangre de luchadores. Esos españoles que salieron de aquí de Cumaná a someternos a nosotros los coaca atravesaron Salsipuedes y se zumbaron hacia las montañas de Yoroko, La Trinidad, Tellería, El Cacho, Palmarito, todas esas montañas que rodean el Turimiquire y son muy altas las recorrieron ellos después de someter al indio Guaripiaca, allá lejos en la colina de Caranapuey, pero mi abuelo Camilo Cabrera tiempo después se hizo revolucionario y se fugó y lo persiguieron los soldados del gobierno y luchó, y yo también luché como él, teniéndolo siempre como ejemplo, usted sabe que yo casi no salgo de esas montañas, me acostumbré a estar escondido y sé más de esa vida que de otra, yo sé más de las estrellas y de la luna y de los ríos y de los cerros que de otra cosa, así como aprendí a sembrar, aprendí también a conocer los secretos de todo aquello que llaman el Turimiquire, todo eso lo he andado yo de un lado a otro, por las cabeceras del Neverí, por el Cuchivano y el Kutábano por las Montañas Negras, por el cerro Tristeza y el Yoroko que es el que más me ha enseñado en esta vida, porque allí yo tuve que batallar y me dieron por muerto, fue en la orilla de ese río donde me atravesaron la cara de un machetazo y en la noche me fui arrastrando y arrastrando y viví por un tiempo en una de las tantas cuevas que están junto a esos ríos y me fui sanando al lado de los pájaros, chiquitos y grandes como los guácharos, al lado de las culebras y de las hormigas y de los bachacos, fueron muchos años los que pasé huyendo cuesta arriba cuando me dieron por muerto y así en las noches fui aprendiendo el significado de los encantamentos que hay entre esos ríos. Esos encantados me dejaron vivir con ellos en su mundo y sé muy bien que es la protección que he tenido, son espíritus que no dejan rastro y que son invisibles con sus casas entre las pozas o en otros lugares de agua, pero hay que saber conocerlos para no asustarse, por eso los tengo presentes y les hablo, especialmente cuando voy a las cabeceras del Neverí a buscar el juajillo para poder hacer la manillas con las que saco estos tonos de los carrizos que me alegran la vida, fue por aquellas montañas que aprendí a recortarlos, a hacerlos, a tocarlos y quisiera que después que me muera esa música de nosotros los indios coaca siga sonando…"

Eliodoro Coronado. 1977
Credito: Adonay García
Higinio Coronado 1982
Credito: Rafael Salvatore


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Benito Irady

Escritor y estudioso de las tradiciones populares. Actualmente representa a Venezuela ante la Convención de la UNESCO para la Salvaguardia del Patrimonio Cultural Inmaterial y preside la Fundación Centro de la Diversidad Cultural con sede en Caracas.

 irady.j@gmail.com

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