El recuerdo de Don Quijote de La Mancha

Del país profundo: El misionero Basilio Barral en el delta del Orinoco (y II)

Los Misioneros Capuchinos Catalanes fueron los primeros en tener presencia activa como evangelizadores en el Delta del Orinoco desde el año 1724. Posteriormente Capuchinos Aragoneses trasladaron familias warao desde varias islas del Orinoco para fundar distintos pobladas entre zonas de Paria y el actual estado Monagas. Repetidos momentos de confrontaciones en nuestro complejo proceso histórico interrumpieron una y otra vez la presencia de religiosos cristianos en la región, llegando a circunstancias límites, como lo fue la conocida interferencia del General Manuel Centurión en 1771, al enfrentarse a misioneros catalanes para someter a más de mil indígenas del Delta, obligados a mezclarse entre numerosas aldeas de la actual Ciudad Bolívar. Así el proceso misional va sufriendo pérdidas que se acentúan con las consecuencias de nuestras luchas independentistas.

Será en la etapa correspondiente al convenio suscrito entre el gobierno presidido por Juan Vicente Gómez y la Orden Franciscano-Capuchina de Castilla, cuando se retoma con mayor fuerza todo un proceso de dos siglos de desavenencias que darían paso a la aparición de las Hermanas Misioneras Terciarias de la “Sagrada Familia” en todo el Delta del Orinoco, tras la Erección Canónica de la Misión por el Papa Pío XI. Esas circunstancias favorecieron la llegada a nuestro territorio de nuevos misioneros capuchinos, entre los cuales estaría Basilio María Barral, este cristiano fundador de San José de Amacuro y de San Francisco de Guayo en el Bajo Orinoco, después de salir de España hacia Venezuela un día 2 de mayo de 1931.

Barral convivió entre cinco décadas con nuestro pueblo warao y además de sufrir las consecuencias de una realidad geográfica compleja, de la cual fue prisionero en el ejercicio constante de su vocación misional, logró el tránsito hacia lo profundo de la espiritualidad de este pueblo, el conocimiento de una lengua antigua y sus elementos morfológicos para hacerla cada vez más viva en íntima cercanía con los habitantes naturales de los ríos y la selvas deltanas.

Testimonios de los cuales fue protagonista existen muchos en sus obras editadas y reeditadas, pero la particularidad de su estilo conversacional, su gracia y su picardía cotidiana fuera de la escritura, se convertía para nosotros en un don que muy pocos teólogos tenían como cualidad en la comunicación grata, sencilla, cargada de sorpresas con la gente natural. Eso nos cautivó, lo confieso y lo más importante, su gran amor y el respeto por la cultura de los oprimidos de los que nos habló en 1980 y que resumimos en las narraciones que siguen.



YO TENIA MISA PARA EL QUE QUISIERA IR, PERO IBAN TODOS.

“Cerca del tiempo en que el gobierno se robó a las niñas, yo había dado muchas vueltas por esos caños para tranquilizar a la gente, había ido al Cocuina y al Macareo. En Boca de Guapoa me encontré a unos indios que querían pasar la Barra de los Cangrejos para irse a la Guayana Inglesa, porque habían perdido sus haciendas, total, conseguí que volvieran a Venezuela, volví con ellos. “Vamos a preparar la fiesta, padre”, me dijeron, ya estaban en la primera fase de la fiesta del Najanamu, son tres días de danzas sagradas en las noches, y después para el otro mes, en la luna llena viene la segunda parte, es una semana entera. “Estamos buscando yuruma (harina del moriche) padre, lo invitamos”, y yo les respondí, “entonces voy con vosotros”, y aproveché para catequizarlos. Fuimos de vuelta allá a Juaneida, que es el caño que une al Tucupita con el Macareo. Durante el día teníamos la misa. Salíamos al morichal por la mañana después de la misa. Yo tenía la misa para el que quisiera ir, pero iban todos y después de desayunar alguna cosa preparaban la marcha hacia el morichal. Las mujeres remangaban las faldotas y cargaban con sus mapires y sus muchachitos. Yo también iba con todos ellos.

Llegamos al morichal, cada uno por su lado, unos a tumbar las matas, otros a cortar por arriba los árboles y las mujeres llevando el producto a los tamices (al colador). Yo me siento a mirar como hacían los demás y al poco tiempo me viene el gobernador warao con una totuma grandota llena de lo que llaman ellos novoco (vino de moriche lo llaman los criollos), es la savia del moriche, que es una cosa dulce, muy dulce. El venía jadeante hacia mí, “mire padre tome novoco”, me dice, y me acordé de Don Quijote en la casa de los Cabrera en la edad de oro. Si Don Quijote en lugar de aquellas bellotas gruesas, duras, hubiera tenido esta totuma de vino de moriche, qué hubiera dicho, me interrogué, y la tomo recordando al Quijote. El gobernador warao se marcha otra vez al monte y viene con otra totuma llena de gusanos del moriche que ellos llaman moo, “mire padre, ahora coma moo” y yo le respondo, “no hijo, crudos no, asados sí” y él me dice “Tú no sabes lo que es bueno padre, esto es lo mejor que hay”. Con la misma yuruma hacían el pan y su única presa para comer era el gusano, pero asado, lo van clavando en una vena del mismo moriche y queda doradito. Así lo comía yo, y no me causaba ningún asco, solo que es demasiado dulce. ¿Sabe lo que dice el diccionario Espasa Calpe de este gusano?, lo define como “manteca viva”, porque los españoles lo explotaban mucho, parece que los beneficiaron altamente, dicen que es tan fino el aceite del gusano que atraviesa un vidrio, que lo filtra, yo no he hecho la prueba, los españoles dicen que sí, yo no sé para qué lo usarían, pero no hay duda de que lo trabajaron.

LA LAMPARA DEL SER SUPREMO LLAMADO KANOBO ERA LA LUNA.

Son ritos tradicionales estas fiestas del Najanamu y ocurren de una manera litúrgica, ellos llevan el tambor ese que llaman erurú y el pito esemoi. Todo el camino lo hacían tocando esos instrumentos. Adelante caminaban las mujeres, luego los hombres y después los perros, al llegar a una placita, en la tarde, comenzaba la fiesta comunitaria con la danza. Eso fue la primera vez y yo me vine a la misión. La segunda parte coincidía con la celebración de la Semana Santa y por eso le digo al señor Obispo, “Mire Monseñor, en la Semana Santa van a celebrar los indígenas su fiesta, ¿no le parece que debo ir?”. Así con el permiso del Obispo pasé el viernes santo en el morichal con los indios, viendo todo aquello y allí fue donde aprendí. Yo bailaba con ellos las danzas sagradas. Todo era de noche. Las danzas duran ocho horas, es algo precioso. En mi “cancionero” está la música y la descripción del ritmo de las pequeñas maracas que llevan los hombres en el Jabi Sanuka. Esto es sagrado. El ritmo es tan severo como un ritmo de procesión donde todos terminan con un solo grito: Kanobo (Kanobo significa Nuestro Abuelo), todos con las maracas hacia arriba. Se ve muy religioso y también cómo empiezan las danzas: estaban esperando que saliera la luna llena y toda la ranchería se quedaba calladita, calladita cuando salía la luna llena, todos los indios salían corriendo y gritando “Kanobo… Kanobo”. La lámpara del Ser Supremo llamado Kanobo era la luna. A la luz de Kanobo celebraban la fiesta sagrada hasta la puesta de la luna, cuando iba a amanecer. Eso durante toda la semana y allí estuve yo, celebrando con ellos toda la semana también.”

DEL CAÑO PEDERNALES AL CAÑO MANAMO.

Después de Guayo ya me fui para Pedernales donde he estado 25 años. Me aclimaté, soy pedernaleño. Allí en Pedernales trabajaba para atender a los indios y a los criollos. Allí estaba la compañía. Allí tuve 5 escuelas con los indios, las atendía yo mismo. Había varias escuelas graduadas y otras de extensión cultural. Sí, 5 escuelas, la de Morocoto y Las Tres Carabelas que eran escuelas misionales. En Morocoto había dos de extensión cultural y una graduada. Después teníamos en Guaranoco dos, una de extensión cultural y otra graduada y en Guinamorena teníamos una de extensión cultural, pero esa duró poco, porque aquellos indios eran muy borrachos y no se entendieron allí con el maestro. Nosotros poníamos al maestro, pero muchas veces con una paga pequeñita para cualquiera y si no tenía cualidades los indios se daban cuenta. Yo estaba haciendo una escuela allí en Guacajara, que fue la última escuela. Yo estuve 4 años preparando las escuelas para el despegue, haciendo las casas, en eso me la pasaba semanas enteras, muchas veces solito y de noche, con tantos tigres y tantas culebras allá, en un sitio muy peligroso.

Total, todo eso se deshizo cuando cerraron el caño Manamo. Al cerrarlo el agua de todos los caños se puso salobre y ya no se podía sembrar. Allí sembrábamos arroz, maíz, ocumo y también plátano y se vivía bien porque había mucho pescado, pero cuando cerraron el caño Manamo y se puso todo salobre, allí no se pudo sembrar mas y emigraron todos los waraos. Quedamos sin nada.”

Padre Basilio Barral en el Delta del Orinoco. 1980
Credito: Rafael Salvatore




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Benito Irady

Escritor y estudioso de las tradiciones populares. Actualmente representa a Venezuela ante la Convención de la UNESCO para la Salvaguardia del Patrimonio Cultural Inmaterial y preside la Fundación Centro de la Diversidad Cultural con sede en Caracas.

 irady.j@gmail.com

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