Del país profundo: El tambor de Juan Luís y el canto de "Campú" en Yaguaraparo

El reconocido académico Rodolfo Quintero al prologar la primera edición en español de la obra de Dauxion Lavaysee sobre su Viaje a las islas de Trinidad, Tobago, Margarita y a diversas partes de Venezuela, basada en la edición príncipe publicada en París en 1813, y traducidas casi de inmediato al alemán y al inglés, la califica como “rica cantera de datos sobre un período formativo de la nación venezolana, que debe ser liberado de especulaciones, deformaciones e interpretaciones interesadas”.

Como es conocido por los especialistas en ciencias sociales, aquel viajero francés, tildado de aventurero en su país y en América y cuya obra se relaciona con personajes tan conocidos como Alejandro de Humboldt, Napoleón Bonaparte y Francisco de Miranda, pudo recorrer esta región entre los años finales del siglo XVIII y comienzos del XIX, tiempo en el que las guerras civiles sacudían a nuestras vecinas islas del mundo antillano y particularmente a Trinidad, donde vivió cuando ésta todavía era posesión española, dejándonos importantes testimonios de cómo se perdió su control en 1797, al quedar en manos de los ingleses por la conocida capitulación ante Sir Ralph Abercromby.

Dieciséis años permanece Dauxion Lavaysee en América bajo régimen colonial de españoles, franceses e ingleses, dedicando en 1807 un lapso de residencia en Venezuela, e internándose fundamentalmente en el oriente del país.

Siempre nos sentimos atraídos por la obra de autores como la del alucinado agente y viajero francés, porque complementa nuestras permanentes búsquedas sobre ese pasado muy reciente, previo a las luchas independentistas en el territorio nacional, por eso hemos tenido presente la cuidada edición de su obra realizada por la Imprenta Universitaria de Caracas (UCV) 1967, que nos da a conocer uno de sus recorridos entre Cumaná y el golfo de Paria, justo en la fecha en que franceses y españoles emigrados de Trinidad inician el establecimiento de pequeñas poblaciones en esta parte de la tierra firme vecina a Puerto España. Sobre el valle de Yaguaraparo nos deja la siguiente nota:

“Un marinero catalán se estableció en 1790 en este valle que entonces era casi desierto. Comenzó él solo a tumbar los árboles y a sembrar cacao. En 1797, este hombre tenía veinte negros trabajando en su hacienda. Tenía unos treinta en 1804 y con este pequeño números de peones recogía más de 100.000 libras de cacao. Este hombre murió sin testar en 1804 o 1805 (según dicen) y el gobierno tomó propiedad. En 1807 estaba administrada por el cirujano mayor de la guarnición de Cumaná, quien se creía el dueño y había introducido un considerable número de esclavos. En aquel entonces me dijo estar seguro de que esta hacienda le produciría dentro de seis o siete años ¡500.000 libras de cacao anualmente! . Hemos llegado a los confines de la provincia de Cumaná, cerca de las desembocaduras del Guarapiche y el Orinoco, allí también, como en las orillas de Ohio, encontré franceses e irlandeses, ¡arrojados a estas playas solitarias por las tempestades políticas!”.

En los diversos recorridos que hice a las tierras de Paria desde 1979, llevaba en la memoria las descripciones de Dauxion Lavaysee, cada vez que seguía desde Río Caribe hacia Irapa, Soro, Yoco, Guiria (donde llegué a ver una noche el reflejo de luces de la isla Trinidad), y por supuesto este pueblo de herencias que no puedo olvidar, Yaguaraparo, fundado en 1760 como sitio de misión por el fraile capuchino Silvestre de Zaragoza, con la mala suerte de que un terremoto en 1766 dejó en ruinas no solo a esa población (40 años antes de la visita de Jean Dauxion Lavaysse), pues Irapa y Soro también se vieron envueltas en la tragedia, además de la calamidad de haber sido saqueadas e incendiadas por los ingleses que profanaron todos sus templos. Fue así como quedó en ruinas la costa de Paria, después de huir de estos enclaves los pocos indígenas que habían sido bautizados por los misioneros capuchinos.

En una de mis visitas a Yaguaraparo, usé un grabador uher y una cinta scotch de 600 pies y pude documentar algunos cantos a dos voces en mezclas idiomáticas como Celina pasa Bongó y Celina pasa Chenche, o Anja Potinde y Ae Potinde, o la Cairolá del señor Guaratá entre otras expresiones de afrodescendientes antillanos, herederos del segundo tiempo de negros esclavizados en Paria, del que nos pudo dar noticia Dauxion Lavaysee. Luego entrevistaría a otros pobladores procedentes del caribe francés e inglés. A uno de ellos lo llegué a interpretar como Ricardo Corazón de León. Desgraciadamente aquel material se extravió entre tantas mudanzas, pero conservé anotaciones que ahora muestro para salvar parte de los testimonios. De todo destacaré aquí un resumen de la historia de vida que me relataron Juan Luis García e Inés Emilia Gil, conocida como “Campú”, la última vez que estuvimos todos juntos.

JUAN LUIS GARCIA: NOSOTROS NO HEMOS DEJADO CAER LA HISTORIA.

“Yo nací el 7 de enero de 1930 aquí en Yaguaraparo. Mi papá se llamaba Domingo Antonio Aguilera y mi mamá Ramona Consolación García. Aprendí a tocar el tambor con mi propio padre. Ya yo tendría como 15 años, y otro hermano mío, el mayor de todos, Carlé también lo tocaba. Aquí en Yaguaraparo lo tocaba mi papá y otro señor llamado Faustino Hernández y un señor que era tío de mi papá llamado Nicanor Aguilera. Ese fue el que enseñó a mi papá y al señor Faustino Hernández. Nicanor, el tío de mi papá dependía de los lados de Cariaco, de la laguna de Campoma. Mi papá nunca me llegó a decir en qué tiempo llegó ese tío aquí a Paria. El no tenía más labor que la agricultura y buscó para acá, para la costa de Yaguaraparo, se vino con su señora y sus hermanas llamadas Catalina y Ofelia Aguilera. Mi papá me dio a entender que fue él quien llegó aquí sonando ese tambor que ahora es el tambor de Yaguaraparo, y mi papa nos enseñó a mi hermano y a mí y ahora yo enseño a los hijos míos. Aquí también toca el tambor Juan Méndez que es amigo mío, yo lo enseñé. Había otro que también lo tocaba, lo llamábamos Chicho Pepe, Luis Emilio Belmonte era su verdadero nombre. Así es como nosotros no hemos dejado caer la historia, manteniendo vivo esto que es la cultura de antes, la que nos entusiasma.”


LOS NEGROS NECESITAMOS BUEN SONIDO PARA EL CANTO.

“Cuando estaba mi papá tocando, estaba él solo, con un solo tambor y con las mujeres bailando y las dos cantadoras. Mi papá cuando más lo tocaba era para el tiempo de las lluvias, para los días de San Juan y para el tiempo de diciembre. El tambor se acompaña además con maracas, no tenía importancia quien las tocara, podía ser un hombre o una mujer. Mi papá conseguía un barril de madera y con ese barril mi papá hacía el tambor. Utilizaba cuero de chivo y bejuco de chaparro, así lo aprendí a hacer yo, con tres prensaduras para que se estire bien en cuero y suene fino y dé buen sonido, porque los negros necesitamos buen sonido para el canto. El tambor tiene dos sonidos, uno finito, el más alto que es el que a mí más me interesa como músico y otro más bajo que sirve para el descanso y para la voz del cantador. Ese sonido varía de acuerdo a la voz del cantador, según cante más bajo o más alto, tú puedes preguntárselo a Campú que es la mujer que canta.”

CAMPÚ: LLEVO TRES CUARTOS DE SIGLO APRENDIENDO A VIVIR.

“Yo fui mujer de mucha lidia. Nací el 21 de enero de 1910 y tuve un papá que había venido de la isla de Granada y se llamaba Julio Gil, pero fue con mi mamá Claudia Narcisa García que empecé a bailar este tambor, tendría yo 12 años en aquel tiempo en que aprendí a machacar el tambor con mi mamá y con otras mujeres, Antonia González, María Flores, Teodora Cedeño, esas eran bailadoras del tambor viejo, con ellas aprendí yo a vagabundear, ellas me enseñaron a sacar primero el pié derecho para empezar el baile y a esconder el izquierdo. Campú me llamo yo, pero mi otro nombre es Inés Emilia Gil García y llevo tres cuartos de siglos aprendiendo a vivir, trabajándole a los ajusteros y a los dueños de hacienda, yo les trabajé picándoles las maracas de cacao con una paleta y sacándoles las almendras, eso es lo que aquí llaman esgullar el cacao. En todas esas siembras éramos nosotras, las negras, nosotras las mujeres las que recogíamos el cacao y lo esgullábamos, pero a mí lo que más me ha gustado es la parranda, yo tengo una hija que nació en noche buena de inocentes, y sin pena ninguna salía en esas madrugadas, ajuma de parranda a dar a luz.”

LA CAIROLA DEL SEÑOR GUARATA.

“Yo lo que sé es bailar, echarme palo y cantar la Cairolá del señor Guaratá, que era lo que cantaban los negros de antes, yo no sé qué significan esas palabras que eran las palabras de ellos, pero yo las canto, porque esa fue la herencia que nos dejaron, ¡Ay Cairolá, la Cairolá señor Guaratá!, yo también canto con ese tambor el Percantón y la Julianita. ¡Julianita, Julianita, dame maíz para moler!, canto también el temporal, ¡Temporal, temporal, qué tremendo temporal, ¿qué será de María Flores cuando venga el temporal?, eso era lo que cantaban los negros de antes, los viejos y las viejas con ese tambor de Yaguaraparo, y delante del santo, el San Juan de aquí, cantábamos con el tambor la Santa María. Santa María/ líbrame de todo mal/ ampáranos señora/ de ese tremendo animal./ Ve y corre por un machete/ para poderlo matar/ ese animal de cuatro patas/ se metió en el matorral./ Tenía cara de buey/ el pecho de un toro bravo/ tenía patas de mula/ y vara y medio de largo…”

Juan Luis García toca el tambor de Yaguaraparo y Campú canta.1980.
Credito: Rafael Salvatore


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Benito Irady

Escritor y estudioso de las tradiciones populares. Actualmente representa a Venezuela ante la Convención de la UNESCO para la Salvaguardia del Patrimonio Cultural Inmaterial y preside la Fundación Centro de la Diversidad Cultural con sede en Caracas.

 irady.j@gmail.com

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