“Lasciate ogni speranza voi ch’entrate!” (Dante, "Divina Comedia", Canto III, 1-9)

Encuentro cercano del Tercer Tipo con una Clínica “Privada”

En un artículo [1] que publiqué hace algún tiempo en Aporrea, me refería a los pasos que tenía que dar un paciente si tenía la desventura de utilizar los servicios de una clínica “privada”. Lo del entrecomillado se debe a la naturaleza o status muy particular de esos centros de salud, que si bien son dirigidos por particulares, sus ingresos provienen en su gran mayoría de los aportes que le hace el Estado (Ministerios, Institutos Autónomos, Empresas del Estado, Gobernaciones y demás entes estatales) a través de las pólizas de Hospitalización, Cirugía y Maternidad (HCM). En ese artículo describía una situación muy particular, pero la que particularmente me tocó enfrentar, fue muy diferente.

Por lo menos en lo que se refiere al Instituto de Clínicas y Urología Tamanaco, conocido generalmente como “el Urológico”, la situación para un enfermo que acude a una emergencia es bastante dramática.

El lunes pasado en horas de la mañana se me ocurrió la impertinencia de sentirme mal. Ya había comprobado la inusual elevación de mi presión arterial, acompañada de mareos, alta temperatura, náuseas, cefalea (dolor de cabeza), sudoración, y, luego de comunicarme telefónicamente con el médico que consulto en asuntos cardiológicos, conduciendo mi propio vehículo me dirigí esperanzado al Urológico, buscando encontrar el alivio a mis males. La realidad con la que me encontré allí para los pelos de punta.

En primer lugar tuve que hacer una cola de aproximadamente 45 minutos para poder llegar a la Emergencia. Algo increíble. El acceso se hace por una angosta calle de la Urb. San Román, colapsada por el intenso tráfico desde hace mucho tiempo. Al llegar a la Emergencia no tenía forma ni maneras de estacionar, porque los escasísimos lugares predispuestos para tal fin estaban ocupados y no me permitían, a pesar de las explicaciones y de mis ruegos, dejar mi vehículo allí. Opté por la mejor solución para llegar apresuradamente a la tan ansiada “emergencia”, dejé el vehículo, me bajé de él y lo dejé a la buena de Dios. Pero lo peor estaba por llegar.

Llego a la emergencia y después de incautarse de mi cédula de identidad, a lo cual mansamente accedí, dada mi situación. Me preguntaron por el seguro. Les dije que estaba cubierto, gracias a mis hijos, por dos magníficas pólizas de HCM, y casi en tono jactancioso para tratar de impresionar y ser atendido lo más rápidamente posible, mencioné en particular una de ellas que tiene una cobertura de casi 150 millones de bolívares. ¡Qué iluso fui! No tenía ni idea de lo que tuve que enfrentar.

Inútil fue que pidiera que llamaran al cardiólogo, “que estaba por allí”, inútil fue que hasta los propios compañeros de infortunio que allí también estaban esperando observaran mi situación, inútil fue que pidiera ser atendido, ante mi convicción (infundada o no, porque no había forma de verificarlo) de poder sufrir un accidente cerebro-vascular allí mismo. ¡No, tenía que hacer cola! No había ni un cubículo disponible y en esas condiciones era “imposible” ser atendido. Durante dos horas y media, sufrí, no en silencio porque me quejaba con mucha amargura y profería frases que, de haberlas oído, hubieran ruborizado a un caletero del Puerto de La Guaira. Mientras tanto, mi cabeza parecía que iba a estallar en mil pedazos, me dolía hasta el último hueso, tenía resequedad bucal y ante mi súplica por un poco de agua, me informaron que no podía tomarla porque era “peligroso”.

El resto es breve, porque breve fue mi “atención”: un examen aquí, esto por allá, aquí está su pastillita, venga por aquí, súbanlo para allá. Por una sintomatología similar o parecida, a cualquiera lo hubieran hospitalizado por lo menos una semana, pero… tampoco había habitaciones disponibles, reservadas alunas para heridos o traumatizados de particular gravedad.

Resultado: Todavía estoy en mi casa convaleciendo, sin saber exactamente que fue lo que originó el desequilibrio de mi salud.

No quiero escandalizar, sólo quiero dejar mi testimonio crudo del calvario por el que tuve que pasar en el Urológico.

NOTAS

[1] Publicado en Aporrea: “Esas Clínicas no son privadas porque son mantenidas por el Gobierno, o sea…”

http://www.aporrea.org/contraloria/a33813.html

CONTACTO CON EL AUTOR

Internet: “La Página de Omar Montilla”

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Correo: omar1montilla@gmail.com


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Omar Montilla


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