Séptimo mandamiento: no robarás

La preparación para realizar la Primera Comunión, son años que corren parejos con los del tránsito de la niñez a la adolescencia. Recitar el Credo, es la máxima expresión de Fe; entender los Diez Mandamientos de Moisés es, por su parte, la más completa lección de moral y comportamiento cívico. Con ambos, nos "iniciamos" como buenos ciudadanos. Uno podría preguntarse: ¿Qué inducía a los hombres de la antigüedad a robar, como para que Moisés lo colocara en sus Leyes Divinas?, la respuesta la encontramos en que, con el surgimiento de la propiedad privada se hacen presente las diferencias sociales, las injusticias y la inequidad; y, con ellas, las necesidades.

Platón en sus Diálogos, en la República o de lo justo, analiza lo justo y lo injusto de la conducta humana. Dice, que el hombre justo se "hará odioso a sus amigos y allegados, porque no querrá hacer por ellos nada que esté más allá de lo equitativo". Mientras que: "La suerte del injusto es completamente opuesta, puesto que, poseyendo un gran poder, lo utiliza para descollar siempre sobre los demás".

De lo cual podemos inferir que el robo es un acto propio del hombre injusto. Aun cuando, no es lo mismo el que roba un pedazo de pan para calmar temporalmente el hambre de su pequeño hijo; al que roba en grandes dimensiones, y lleva a la bancarrota una empresa, o empobrece a un pueblo con el desfalco de los bienes de la nación. Y, esto último es a lo que llamamos corrupción.

Por lo que, la corrupción, más allá de lo moral, debe ser entendida como un problema ético, propia del hombre injusto, quien en su afán de poseer un poder absoluto e ilimitado trasgrede y viola todas las normas jurídicas y de conducta, que regulan la convivencia en sociedad. El corrupto actúa, no solo, en correspondencia con la conducta de los injustos, del déspota; sino que, hace de la "ética de la banda de ladrones", de la cual nos habló Platón en su República, su propia ética.

Por lo que, cuando hablamos de la corrupción política, más allá de los oprobiosos y condenables -por ninguna razón justificables- actos delictivos cometidos por funcionarios y autoridades públicas, estamos en presencia de un delito jurídico; pero, sobre todo, de un delito ético; ya que, el corrupto, al apropiarse de una riqueza material que no le pertenece, coloca por delante sus intereses personales o los de sus allegados; y, de manera directa, expropia de la misma a la nación y su pueblo.

En razón de ello, sugerimos, no hacer de la corrupción un hecho aislado de la realidad política, económica, social y cultural de una nación. Vista de esta manera, su condena no puede ser establecida a partir del ordenamiento jurídico existente y, que sean únicamente "los tribunales" quienes se encarguen de ella, como si éste fuera, solo, un delito legal. No. La corrupción política tiene que ser definida como un delito social; porque, los políticos son actores sociales. Por tanto, debe haber un juicio social que lo sentencie.

Al concebirla como un delito social, debemos estar conscientes que se trata de un problema de Estado. Por lo que, al enfrentarla hacemos uso de juicios de valor; y, la riqueza de una nación, es un valor compartido. Los cuales, según Jean Piaget, se aprenden más "en el hogar, la escuela o la calle, y en mayor proporción en el juego colectivo que a través de los sermones".

Necesario es entender que la política es el tratamiento de los problemas sociales. Por lo que, la justicia, la libertad, la igualdad, la seguridad, la integridad y la honestidad son valores sociales; los cuales no pueden ser sustituidos por ningún interés individual. Ya que, como observó Marx, "las pasiones más violentas y miserables de los seres humanos son las furias del interés personal".

No puede obviarse que el credo neoliberal, en su propósito de establecimiento y consolidación, privilegia el yo por sobre el nosotros, individualiza al ser humano; promueve, la reducción de las funciones y el tamaño del Estado, invisibiliza al pueblo, con el propósito de concederle al mercado autorregulado el rol de sujeto conductor de la sociedad. No olvidemos que el capitalismo, desde su origen, es corrupto, es la mayor expresión del apropiamiento ilegitimo de la riqueza de una nación y su pueblo.

En razón de ello, nada es más contrario al socialismo que la corrupción. Por lo que, el Séptimo Mandamiento: NO ROBARAS, sigue teniendo toda su pertinencia.



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Nelson Pineda Prada

*Profesor Titular de la Universidad de Los Andes. Historiador. Dr. en Estudios del Desarrollo. Ex-Embajador en Paraguay, la OEA y Costa Rica.

 npinedaprada@gmail.com

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