Unos días fuera de la “privilegiada” capital

Después de algunos días fuera de Caracas comparto algunas vivencias y el panorama de la dura realidad que se vive fuera de la capital a finales de este difícil año 2020, como parte del presente de un país que parece encontrarse en un atolladero sin salida mientras su gente lucha incansablemente por salir de él.

Antes del relato me permito manifestar que me ubico entre quienes, sin dejar de reconocer las innumerables: equivocaciones, fallas, errores y deficiencias del gobierno actual, seguimos apostando por mantener viva la llama de la esperanza regada por Chávez sobre el futuro de un país mejor que disponiendo soberanamente de sus riquezas con empeño y esfuerzo sostenido de su gente puede lograr la independencia y la soberanía por la que Bolívar y tantos próceres ofrendaron sus vidas en estos años de historia republicana.

Lo primero que impresiona, a quien sale de la ciudad capital, es la secuela de la carencia del combustible. A medida que se va tomando distancia de la ciudad y aparecen los poblados de carretera, las vías parecen verdaderas rutas a pueblos fantasmas, donde se pueden recorrer kilómetros sin que se avisten vehículos. Es llamativa la cantidad de personas que entre caseríos se desplazan caminando, muchos de ellos ya ni siquiera se molestan en pedir colas, siendo los propios conductores quienes ofrecen el respectivo "empujoncito" entre un caserío y otro.

Ya en el destino final a casi 300 kms. de la capital, un fundo campesino, donde se practica la ganadería de pequeña escala y la agricultura de conuco, nos encontramos que la falta de electricidad y del gas no son problemas para los residentes ya que nunca han gozado de ellos.

En los primeros relatos de los anfritiones es el tema la carencia de gasolina como limitante para el transporte; nos enteramos que a pesar de que las personas disponen de sus vehículos propios (automóviles y motos), al no disponer de combustible deben recorrer considerables distancias a pie o transportar cargas en animales (burros y caballos) como única opción, en muchos casos siendo estos mismos animales quienes le sirven de transporte a quienes residen en la zona.

El costo del pasaje del poblado más cercano del poblado, próximo al fundo, a la población que surte de mercaderías y presta servicios médicos de importancia recientemente fue incrementado a 2 dólares por persona.

La leche, a puerta de corral, la venden en ese fundo en 0,20 dólares por litro (no parece un detalle menor la dolarización de la mayor parte de las actividades económicas). Actualmente la producción de leche allí apenas ronda los 20 litros diarios, dos días a la semana fabrican queso para el consumo.

La jornada laboral de un peón en la zona oscila entre 1 y 1,5 dólares en actividades relacionadas con cultivo de tomate, pimentón y ají. Pero son duras e inclementes faenas y en estos casos son trabajos estacionales y quienes laboran en ellos no tienen seguridad social, practicando el trabajo a destajo.

El propietario del fundo, un viejo campesino de 75 años, además de tener unas pocas vacas ejerce la agricultura de conuco. Este año está contento porque llovió mucho y cosechó bastante maíz, tiene sembrado: frijol, auyama, guaracara que próximamente espera cosechar. Ya comenzó a tumbar el conuco que espera sembrar este año venidero. En sus conucos además siembra paja como alimento para las vacas. Está desencantado de la política, no ha votado en las últimas elecciones. Con casi 30 años en su fundo confiesa que estos son los peores tiempos que ha vivido, especialmente por la carestía de todo, además porque el productor es quien menos gana mientras que otros terminan beneficiándose del trabajo de quien más se esfuerza. Trabaja incansablemente en jornadas que pueden comenzar a las 6 am y se prolongan hasta las 5 de la tarde. Algunas veces contrata a un jornalero a quien le paga por tareas, pero dice que no hay mucha gente a quien contratar, además que mientras algunos pueden pagar en dólares el no dispone de recursos para pagar de esta forma a quien contrate. Algunos de sus hijos varones le visitan esporádicamente y tiene dos hijas fuera del país que emigraron en los últimos años, consecuencia de la crisis que se vive.

El ordeñador quien es un joven que no llega a los 30 años, tiene una prole de tres hijos y junto a su mujer bregan duro diariamente. Aunque de niño ha ejercido labores de campo, en otros tiempos estuvo en la ciudad y ejerció de mototaxista. Actualmente además de trabajar en la ganadería del fundo, paralelamente trabaja la agricultura en una zona de montaña donde siembra: caraotas, cambures, plátanos, yucas y otros rubros., la escasez de gasolina impide que utilice su moto y recurre a caballos y burros tanto para trasladarse a la montaña donde siembra como para trasladar sus cosechas, recorre una media de dos horas para ir y dos para regresar al fundo. Narra con pesar como después de cosechar más de 65 kgs. de cambur se perdieron porque quien debía buscarlos para bajarlos al pueblo no tenía gasolina y el producto terminó siendo desechado después de descomponerse. Nos cuenta que la gasolina la puede comprar bachaqueada entre 1 y 2 dólares por litro, pero que es muy costosa. Trabaja asociado con el dueño del fundo, percibiendo un porcentaje por la leche que ordeña a diario, así como por la producción de los animales cada año. Mantiene una relación casi familiar con los dueños del fundo y aunque tiene admiración, cariño y aprecio por ellos, ve que son personas que trabajan mucho y terminan recibiendo poca retribución por tanto trabajo.

La mujer del ordeñador es todo un personaje, siendo oriunda de otra región, nos cuenta que antes de la crisis se desempeñó como cocinera y mesera en restaurantes de su pueblo, le fue bien. Cuenta sin rubor que hasta bachaquera llegó a ser. Nos deslumbró con su inventiva y su creatividad, es capaz de hornear una torta en un fogón, (sin el horno moderno que conocemos todos), a leña. Nos cuenta que también hace galletas a sus hijos, pero que la azúcar está muy cara y eso la limita. Su risa desbordante, sus anécdotas y ocurrencias, así como su determinación a sortear las duras adversidades de estos tiempos son señales de inequívocas de la Venezuela que no se rinde y que se mantiene en pie ante el hostigamiento y el acoso de quienes apuestan por la rendición y la entrega de nuestra Patria.

Comimos unas deliciosas hallacas sin pasas, aceitunas ni alcaparras, pero con un sabor inigualable; un hervido de res y hasta una oveja asada. Tomamos una bebida de flor de Jamaica que poco tenía que envidiarle a cualquier bebida refrescante comercial, carato y leche pura y la infusión que ha sustituido al tradicional café mañanero es el quimbobó, que se cultiva y se procesa en el fundo. Todo esto salido de las creativas y laboriosas manos de la esposa del dueño del fundo.

Estas fueron parte de mis vivencias de fin de año fuera de Caracas, después de cinco días retorno a la "privilegiada capital", donde el 31 a la media noche el festival de fuegos artificiales y de pirotecnia me convence que en Caracas se vive en un mundo privilegiado, a pesar de lo que digan muchos.



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Juan González


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