La solución cultural a la tragedia venezolana: Junta de gobierno y pacto nacional

El país es un desastre que vive, se alimenta y se propaga culturalmente como una infección letal. En lo sucesivo pretendo ofrecer una solución.

No busquemos causas externas, aunque son evidentes y palpables; vamos a centrarnos en el Nosotros. Existe una acentuada crisis de gobernabilidad, una marcada divagancia concubina del irraciocinio (padres de la mediocridad y la desidia), y un afán de lucro en todas las clases que trae como consecuencia la siempre de moda corrupción, el expolio, el saqueo nacional y también la delincuencia. En el fondo, nos topamos con una trialéctica silente de clases: ricos (colonizadores), pobres (colonizados) y militares (acechantes); sí, también los militares. No importa quién gobierna, el problema es para quién gobierna.

La historia de Venezuela en su etapa colonial y de subyugación a la monarquía española estuvo caracterizada por el expolio innegable de quienes llegaron de Europa buscando riqueza, esa que luego fomentó y financió el desarrollo de la modernidad europea. Encontrarse con los habitantes milenarios de Abya-Yala supuso obstáculos: el mal trato del europeo no fue bien recibido ni bien visto, por lo que los pueblos indígenas hicieron frente. Fueron necesarios europeos salvajes para adentrarse en tierras "salvajes" y desconocidas, fueron necesarios "malandros" versados en armas y religión para someter a los pueblos indígenas y apropiarse de las riquezas naturales y el territorio, sin mediar palabra ni llegar a acuerdo, porque su civilización nunca cruzó el Atlántico. Esta es la historia constitutiva, estructuralmente CULTURAL de Venezuela, el mito del mal salvaje, el mito del eterno retorno, el histórico conflicto irresoluto del déspota que busca apoderarse por la fuerza o por viveza (trampa) de lo que pertenece a otro, sin mediar palabra y para beneficio propio. Este es el nudo gordiano en Venezuela, el patrón que se repite en cada tiempo, en cada nivel, en cada sector, y hay excepciones en la ciudadanía, pero cada cual sale como puede, solo, sin recursos culturales, de su propio laberinto, si es que lo advierte.

La Independencia puede ser vista como un proceso de reapropiación, necesario para el criollo (occidentalizado), pero jamás fue resarcido daño alguno a los habitantes originarios, nunca jamás esa reapropiación ha sido válida para los pueblos indígenas. Hoy seguimos siendo criollos, somos gente occidental, hablamos un idioma, nos vestimos y nos comportamos según una tradición eurocentrada. La Independencia también podría significar un lapsus, un punto cero entre la monarquía (despotismo) y la República, pero sería el nacimiento de una República atravesada de déspotas sin claridad, sin visión, sin el sueño latinoamericano. Bolívar es el primer y único déspota (militar) ilustrado, aunque necesario para ordenar y darle dirección a la naciente República aún en guerra. Su legado lo confía a Sucre (acertadamente, pero otro militar al fin y al cabo) quien es asesinado, dejando a Venezuela desorientada, desubicada, sin claridad, sin una carta de navegación y sin sueño de integración y unidad latinoamericana.

Nace así una República atravesada de militares (caudillos) esperando la repartición del botín de guerra. Militares que harán presencia en el gobierno de la nación hasta la segunda mitad del siglo XX, despotismo por más de un siglo de República, mandando, gobernando para sí mismos, para los suyos. Entre uno y otro uniforme, la modernidad se nos hizo ajena, la ciudadanía (la población no militar) fue dejada al margen de la dirección del país, de manera que nunca han podido imprimirle una dirección racional a Venezuela. Los cuarenta años de bipartidismo (AD, COPEI) significaron lo mismo a pesar de presumirse la sociedad civil, y los 19 años de revolución bolivariana, de la mano también de un militar con énfasis en los estratos bajos de la sociedad, no han hecho sino repetir el patrón cultural que se sirve en este continuum antropológico: gobernar para los míos.

Estamos atrapados en un limbo atemporal (cultural) donde se repite continua y permanentemente la misma historia, la misma idea, sin atinar una fisura o una puerta dimensional por la cual escape el colectivo entero hacia una coordenada compartida, hacia un espacio común y consensuado. Cualquiera que sea la naturaleza y tono del gobierno, el resultado es el mismo y las consecuencias esperadas.

La gobernabilidad en Venezuela se garantizó mediante el uso de la fuerza y el ejercicio coercitivo del poder, una gobernabilidad tosca y prehistórica. En la revolución bolivariana, intentándose acabar con los excesos, el discurso de los Derechos Humanos no se introyectó de manera adecuada, asumiéndose incautamente la preponderancia de los derechos individuales, y a pesar de enarbolar y asegurar jurídicamente derechos colectivos y difusos, la sociedad, lo común, lo compartido, nunca ha estado más desprotegido, indefenso y vulnerable. Se ha privilegiado al individuo sobre lo colectivo, social, por lo que no existe acuerdo de entendimiento, ni respeto, ni leyes, ni instituciones que den garantía de vida pacífica en común. Soy sincero.

Supongo que para el lector debe ser muy fácil ahora intuir una solución: Necesitamos un PACTO NACIONAL de entendimiento entre los partidos políticos, gremios, federaciones y los sectores que aglutinan el poder económico y militar en Venezuela para que se supere la tragedia mítica que gobierna, cual déspota, nuestro destino social. Pareciera que esto suena a negocio y repartición, pero es que en el fondo lo es, sólo que a diferencia del reparto egoísta de los gobiernos de turno (para los míos), la sociedad entera se pueda beneficiar del reparto (para todos), reparto entendido NO como corrupción o reparto del botín de guerra, NO como negocio turbio entre dos personas al margen de terceros. Esto daría solución al problema cultural, aunque no al problema del deterioro de la naturaleza, pero primero lo que todos necesitan (reparto), sí, porque socialismo y neoliberalismo tratan del reparto, de la distribución, valiéndose ambos del capitalismo, el único modo de producción que ha conocido la humanidad desde la aparición de la agricultura (sedentarismo). Modo de producción al que, a lo largo de la historia, se le han añadido capas, elementos distintivos y que hoy goza de la misma salud que hace 200 ó 5000 años, y por eso China es hoy un gigante socialista/capitalista, y por eso en la revolución bolivariana reinan indisolubles los poderes del capital.

Si de verdad nos preocupamos por Venezuela, por su gente, y trascendemos el egoísmo, lograremos entender que el pacto nacional es una necesidad y una respuesta, pero también lograremos entender que para que ese pacto nazca, crezca y se fortalezca es necesaria una segunda condición: GOBERNAR CONJUNTAMENTE, esto es, conformar una junta de gobierno nutrida por todos los sectores nacionales en pugna por el poder y que le permita, por un periodo de 3, 4 ó 5 años, gobernar a todos, para todos. El pacto nacional es la necesidad y la solución; la junta de gobierno su mecanismo.

Por ello, y para abonar el camino hacia el levantamiento del bloqueo exterior (algo que no depende de nosotros), un bloqueo que no será levantado ni por la fuerza, ni por la diplomacia, ni por el tiempo (ahí esta Cuba 56 años después), es necesario crear las condiciones sociales internas para salir de la crisis; primero, y ante todo, el dilema cultural, y segundo la crisis de gobernabilidad. Lo segundo no podrá ser resuelto por elección presidencial, porque una figura única en la presidencia sólo seguirá siendo garantía de los intereses de un partido, de un sector, de una clase, de una facción. Por lo tanto, sólo un gobierno conjunto y un pacto nacional que asegure la gobernabilidad podrá restablecer la convivencia y generar las condiciones para levantar de nuevo a la nación, levantarla esta vez de manera distinta, forjando el ejemplo de un gobierno conjunto de profunda raíz democrática.

Sin el concurso de todos los sectores será imposible avanzar en una renovación social y cultural, política y económica, pero lo más importante: en la renovación HUMANA de los venezolanos y venezolanas. Si no sentamos a negociar nuestros egoísmos, si no los hacemos llegar a un acuerdo de beneficio común, no hay posibilidad democrática y racional de salir de la coyuntura en la que estamos. Tal vez Ud., apreciado lector(a), no piense igual que yo, pero no tiene que hacerlo, sólo le pido que, racionalmente, evalúe la propuesta y piense si podría sentarse con sus adversarios a negociar un acuerdo, un pacto, a recoger un poco su orgullo y ambición y concretar un trato justo y duradero, de lo contrario, se seguirá repitiendo la historia: más despotismo. Nadie fuera del país hace falta para ponernos de acuerdo, sólo hace falta ser venezolano, venezolana, sólo hace falta sentir a Venezuela, llevarla en el querer y en las ganas de levantarnos de nuevo. Poco a poco, generaremos las condiciones ideales para que la junta funcione y reproduzca el orden y la estabilidad que requerimos para hacer frente a la coyuntura. No es imposible. Sólo debemos controlar el ego, quitarnos las máscaras, dominar la vergüenza a que nos vean como somos y ser sinceros, recoger el orgullo y trialogar, acordar, pactar. No es difícil ni complicado, sólo requiere legítima voluntad.

Abrevemos en nuestro himno, encontremos en él las palabras claves para poner fin al yugo cultural:

¡Gloria al bravo pueblo que el yugo lanzó, la Ley respetando la virtud y honor!

Salud.



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