La sampablera en el metro

—¿Qué le pasó paisano? Que viene todo estropeado y con la camisa desgarrada. —Es que ese Metro no es de cristianos, hombre. Me metí porque iba a buscar una cuestión, pero que va. Usted sabe paisano, en el Metro hay que poner unos rociadores, de esos que botan agua cuando hay un conato de incendio, pero de agua bendita. Así cuando suene el pitico de cierre de puerta, los rociadores empiezan a esparcir agua bendita para todos lados, haber si le saca el demonio a la gente, vale.

—Bueno la cosa empezó así. Yo estoy haciendo mi cola, como gente decente, esperando a que llegara el tren. Llega el susodicho y empieza a salir gente como arroz y gente que quiere entrar, gente que no puede salir y gente que no puede entrar, así estaba la cosa. En eso una muchacha, buenamoza ella, va saliendo y una vieja va y le arrea un pescozón que la mandó contra el suelo.

—Aquella muchacha se levantó hecha una fiera y le devolvió unas manos que no eran de cambure, precisamente. Le voy a decir algo paisano, desde aquella pelea de Muhammad Ali y Joe Frazier, que Dios los tenga en su santa gloria, yo no había visto una pelea de semejante envergadura. Esas mujeres se lanzaban ganchos de izquierda y derecha, uppercut y pare usted contar.

—Yo viendo aquello y como había ido al cajero automático tenía diez mil bolívares en el bolsillo, que es lo único que dan los cajeros. Pues le debía medio pan al compadre que me lo había prestado. Voy y grito: ¡10 mil a la muchacha! —¿Y ganó esa apuesta? Paisano. —Que va, si aquella tercera edad, que baila como una mariposa y pegaba como una avispa, le arrió un gancho que la muchacho perdió el conocimiento y tuvieron que llevársela cargada. Ahora le sigo debiendo al compadre los diez mil y no le puedo decir a la mujer que los perdí en una apuesta.

—En eso sonó el pitico de la puerta y la lucecita verde se encendió, y aquel gentío para dentro; todos apretados como eran las sardinas en la latas antes, porque ahora vienen bien holgadas. Y la tercera edad que se mete al mismo vagón y le gritaba a la muchacha "peazo e perra". Ha visto usted, además que la dejó noqueada y yo perdí mis 10 mil, la insultaba.

—La tercera edad estaba hecha una fiera y envalentonada por el triunfo le seguía gritando a la muchacha desde el vagón. En medio de aquel calor porque los vagones parecen los hornos de Auschwitz y todos apretados; más el retraso por la bendita pelea, la gente se lamentaba y se lamentó.



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Obed Delfín


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