El país que nos robaron

Que bueno era aquel país que nos robaron donde había un CSE. Aquel país donde aunque los que mandaban eran siempre los mismos, cada 5 años se alternaban en el coroto y reinaba la “democracia” y los pobres no tenían más aspiraciones que las de recibir migajas de los ricos y poderosos.

Como no extrañar aquellla Venezuela donde no había el odio que hoy reina entre nosotros. Un país en el que a pesar de que unos eran del Caracas y otros del Magallanes, al final de cada temporada terminábamos “juntos como hermanos”, sin dejar por fuera que hasta otros equipos existían.

Pero después del 1998 parece que nos robaron aquel país donde los pobres con recibir latas de zinc, cemento y bloque cada 5 años se conformaban. Un país donde todos teníamos claro que estudiar era cosa de minorías y que era suficiente que PDVSA empleara a una minoría, porque lo importante era que ese negocio lo manejaran directamente los “gringos” y sus agentes, entiéndase los mejores. Pero después del 98 se puso de moda eso de la redistribución de la renta petrolera y esa locura de que había que quitársela a los que por 40 años la controlaron para beneficiar a los más pobres.

En aquella Venezuela, donde la tv local produjo tantos culebrones, donde aprendíamos los más valiosos valores del capitalismo que nos enseñaban que hasta los más pobres tienen derecho a soñar con un carro, con viajes, éxito, fama y dinero. No fue casual que por aquellos tiempos nuestras reinas de belleza se impusieran en el orbe entero. Es verdad que no recibimos ningún premio nobel por esos tiempos, pero tampoco era para tanto y seguro estamos que nadie hizo propaganda a favor de Jacinto Convit, quien bien merecido lo tendría de haberlo recibido.

En ese país que nos robaron ningún gobierno se ocupó de que 1.800.000 familias tuvieran viviendas propias, pero la verdad es que tampoco eso hacía falta en esos tiempos. Cada quien se arropaba hasta donde la cobija le alcanzaba y muchos quedaban desarropados, pero bueno hasta en los países del primer mundo hay pobres y ese invento de que el Estado debe asegurar a través de Misiones una vida digna a las mayorías es una falacia. Lo mismo eso de que muchos pueden titularse en la universidad, como si no se necesitara de los que deben hacer los trabajos indeseables.
Fue suficiente, en aquella Venezuela dorada, con darle vasos de leche y alguna que otra beca a niños. No tenía ningún sentido malgastar tanto dinero en comida para niños en escuelas y liceos. Para que darle morrales, útiles y libros, si para eso existían las Editoriales. Los mejores, que siempre fueron pocos y generalmente de una misma clase social, tuvieron La Fundación Gran Mariscal de Ayacucho.

Nadie, en ese país de las maravillas que fue Venezuela, tuvo nunca la necesidad de emigrar, al menos que fuera para irse a graduar al extranjero con los gastos pagos, y en estos pocos casos siempre se aseguraba una excelente colocación laboral fuera del país. Pero nunca antes, con la excepción de la emigración a Oriente, tantos venezolanos huyeron en masa de Venezuela como lo hacen hoy en día nuestros coetáneos.

En esa añorada Venezuela a nadie que solo tuviera en su curriculum haber manejado un autobús, se le ocurriría imaginarse que podía llegar a ser Presidente del país. Menos en un país de gente tan estudiada y tan decente como el país que tuvimos antes del 1998.



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Juan González


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