"El arado y el mar"

Aduladores, peste de los gobernantes

Los gobernantes deben protegerse de sus enemigos externos y quizás más de los aduladores internos; éstos les empañan la realidad, construyen una burbuja que los narcotiza. Y en esos vapores de la mentira que halaga, los atrapa la soberbia, yerran los análisis y finalmente sucumben.

Los aduladores, los bufones de la corte, ejercen una profesión muy antigua, quizá tanto como la más antigua pero mucho más perjudicial. No es bueno eliminarla del todo, cumple su papel. En aquellas épocas cuando no existían fármacos ansiolíticos, sólo la pasiflora y el tilo, de leve efecto, estos guasones calmaban las angustias propias de los gobernantes.

El problema aparece cuando el oficio de adular deja de ser una acción de alivio a los gobernantes y se transforma en análisis de la situación política; entonces, se pierde la capacidad de crítica, y el gobernante, ahora sin ninguna angustia, se transforma en un aislado. Se establece así una acción recíproca entre gobernante y aduladores, éstos se potencian y se transforman en policía política del príncipe. Ahora no sólo adulan sino que persiguen a los que señalan las manchas en el sol artificial que ellos han creado. Así el paisaje está completo, puro relumbre, sin una mancha, todos felices… pero…

El camino al fracaso está sellado, establecida la dinámica entre lisonjeros y gobernantes, blindado el mundo feliz con la persecución de la crítica, el gobierno queda sin órganos de los sentidos que lo comuniquen con la realidad: se anula la audición, pierde la vista, no siente, no huele, se sumerge en el opio que todo lo engalana y pierde su capacidad de gobernar.

Los bufones bailan alrededor del gobierno que se diluye poco a poco, pero que no cae en cuenta. Su economía es un desastre, su política no funciona, la burbuja de fantasía lo sostiene, aunque se desinfla aguijoneada por la realidad que es implacable. La burbuja ya no está tersa, se muestra fatigada, arrugada, pierde lozanía, ya está anciana, debe ser cambiada, es urgente una conexión con la realidad que amenaza, pero los halagadores no permiten que el gobierno onanista se dé cuenta.

Así llegamos al final de este cuento que se ha repetido en la historia, desde que hay gobierno ha habido bufones, halagadores. Existen libros tratando el tema de la adulación. La calidad de los gobiernos se puede medir por la forma en cómo trata a la adulancia; los gobernantes que han sucumbido a ella, que se han embriagado con los piropos, han sido pésimos y corrido alto peligro de caer.

El trato que este gobierno da a la jaladera está por verse, es temprano para formarse una idea, la historia lo dirá. Por ahora, podemos adelantar que este gobierno, o es el mejor de la historia, ya que no se ve crítica por ningún lado, nunca se equivoca, no tiene la culpa de nada; o tiene un manejo errado del halago: se lo cree. Pero hay una esperanza, ya el gurú schemel, el de la encuestadora optimista, dice que siete de cada diez ven la cosa fea, y ya José Vicente esgrime la crítica, pregunta por los dineros suizos.

Ojalá, al final, no se repita el ciclo histórico: cuando todo esté consumado, los alabadores buscarán otras gónadas receptivas, otros maletines que cargar y seguirán su oficio de endulzar.



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Toby Valderrama y Antonio Aponte

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