Los disfraces de San Nicolás

Tiempo de Navidad, mixtura de alegrías y tristezas; tiempo de comidas <>, de nuevo vestuario, de otros zapatos, y de regalos que van y vienen.

Las hayacas, por ejemplo, son una exquisitez no apta para bolsillos de bajos ingresos. ¿Por qué la disfrutan ricos y pobres? Porque los últimos las auto confeccionan; sí, pero, más que todo, porque la disfrazan con una pasita aquí y otra por allá; una migaja de esto, y otra de aquello. Mucho ajo, mucha masa, muchas hojas y sobre todo mucha cabuya. Total, con tal de poder dejar de cocinar uno o dos días al año, con sólo eso ya los pobres van que chutan en Navidad.

Otro disfraz, el más relevante y vistoso, es el de los vestuarios; esos forzosos estrenos para los cuales nunca el dinero del pobre alcanza, ni jamás lo ha hecho. Pues bien, una persona de ingresos moderados, cuya ropita de siempre usa y reúsa durante los 350 días, aprox., consumidos durante la prenavidad, no puede otra cosa que verse disfrazada con una vestimenta a la que no se la ve durante todos aquellos numerosos días.

Con los arreglos hogareños ocurre otro tanto. La pinturita que jamás revistió los interiores ni exteriores de la casa, el exhibicionismo de valores exóticos: arbolitos de Canadá, pistas de hielo, etc., todo esto configura la máscara mayor de la época decembrina.

A estos estrenos navideños, doy en llamarlos los disfraces de San Nicolás.

marmac@cantv.net


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Manuel C. Martínez M.


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