Mi palabra

El valor de un cigarro

"Fumé mi primer cigarro

y besé por primera vez a una mujer en el mismo día.

Desde entonces, nunca he tenido tiempo para fumar"

Arturo Toscanini

Recientemente estando parado en la puerta de un taller, conversando con un amigo, pasó una muchacha acompañada de un niño. Ella no llegaba a los 20 años, el chiquillo a los 6; caminaban de lo más tranquilos, a pesar del intenso sol. La jovencita, con infinito placer no dejaba de consumir un cigarrillo, sin ninguna muestra de alegría, algo, que me llama la atención, porque todavía no he visto un fumador con risas mientras inhala el desagradable y pestífero humo, por el contrario la cara se les torna con expresiones, como si estuvieran a punto de tomar por la fuerza un mortífero veneno. Al expresarle a la muchacha ¡Tú tan bonita y joven fumando; espero que lo botes, antes de llegar a la esquina! Volteó con una risa algo burlona y viendo el cigarro, dejó la muestra, de cómo el vicio la tiene atrapada, como si estuviera enamorada ¡Esto vale mucho!

En otro momento, un joven me pidió la cola, pero antes de montarse en el vehículo, le hice una breve explicación del profundo daño de los cigarros, porque apenas me detuve me percaté del cigarrillo casi entero, que sostenía apretado en la mano izquierda asegurándose que no se le cayera. El muchacho aceptó por momento la aclaratoria del uso de los emboquillados, pero en ningún instante daba muestras de botarlo, cuando se dio cuenta, que estaba a punto de arrancar me detuvo, mientras veía a su compañero dañino y criminal en potencia, como si estuviera despidiéndose de un familiar. Lo soltó, pero la expresión de frustración no la podía ocultar.

Las anécdotas y cuentos sobre los celulares y cigarrillos están tan presentes, que de ellos no se escapa nadie y solamente en saber discernir entre uno y otro por el daño, está alguna escapatoria. Me contaba un amigo, empedernido fumador, que dejó el vicio, desde el mismo momento, que en una mañana lluviosa, el vecino, muy bravo, después de haberle dado la cola y antes de llegar al sitio indicado lo bajó del vehículo recién comprado, porque estaba muy hediondo a cigarro y se lo iba a dejar pestilente, con ese hedor que perdura por mucho tiempo y más con el aire acondicionado. Entre el vecino y el cigarro, se decidió por el colindante, porque era buena gente.

Estos cuentos y anécdotas en algo ayudan para apartar, sobre todo el cigarro por el daño a la salud. El padre de un amigo, llegó algo contrariado al hogar y lo único que le escucharon los hijos, mientras se iba acostar ¡De aquí en adelante los cigarros no existen para mí! Ninguno le creyó, pero no sabían porque había tomado esa decisión. A los pocos días y viendo que no mandaba a comprar, uno de los muchachos le preguntó ¿Papá, qué te pasó para que por fin dejara ese vicio tan desagradable? El viejo, se desahogó ¡Me humillaron en la partida de billar, cuando estaba más afanado; le pedí un cigarro, con quien estaba jugando y me restregó en la cara, para que comprara, todo por ese maldito vicio, cuando cargaba dinero, pero se me olvidó comprar!

Estos ejemplos muy marcados y presentes en el diario vivir, me han servido para seguir profundizando en mí lucha constante en contra del vicio del cigarrillo, sobre todo, cuando veo a personas jóvenes empezando en este vicio y se los devoran, como si están saboreando una exquisita comida o en dos de los placeres más agradables de la vida: reír y hacer el amor, pero paradójicamente no se pueden hacer juntos. La perversión en el cigarrillo, cuando se apodera y atrapa a una persona, se está pareciendo al uso totalmente desvirtualizado del celular y al final son tan dañinos y penetrantes, que parecen dos males en acelerado aumento en el mundo, a pesar de las medidas implementadas para restringir su consumo y uso en sitios debidamente señalados.



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Narciso Torrealba


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