Nada de raro tiene, sentirse triste en medio de tantas muestras cariño…?

6-5-23: Lo terrible es que, aun cuando uno pueda volver, ya no será lo mismo: no tendremos un terreno qué limpiar, unas flores a las que halagar y hablarles, unas pipas de café qué recoger secar y trillar, unas plantas a las que preparar para la siembra, abonarlas, regarlas con nuestras ilusiones y nuestro sudor. Nunca será lo mismo. Ya no podremos salir a recorrer los caminos de estas montañas, y volver a casa dulcemente agotados, quitarnos las botas, andar descalzos como lo hacíamos, por sus predios, como dioses realengos, pisando cada pedazo de tierra amada.

  • Pero nuestra tierra también será la de ustedes –nos tratan de consolar algunos coromotanos.

  • Así debería ser, que la tierra debe sea de todos. Un decir, un cumplido que hacen almas generosas, pero la realidad es que la tierra tiene dueño en todos lados, y la gente la cela como a una amante. Cuando ciertos amigos dicen: "-Mi casa es su casa, siéntase como en su casa", la verdad es que por todos lados ve uno vallas, rejas, alambres de púas y horcones, perros guardianes feroces...

Por tanto, los ajetreos de estas últimas horas muestran una especie de cuadro luctuoso: como si nos fueran a enterrar, teniéndonos en el templo de los adioses, de cuerpo presente, y nosotros sacudidos por las emociones de estos nuevos deudos y amigos, entre el fervor de las lágrimas, de los abrazos efusivos y ardorosos suspiros. Convertidos nosotros, pues, en muertos insurrectos que antes de partir deben dejar todo impecable: pisos, puertas y ventanales, la grama recortada y parejita, descopados el limonero, la chirimoya, el manzano y los nísperos. Teniendo también por delante, la tarea descomunal y definitiva de recoger macundales, previa selección de cientos de libros que habrá de entregárseles a Ramón Isidro, a El Chino, Natali y Ángel.

Así, como nadie cree que un día habrá de morirse, tampoco hay quienes piensen que algún tendrán dejar el lugar han amado tanto. Donde uno se ha parido a sí mismo por tantas revelaciones que han colmado de comprensión y serenidad, paz, a nuestros sentidos.

Se presenta Consuelo, ¡DESCONSOLADA!, triste, abrumada por nuestra partida, por tener que entregar nuestra casita:

  • ¿Y entonces, cuándo nos volveremos a ver?

  • A sea como espanto, un día cualquiera nos apareceremos por las lomas de Los Atalitos.

Llega Neptalí trayendo una escalera que le habíamos prestado, y nos regala tres huevos. Servirán estos huevos como avío, para rellenar las arepas del viaje. Acompaño a Neptalí hasta la troja para que vea un problema que presenta la carretilla, a la cual se le ha saltado la rueda. La analiza, busca una porra y le aplica su mecánica. Mientras da porrazos, hablamos de algunos negocitos, sobre la fulana tostadora y el molino de café que tenemos a la venta en Mérida, y que estamos rematando por 300 dólares. Él se muestra muy interesado. "-¿Cómo sería el pago, porque de momento plata no hay? Quizás se pueda pagar con café. ¿Qué tal si yo los pudiera comprar para que así mi hija Angibel monte un negocito, allá en Mérida…" Se queda pensativo, vacilante, indeciso, coge hacía el maletero, lleva bamboleante la porra y no comenta más nada.

Baja Juvencio en su mula Blanca Nieves, siendo escotado por varios perros cazadores, empecinado él en cazar una buena pava para el sancocho de la semana, y diciendo: "El que mucho se agita, ni caso ni cosa ni caza".

Se despide Neptalí mascullando su silencio, quizá pensando en el emprendimiento de Angibel, y al rato llegan Ramón Isidro y Celini quienes se han venido a pie desde su finca, nos traen cacao, y llegan muy conmovidos por la noticia de nuestra partida:

  • Todo esto está muy revuelto y difícil, pues, miren que yo tengo casi perdido un fundo en Pregonero que con tantos sacrificios compré y que no he podido ir a ver por falta de gasolina.

Recorremos juntos la parcelita en medio de golpes de asombro de lo que habremos de dejar atrás, de lo que pasará como al olvido irremediable. Todo va pasando. Vemos cada una de nuestras matas, en son de despedidas (sin término). Cuántas memorias en cada hoja de nuestro jardín, de nuestro cafetal, también ellas saben que fueron nuestras hijas, nuestros sueños, ilusiones.

Entre silencios y recuerdos, pasamos a la sala. María Eugenia sirve café y trozos de torta de cambur. Llega Ángel y se une al velorio en vida de cuanto nos rodea. Inevitable, una y otra vez, tener que volver al recuerdo de los años allí vividos, a los amigos que con tanto afecto por aquí cultivamos. A las aventuras en las que nos metimos, todo aquello que imaginamos y que no se pudo, que a la postre acabó también abandonándose.

Fugaces recuerdos: El proyecto Fundación RUTALANA que montamos en la escuelita, aquí en frente y de cual fue artífice principal Fernando Durán, al que tenemos tanto tiempo sin ver. ¿Oigan, y qué será de Noraima y de Dorita, de Estefanía, de Luis Quintero, de El Capino, de tantas comunidades que recibieron clases de RUTALANA? ¿Se acuerdan, del día aquel en que una camioneta de FUNDECEM, que traía tres telares del páramo, se volcó patas arriba con seis pasajeros, aquí mismito, a unos cien metros de esta cuesta que entonces no estaba pavimentada? ¡Ah, carajo, Fernando Durán, quien construyó unos setenta telares y que de hecho es un genial tecnólogo, quien nos acompañó en exposiciones en Mérida, en el Páramo, Tabay, Canaguá y Caracas! Especial recuerdo de aquella famosa exposición Internacional de Arte y Tejidos de 2015, en la cual RUTALANA recibió un premio internacional. En la conversa que tenemos en la sala, Ramón Isidro recordó el día, en que yendo de Santa Cruz a Canaguá, lo cogió la policía en una acción de reclutamiento o redada que se daban en los años setenta. En su extraordinaria memoria (no sabe por qué carajo de pronto viene a su mente un personaje que nunca ha olvidado), recuerda entre los reclutados a un muchacho de nombre Gilberto Rondón Escalona. Y que aquel joven, desde el momento en que lo reclutaron, comenzó a llorar, de modo que en cualquier rincón del cuartel se metía a soltar mocos y a pensar en su familia, y que así se la pasó los dos años del servicio militar que le tocó.

Ramón Isidro y Cileni tienen que partir. Los abrazos de nuevo, las tristezas que acojonan, agolpados los dolores que ya tendrán que quedarse petrificados para siempre por estos lares tan queridos. "-Ya saben que aquí tendrán siempre dónde quedarse cuando vuelvan". ¡Cuántas casas para cuando decidamos volver! ¡Cuántos amigos también sembrados como ese sólido cafetal que tenemos al frente!

Y volvemos de nuevo a la otra siega, a la selección de los libros que le dejaremos a Ramón Isidro, a El Chino y a Ángel. Mañana vendrá Ramón Isidro a buscarlos en su jeep. Media docena de niños nos ayudan en esta faena de trasladar libros hasta la casa de Ángel. Ojalá llegue el día en que se multipliquen tantos saberes, en que de cada uno de estos libros se puedan reproducir otras bibliotecas, y otros excelentes lectores y poetas.

En medio de la barahúnda de estos agites, rodeado de niños y visitantes, a las dos de la tarde, con resto de una salsa de vegetales y aliños recalentados, damos cuenta de unos espaguetis que María Eugenia, a duras penas, ha podido preparar. Vamos masticando, con permiso de los presentes, absortos y meditabundos, en medio de sueños y cosas por hacer.

Por la tarde vienen Ángel y el señor Corsino a hacernos la visita del estribo, la de la partida, y nos instalamos en la troja. El señor Corsino está muy afectado, triste, pidiéndonos que no dejemos de venir a esta aldea porque ella ha decidido ser de nosotros para siempre. Tomamos té de malojillo, volvemos a las penas de los recuerdos, de por qué lo que uno nunca quiere que ocurra ha de pasar.

Se van el señor Corsino y Ángel, y al poco rato llegan a despedirse el señor Isidro Molina y su esposa. Tomamos café y en nuestra manía de repartir libros como quien reparte guarapo, le damos un paquete, entre ellos un memorable trabajo de Waldo Frank sobre América Latina.

Nos visita Cheo para reconfirmar si su hermano Jesús sigue teniendo asegurado su asiento en la camioneta para el viaje del próximo lunes.

Llega la noche y nos encontramos molidos, y así, como bulto de papas, caemos a la lona.



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José Sant Roz

Director de Ensartaos.com.ve. Profesor de matemáticas en la Universidad de Los Andes (ULA). autor de más de veinte libros sobre política e historia.

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