Estrellas mensajeras de ángeles caídos…

4-5-23: Aún seguimos (llevamos doce horas) sin el fulano fluido eléctrico (como dicen los exquisitos). Pues, está bien, nos encontramos en el campo, y éste debe imponer toda su silvestres y encantadoras realidades y sugestiones. Cocuyos, vaquitas y grillos por centenares se esparcen por el patio, se cuelan por los entresijos de las ventanas y en la oscuridad hacen ases como estrellas mensajeras de algún ángel caído.

No tenemos radio ni televisión, afortunadamente, porque nos impedirían disfrutar, por ejemplo, del alborozo de los pájaros, del llamado o canto de los ordeñadores, de la atención que reclaman las flores y rosas del jardín. No se crea, en la madrugada, ¡cuántas luces de revelaciones y buen entendimiento se trasmutan con las sombras, de las siluetas de los cafetos, la cuajada ponderación del frío, cuando aún los arreboles no asoman por el boquerón del camino real! Como puedo, en la oscuridad, a las cinco de la mañana, con la luz de una linterna, me pongo a revisar este diario. Están volviendo los tiempos de los severos apagones, y nos sacude la memoria los bandazos de las estrecheces de otros tiempos, los cambios poderosos que ha padecido Venezuela desde hace cinco años. Paseo la vista por los espacios de la sala y del porche que han quedado vacíos por las ventas de algunos muebles. Tuvimos que salir de ellos por la crítica situación económica. Vendimos un baúl de madera de pardillo que también hacía las veces de banco para las visitas, en el cual solíamos guardar herramientas, menudencias como bombillas, clavos, tornillos, cables, trozos de cadenas o alambres. Vendimos la preciosa mecedora de pesada madera de peralejo con posadera de cuero de vaca, y también, del mismo tipo, una larga banqueta. Hemos ido saliendo de cositas para ir paleando la dura situación, y ahí, en los rincones nos están mirando fijamente los espacios vacíos, lo que fue, lo que se ha ido. Todo es tan pasajero. Ahí, en el centro de la sala resalta la alfombra donde se echaba Solita, y nos escuece el alma su ausencia, nuestra querida perra… ella, envenenada…

Los que se acostumbran a lo artificial, a los poderes tecnológicos de la era moderna en las grandes ciudades, cuando fallan los servicios (sobre todo la electricidad), quedan en un limbo melancólico, algo parecido a una mutilación sensorial. No encuentran qué hacer consigo mismos. Sienten una especie de desamparo cruento y desolador. Así, sonámbulos o ciegos, inutilizados, se pierden el espectáculo de las estrellas, de la blanda y dulce luna, de los cocuyos. No les queda, sino meterse entre sábanas, postrarse, aherrojarse entre esas humillantes cuatro paredes (apartamentos) como león en estrecha celda. Aquí aprendemos a amar la soledad y la oscuridad, el silencio, a recrearnos con las sombras sublimes de la noche. A las sombras no que hay vencerlas sino aprovecharlas. Vaya gloria, la de encontrarse mil leguas de ese abrumador y aparatoso condicionamiento que imponen las viciosas máquinas y "redes sociales". He visto claramente cómo la desgracia del hombre en estos tiempos es vivir atrapado en las imperiosas vacuidades de las bazofias, y la lucha del futuro tendrá que ver cómo DESINTOXICARNOS, es decir cómo DESENREDARNOS.

Están tocando a la puerta.

  • Un momento, ¡ya voy! – salgo a destrancar la verja.

  • ¿Cómo pasaron la noche?

  • Sabroso, a oscuras.

Nos traen leche recién ordeñada, lo que en los llanos llamamos POSTRERA.

Me refieren que por los lados de Mucuchachí y Mucutuy, hay aldeas que llevan meses sin electricidad, y la gente guarda la lumbre en los fogones de un día para otro. Hay métodos para guardar las brasas y conservarlas intactas entre cenizas, de modo que los vecinos pueden prestarlas como si fuesen cerillas.

A partir de las ocho, nos dedicamos a limpiar y a reorganizar la biblioteca, seleccionando parte de ella en cajas, para hacerle donaciones a Ramón Isidro, a El Chino y a Ángel. El que toda la vida ha vivido entre libros, no sabe la cruz que carga. Las bibliotecas son como arreos de locos que se imponen en las casas: en los baños, en la cocina y en todos los cuartos y rincones, y lo que uno descubre con el tiempo es que nunca hay manera de arreglarlas, y que lo mejor es que los libros anden encabritados o realengos por los estantes, como les dé la gana. Ojalá Humberto Martínez, Director de la Imprenta del Estado, pudiera venir con un camión 350, y llevarse a todos estos locos a Mérida para ver si de allí sale un Cecilio Acosta, un Pedro Emilio Coll, un Juan Vicente González, un Andrés Mariño Palacios. Mi amigo Humberto, como buen administrador de manicomios, es de los pocos que saben cómo cordializar con los demonios, cómo evitar que a ellos los echen al basurero o les metan candela.

10:45 a.m.: Me acerco a casa del señor Corsino para ver qué saben del apagón. Por los rumores que corren, el problema ha sido una guaya que se partió por los lados de El Barro, más allá del Páramo El Motor. Estas guayas llevan muchos años de uso, no hay ahora cómo reemplazarlas, y cuando se parten hay que hacer milagros para volverlas a empatar. Dicen que ya salió una cuadrilla de obreros de Corpoelec para resolver el problema, de momento pensamos que deben tener problemas para conseguir gasolina. En casa de los Mora encuentro a Ángel haciendo un espacio en su cuarto para organizar una colección de libros que le vamos a entregar, entre ellos las "Memorias de Daniel Florencio O’Leary" (32 volúmenes) y la "Historia de Venezuela Política Contemporánea" de Juan Bautista Fuenmayor (21 volúmenes).

Vuelvo a casa, cojo el palín y me voy al cambural. Desde allí veo el río, el eucalipto que fue tronchado hace dos años y que está pujando por retoñar. Miro hacia las faldas del camino que se dirige hacia El Cobre (casi verticales), donde El Chino está sembrando café. Reviso la calzada que bordea nuestra parcela y cuento las maticas de café que aún resisten, que aún no se han marchitado.

Viene Ángel y almuerza con nosotros arroz con tocineta, cambures verdes sancochados y un buen jarro de limonada.

2 p.m.: Llega la electricidad, es decir, el corte fue de 18 horas.

Ángel, con su corazón contento, se va a charapear en la finca de Giovanni.

Me sirvo un tazón de café, de nuestra cosecha, Voy y me acomodo en el tramo de la grama enana que está a un lado del porche, y me echo. El café debe tomarse sentado, dicen, pero yo estoy apoyado en un redondel rebosante de fresas, mirando el azul Éter. Debo decir que este café, se trata del recogido, secado, trillado, tostado y molido por nosotros. Sorbo a sorbo lo disfruto, dueño y señor del silencio, de la luz, de todas las infinitudes sagradas, difuminadas, que me rodean. Aposentado, pues, en el trono perfecto, exacto, majestuoso, me arrellano como me da la gana, como un dios desterrado de este planeta, al que ya no le queda nada por hacer, y que cuanto ha hecho, pese a lo misterioso o maravilloso que haya podido ser, en este instante, no son más que logros minúsculos o proverbiales pendejadas. Antes, me angustiaba ver pasar el tiempo sin dedicarme a una obra. Pensaba en ese futuro que hay que construirse pulso a pulso para a la final conseguir una recompensa, una satisfacción, un logro con qué ir justificando con exigentes investigaciones, esto que llamamos vida. Pero uno se encuentra con personas que llevan la vida de una manera enteramente distinta, la llevan con la mayor indiferencia, y para nada se plantean eso de asegurarse el futuro, por ejemplo. No están aquí para descubrir nada que pueda ser grandioso para la humanidad. Sin embargo, son agudos y muy listos en lo que hacen, cuando les toca hacerlo. Van por ahí a la buena de Dios, despreocupados, no se están preparando para nada, no tienen ningún plan. Los días unos tras otros serán para ellos siempre los mismos, pero eso en absoluto les preocupa. Son los que nunca están esperando un golpe de suerte, eso para ellos no existe, si algo llega lo toman, si nada llega, pues qué se le va hacer. Quizá éstos sepan llevar su cruz con una sabiduría más práctica, más serena, más verdaderamente espiritual. Van a misa o escuchan con respeto las homilías del padre cada domingo, pero no creen ni en Dios ni mucho menos en los curas. Cuántos así, han llegado a noventa y cien años con este modo de llevar sus huesos y su alma.

Por la tarde nos vamos a trillar café a El Cobre, en el fundo de Neptalí. Departimos con Neptalí un rato, llegando a tomarnos dos abundantes tazas de café en el patio, en medio de gallinas y de cochinos. Carajo, este café que nos estamos tomando también es muy bueno. Encontramos a Neptalí y a su hijo Toñito rellenando un hueco en el patio. La tierra se ve húmeda y negra, y su olor se esparce por el patio y no dejan de removerla las gallinas. Vemos que Neptalí ya ha colocado unas láminas de zinc en un anexo al fondo del gallinero, y que ha estado encementando un espacio de unos veinte metros cuadrados. Cada día que pasa, su casa va tomando la forma de una finca bien organizada. A un lado de donde nos encontramos, el gallinero está rebosante, con unas ochenta ponedoras. Hay también cerdos, la vaca horra pronto comenzará a dar leche. Vemos al soberbio gallo sacudir sus alas e imponer su ley de macho ultra-alfa en ese revoltijo de doñas gordas y alborotadas. Mientras conversamos Toñito va vaciando carretadas de esa tierra negra y húmeda en la hondonada.

Luego de trillar, decidimos comprarle a Neptalí cinco kilos de café en azul. Una de las primeras cosas que hizo Neptalí cuando construyó su casita, fue pavimentar un buen espacio al aire libre para secar café, de modo que cuando uno traspasa la verja se encuentra con esa explanada que tiene al lado el tanque con las pipas que serán cilindradas. Ahí, cuando se seca el café se desparrama en ese anchuroso pavimento que quizás sea lo más importante, porque sin café no hay vida en esta zona. Entonces, todos los animalitos que por allí se mueven van y se aposenta sobre las pipas que se secan como si las estuvieran empollando, pájaros, gallinas, perros, gatos y cochinos, una estampa de lo más encantadora.

En estos campos, las personas pueden reunirse y por momento producirse pausas prolongadas en las que las personas continúan comunicándose, y podrían seguir así durante horas. Esos silencios van cargados de esencias sutiles, de elaboraciones poéticas a través de la inmensidad de la luz del sol, del sonido del viento, de las nubes que pasan o del azul celeste, cenital y nítido que bordea las montañas, los sembradíos que nos rodean. No existe una voz más imponente y perdurable que todos estos serenos y amables contrastes.

Volvemos a casa al caer la tarde, con una noticia cada vez más alarmantes sobre el estado de las carreteras que comunican a Mérida con los Pueblos del Sur. Para nuestro regreso unos aconsejan que cojamos por Guaraque, aunque es el trayecto más largo, otros que por Mucutuy, a nadie se le ocurre mentar la vía que va hacia Santa Cruz (la de San Isidro), la peor de todas. La carretera principal, la que siempre transitamos, se encuentra, como ya lo referimos, totalmente sepultada en un amplio tramo, prácticamente desaparecida, lo cual se hace imposible que podamos regresar por ella. Xioli, quien había llevado a consulta médica a su hija y venía de Mérida, en buseta, cuando ésta trató de coger por esta vía principal, hubo de regresarse. Entonces ha estado Xioli esperando en Mérida para ver si ahora, el de la buseta puede coger por la vía de Mucutuy.

La última información refiere que Xioli se vendrá mañana por Guaraque.

Por otro lado, si nosotros tomáramos por la vía de Mucutuy, tendríamos que cruzar un viejo puente, que con las lluvias ha quedado afectado en sus bases y no se asegura que se pueda pasar. Finalmente, en tal situación, creo que nos veremos obligados a coger por Guaraque, tomando en cuenta que es un tramo mucho más largo y que a la escasez de la gasolina por estos lares, se le agregaría lo muy accidentado del camino.

Por la noche llega toda la familia de Neptalí, en plan ya de despedida, a devolvernos las llaves de nuestra casita. A Natalí, quien quiere leer novelas y libros en general y no sabe por dónde empezar, le damos un buen cargamento para que empiece en esta gran aventura. Ella dentro de poco iniciará estudios en la universidad y está indecisa entre escoger la carrera de Comunicación Social, Odontología, Pediatría, Turismo o Psicología. Con la experiencia vivida durante su participación en la elección de la reina de Canaguá, dice que su vocación va preferentemente por los lados de la Comunicación Social, porque le gustaría trabajar en un canal de televisión. Agrega también, que le encanta el modelaje, que cree tener condiciones para defenderse dirigiéndose al público. Al final de la conversa se va muy ilusionada, decidida a prepararse, a cultivar su inteligencia, y a leer mucho para no ser una simple belleza, frívola, inculta y vacua, de esas que se ofenden cuando les dicen campesinas.

Después de tantos ajetreos, nos llega una muy mala noticia que nos ha preocupado mucho, que Karlita, la hija de Lizardo y Yamery, se ha fracturado un pie, y que probablemente la tengan que trasladar a Mérida. Así se vive en estos pueblos, no hay asistencia médica para muchos problemas que requieren atención urgente, teniendo en cuenta que cualquier traslado a la capital del Estado exige un viaje de unas seis horas por caminos totalmente destrozados. Y lo más seguro es que al llegar a Mérida, se encuentren con que la Sala de Emergencia está totalmente colapsada, con escasos medicamentos o sin los aparatos adecuados para atender a los pacientes. Colapso, colapsar, colapsado…, el verbo más conjugado de los últimos tiempos, lo que muchos enemigos de Venezuela han querido que ocurra, desde fuera y dentro de nuestro país.

Nos vamos un rato a la troja, hasta que el frío llega y nos saca a empellones. Nos encontramos a la misma altura de la Plaza Bolívar de Mérida, pero aquí la temperatura se manifiesta con unos tres o cuatro grados menos.

5-5-23: Nos enteramos que lo de Karlita no requirió de una intervención quirúrgica. Ya está en Mérida con sus padres y todos regresarán el próximo sábado. El médico Álvaro Barrera le trató la fractura en el tobillo y le enyesó la pierna.

La mañana se ha presentado extrañamente nublada, y a partir del mediodía volveremos a tener altas temperaturas. Dice Rosa las de las Rosas, que el cambio de luna (estamos entrando en menguante) puede traer nuevamente lluvias.

Ángel nos compró en el pueblo, azúcar, harina de trigo y un pan para sanduches. Se nos acaban nuestras provisiones, y ya nos quedamos sin ñemas.

Hay que ver lo que es abandonar el paraíso, no poder seguir en él. Miramos alrededor, no nos cansamos de recorrer el limonero, el cafetal, el cambural, de ver el cielo maravilloso y las montañas imponentemente encantadas, de oír el alborozo de los pájaros, y parece irreal que tengamos que irnos de aquí cuando ya nos sentimos de este lugar, cuando sentimos que nos trasplantaron y echamos profundas raíces, cuando la propia gente, los bosques, el río, sus cielos y los caminos ya nos han adoptado. Nosotros decidimos nacer aquí, junto con las plantas que sembrarnos, junto con los caminos recorridos, junto con los seres que se han hecho también parte de nosotros.

Echarse en las hamacas de la troja para imbuirse en uno mismo es la mayor de las dichas, ya lo he dicho y tengo que repetirlo ahora con muchas más ganas. Tenerlo todo y no tener nada al mismo tiempo, es la gracia divina. Lo fugaz de la existencia y su conmoción sublime en cada segundo, es que lo que se siente en esta grandiosidad de la NADA, insisto. Uno puede andar por aquí, como un carajito, como dice Whitman, con o sin sombrero, con o sin camisa, descalzo o en cholas, revolcándose en la grama, comiéndose un cambur o una naranja, con todo el desparpajo de nuestra más real perra gana. Cantar como un antipavaroti o discursear como un Demóstenes o un Pericles si nos sale del alma. Hablar sólo, reírse a coro con las matas, o reírse de nuestra absoluta y portentosa pequeñez, sin pretender ya buscar nada en este mundo porque aquí abunda la gloria de Dios por doquier. Sí, hemos estado en el paraíso, y no será por morder la fulana manzana que saldremos (que manzanas tenemos bastante), sino porque a fin de cuentas se ha cumplido un ciclo. Como el que también se le cumplió a Henry David Thoreau en Walden. Nuestra estancia en La Coromoto ha sido una obra maestra, una sublime pintura hecha trazo a trazo, pulso a pulso, por nosotros, durante doce años, y yo estoy haciendo esta anotación, porque el próximo domingo, pasado mañana, comienza la cuenta regresiva de la entrega. Nos vamos del paraíso, sólo nos llevaremos los recuerdos, las fotografías, estos largos escritos que procuro dejar como estampas de glamorosa y real devoción …..

Al caer la tarde nos devuelven la visita Marcolina y Natali. Los vemos descender a lo lejos por el camino que bordea el río y que es nuestro cuadro fijo por el que vemos ir y venir tantos peregrinos de este campo. Nos traen Marcolina y Natali el café en azul que les compramos ayer. Nos sentamos en el porche y tomamos té de malojillo. Le regalamos a Natali las obras completas de Rómulo Gallegos en una edición especial, empastada, de la Editorial Edime. Pasa Alesio, y María Eugenia lo llama: le pasa varias bolsas en la que van ropa y unas botas de goma. Alesio, el hombre que nació sólo para trabajarle a los demás de sol a sol, quien no ha conocido otra cosa en este mundo, sino trabajo y mil veces más trabajo.

Chespirito también sabe que nos vamos, nos lo dice con su fija mirada, ahí donde estemos, echado a nuestro lado, con sus ojos nublados y tristes, preguntándose por qué, ¡por qué carajo!, y nosotros contestándole: "-Porque todo, amigo, tiene un final, todo se pasa".



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José Sant Roz

Director de Ensartaos.com.ve. Profesor de matemáticas en la Universidad de Los Andes (ULA). autor de más de veinte libros sobre política e historia.

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